Culmina su fuga en la cima de Gogne, meta de una etapa en la que Carapaz se cae y luego araña dos segundos de premio
22 may 2022 . Actualizado a las 23:28 h.La primera etapa alpina pisó el Valle de Aosta, el Parque Nacional del Gran Paradiso. Era propiedad del rey Víctor Manuel II, que lo donó al estado para proteger de la extinción a las cabras que él y sus cortesanos casi habían exterminado. Como si esa prohibición de cazar flotara en el aire, nadie salió de caza en el Giro. El líder, Carapaz, venía con una rodilla sangrante por una caída en el inicio de la jornada. «No es nada», tranquilizó. Puso al Ineos al frente, anestesió la etapa y luego, cerca de la meta, arañó dos segundos de bonificación. Pasito a pasito.
Nadie, ni Hindley, ni Almeida, ni Landa, ni Pello Bilbao, ni Pozzovivo, ni Nibali, desenfundaron. Guardaron sus balas para la tremenda semana final que viene tras la última jornada de descanso. Sin caza mayor, sí hubo caza menor. Casi 30 corredores salieron al campo en busca de la meta en cuesta de Cogne. El disparo certero lo dio un buen tirador, Giulio Ciccone, compañero en el Trek del lebrijano Juampe López.
Ciccone, que en su debut en el Giro del 2016 había cobrado una pieza en la meta de Sestola y que en el 2019 ganó la jornada del Mortirolo, se llevó su tercer trofeo en Cogne. Entró animando al público. Tiró las gafas. Quería verlo todo. Grabarlo. La sal de sus litros de sudor le cegaba. Alivió ese escozor con lágrimas. «Es mi victoria más importante». Más incluso que haber sido líder del Tour. No dejaba de llorar ni de sudar. También le venció la emoción a Santiago Buitrago, el segundo en la meta, a más de un minuto. «Creí que podía ganar, pero Ciccone ha sido más fuerte» dijo el colombiano. Y no pudo decir más ahogado por la congoja. Tercero fue Antonio Pedrero, gregario ejemplar del Movistar. Un rato después, todos con corros de sal blanqueando los desabrochados maillots, aparecieron en familia los favoritos.
El Valle de Aosta marca el límite. Es la frontera blanca. La naturaleza lo ha impuesto así. Allí están la montañas más altas de Europa, el Gran Paradiso, el Mont Blanc, la pirámide perfecta del Cervino y el Monte Rosa, la cumbre que le hace un guiño al Giro. Tras la frenética y sofocante etapa del sábado por las colinas de Turín, parecía que iba a ser un día a otra velocidad, más baja, con tres largos puertos en el camino hasta Cogne. Y no. Nadie frena. Hasta al extenuación. Durante 80 kilómetros hubo reparto de tortas. Hasta que se formó una fuga masiva, de 27 dorsales, en la que iban gregarios de Landa (Buitrago), de Almeida (Formolo y Rui Costa) y de Nibali (Tejada y De la Cruz). ¿Servirían de trampolín para sus líderes? No. Con ellos viajaban Van der Poel, Sosa, Pedrero, Rojas, Mollema, Ciccone, Arensman, Carthy... y tres del Jumbo, entre ellos Bouwman, que inició en el alto de Pila la cosecha de puntos para ser rey de la montaña.
A ese cruce llegó el neerlandés pálido. Luego reventó, ya en la larga subida a Verrogne. De la fuga quedaron Ciccone, Buitrago, Carthy, Rui Costa, Tusveld y Antonio Pedrero, catalán formado en el equipo Seguros Bilbao y en el Lizarte. Tenía unos meses cuando su padre, ciclista profesional, corría en 1992 la Vuelta a España. El pelotón no se preocupó por ellos. Iban casi siempre al ritmo del Ineos de Castroviejo y Carapaz y, a ratos, a la marcha algo más exigente del UAE de Almeida. Hindley y Landa se cobijaron a su sombra y bajo el inesperado bochorno de este veraniego mes de mayo. No se pelearon entre ellos. Ya lo harán en los Alpes y Dolomitas que quedan.
Mañana, día de descanso
De momento, el Giro parece coto privado de Carapaz, pero tiene cerca a Hindley, Almeida, Landa, Pozzovivo, Pello Bilbao y Nibali, todos armados. La carrera, que hoy descansa, sigue abierta. Hay cuatro jornadas de montaña por resolver, de caza mayor. La etapa de Cogne no entraba en los planes de ninguno de los aspirantes al podio de Verona. De esa batida se ocupó Ciccone, que viene de lesiones, caídas y contagios. Que carga con el punzante peso de ser una esperanza del ciclismo italiano que no termina de cuajar. Y que subía con viento a favor los 20 suaves kilómetros de Cogne nervioso y preocupado, sobre todo, por Buitrago, colombiano de 22 años que de adolescente desembarcó en Italia con los bolsillos vacíos y determinado a hacer fortuna. Ciccone se deshizo de Tusveld, de Pedrero, de Carthy... y al final de Buitrago, el que más resistió los latigazos del italiano. Los dos llegaron a Cogne cubiertos de sal y entre lágrimas. De dos sabores, victoria y derrota.