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Albert Martinell, exjugador del Liceo: «Éramos un equipo guerrillero»

DEPORTES

Abraldes

Uno de los emblemas del conjunto coruñés de los 90 rememora aquellos tiempos y reconoce que jugar en el Palacio de los Deportes lleno era «una gozada»

30 may 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando Albert Martinell (Tordera, 1974) cierra una puerta, la cierra por completo. Como ha hecho con el hockey. Sus primeros años como profesional los pasó en el Barcelona y en el Liceo, donde recaló en 1994. Dos de los grandes. Con los coruñeses alzó tres Copas del Rey (1995, 1996 y 1997) y una Recopa de Europa (1996). Aunque abandonó el conjunto verdiblanco, no se olvidó de él. Regresó para retirarse y, desde entonces, no hay más patines y sticks en su vida.

—¿Cómo terminó jugando en el Liceo?

—En esos momentos estaba en el Barça y tenía contrato largo. Pero no estaba del todo cómodo. En esa etapa, el Liceo era un equipo a mirar. Era la época en la que estaban Martinazzo, Huelves... Tuve la suerte de jugar contra ellos. Era el equipo que lo había ganado todo con grandes jugadores.

—Llegó muy joven, con 19 años. ¿Le costó adaptarse?

—No... Tuve la suerte de llegar a A Coruña y encontrar gente buena. Fue una ciudad que me acogió muy bien y donde estuve muy cómodo.

—Durante su primera etapa ganó tres Copas del Rey y una Recopa. Un buen palmarés.

—Sí... Ganamos tres Copas seguidas, pero me quedé con la gana de una liga. La tuvimos en la palma de la mano en un play off contra el Barcelona. Raúl Monserrat, faltando nada, tiró y tocó de un poste a otro. La tuvimos ahí y se nos escapó.

—¿Qué recuerdos guarda de su etapa aquí?

—Éramos un equipo guerrillero. Daba igual que jugásemos en casa o fuera, siempre lo dábamos todo. Aunque jugar en el Palacio de los Deportes lleno era una gozada.

—¿Cómo se vivía el hockey en A Coruña aquellos años?

—Venía de Barcelona, y allí de vez en cuando sí que se llenaba algo el pabellón. Pero aquí... se llenaba partido tras partido. Quieras o no, te motiva. Es muy especial. Estaba el fútbol, que siempre será el fútbol, pero se vivía muchísimo.

—Habla del fútbol. Sería complicado coincidir en el tiempo con el Súperdepor.

—Cogí muy buena relación con Paco, Manjarín, Alfredo Santaelena, Julio Salinas, Liaño... Los jugadores de fútbol y de hockey nos llevábamos muy bien. El fútbol es lo que tiene, mueve masas, pero la gente nos apoyó muchísimo. Respondió muy bien con nosotros. No podíamos pedir más.

—Después de tres años, se marchó... y se convirtió en una bestia negra para el Liceo.

—Coincidimos bastante con ellos y siempre me salían buenos partidos.

—Le debió gustar A Coruña, porque volvió para retirarse en el 2004.

—Tengo muy buen recuerdo de aquí. Al final, son decisiones que tomas cuando eres jugador.

—Coincidió con Carlos Gil. Hay una frase de él [«A los genios hay que entenderlos, y Albert Martinell lo es»]. ¿Qué hacía para que le definiera así?

—Carlos y yo teníamos nuestros más y nuestros menos. Él fue la persona que me trajo al Liceo las dos veces. Yo era un poco especial. Reconozco que no fui lo suficientemente regular. Estaba ahí o no dependiendo de los partidos.

—¿Cómo se definiría como jugador?

—No era un jugador lineal... Muy anárquico, un poco rompedor de normas. Hay unos que siempre te van a jugar igual. Yo no. Dependiendo del día estaba de una manera u otra. Era mi manera de ser.

—¿Cómo llevó la retirada?

—Lo tuve muy claro, y tuve la suerte de terminar aquí. Quizá fue cuando me encontraba mejor físicamente. Lo pensé y se acabó. Luego estuve en el Compañía de María —realizaba también técnica individual con los jugadores—, en plan amateur. A raíz de eso no he hecho nada más de hockey, nada. Desconecté.

—¿Necesitaba una desconexión mental?

—Quizás sí. Quizás necesitaba parar y desconectar de todo este mundo del hockey y del deporte. No veo partidos, nada.

—Lo cambió por los ralis. Un salto muy grande.

—Como suelo decir, es mi deporte frustrado. Siempre me ha gustado. Hubo la posibilidad de competir en un par de ellos, y lo hice. Me gustó muchísimo. Siempre me he quedado con las ganas de poder hacer alguna cosa más.

—En los que compitió, ¿tenía madera para ello?

—Yo me lo pasaba bien, no tenía intención de ganar nada. Disfruté muchísimo. Cuando salía le decía a mi copiloto que no quería saber tiempos. Aunque al haber competido tantos años, quedaba un poco el gusanillo.