
Campeón de dobles en Roland Garros y oro olímpico en Río, una crisis de ansiedad aceleró su retirada
13 jun 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Hace algo más de un mes que Marc López Tarrés (Barcelona, 1982) colgó la raqueta. Lo hizo en la Caja Mágica de Madrid tras un periplo por las pistas de más de dos décadas. López se va como uno de los mejores doblistas del tenis español. Ganó Roland Garros con Feliciano López y el oro olímpico en los Juegos de Río haciendo pareja con Nadal. Con Rafa pasa ahora sus horas de trabajo, tras integrarse en su equipo técnico junto a Carlos Moyà y Francis Roig. Hace nueve meses tuvo una hija que ha revolucionado su casa. En ella está también uno de los motivos para echar el freno.
—¿En qué momento empezó a plantearse que había llegado la hora?
—Tener una niña y cumplir 40 años en verano influyó, pero fue un cúmulo de cosas. A finales del 2018, a mi madre le diagnosticaron una demencia. Fue un golpe muy duro. Yo ese año, tenísticamente, lo terminé bien, sobre el 30 del mundo, e intenté encarar el nuevo año con normalidad. Me fui a Australia en enero. Cuando estaba allí, empecé a notar cosas muy raras en mi cuerpo. En las manos, en los pies, en las piernas… Me dio un ataque de ansiedad. En aquel momento, yo no sabía lo que me estaba pasando.
—¿Se asustó?
—Mucho. De repente, me dolía la barriga de forma muy intensa. No paraba de ir a los médicos. Empecé a adelgazar. Me preocupé muchísimo por mi salud, pensé que tenía algo grave. Seguí jugando con todos estos problemas. No ganaba partidos, no me fue bien, estaba demasiado tenso. Me afectaba a la musculatura, me lesionaba. En Roland Garros del 2019 —perdió en primera ronda— decidí dejar de jugar. Me di cuenta de que no podía continuar de esa manera. Empecé un tratamiento con psiquiatras y psicólogos. Me empecé a medicar, decidí parar seis meses y hacer terapia. No volver hasta que no me viera recuperado. Hablé con la ATP, le expliqué mi problema. Ellos tienen lo que se llama el ránking protegido, que te permite, cuando tienes una lesión o una enfermedad grave que te impide competir durante bastante tiempo, congelarte el ránking para que al año siguiente puedas entrar en algunos torneos. Me acogí a esto. En el 2020, cuando sentía que empezaba a tener controlada la ansiedad, llegó la pandemia del covid. Los pocos torneos que se disputaron yo no podía competirlos.
—¿Qué contacto mantuvo con el tenis?
—Ese año ya no lo jugué. Nos ofrecieron, a los que estábamos en ese ránking protegido, esperar al 2021. E hice eso. Mientras, tuve la oportunidad de hacer mi primer approach como entrenador de Feliciano López. Me ofreció, mientras no volviera a jugar, poder trabajar con él. Se lo agradecí mucho y lo acepté. Cuando llegó el 2021, decidí dejar de ser entrenador e intentar volver a jugar al tenis, que era lo que yo quería hacer. Mi ránking, a pesar de haber estado congelado, ya no era muy bueno y eso me impedía tener una pareja fija. Fui jugando con uno, luego con otro… pero no me fue muy bien. Noté mucho el haber estado casi dos años parado. Entonces llegó el embarazo de mi pareja. Cuando terminé el año, mi ránking era muy malo, por no decir inexistente. Gané un solo partido en todo el año. Ya me estaba planteando dejarlo. Entonces recibí la llamada de Carlos Moyà para unirme al grupo de trabajo de Rafa Nadal.
—¿Se lo pensó mucho?
—No podía decir que no. De hecho, cuando me llamó Carlos, le dije que me diera un tiempo para poder pensármelo y al minuto siguiente ya le llamé de vuelta. Lo hablé con mi pareja y estaba decidido. Era un orgullo que hubieran pensado en mí, soy un afortunado. Y eso que me había dicho que cuando me retirara quería buscarme algo que no supusiera viajar, para poder pasar tiempo con mi hija. Pero esa llamada fue un subidón, una oportunidad increíble. Me dije: “No quería viajar y voy a volver a hacerlo”. Pero es algo diferente. Cuando era tenista viajaba entre 30 y 32 semanas al año. Con Rafa, este año, en principio, unas 14.
—¿Le costó cambiar el chip con Nadal? ¿Pasar de compañero a corregirle cosas?
—Tengo muy poca experiencia como entrenador y me va muy bien para aprender estar con Carlos Moyà y con Francis Roig que llevan ya muchos años al lado de Rafa. Es como un máster avanzado entrar en un grupo de trabajo tan consolidado. Por mucho que sea Rafa, que roza la perfección y es amigo mío, ahora cada vez que estoy con él en pista le doy mi opinión técnica sobre las cosas que puede mejorar. Hasta él puede mejorar cosas. Me siento orgulloso de poder ayudarle. Decidí que mi carrera como tenista se acababa y seguía como padre y entrenador. Que este año jugaría solo los dos torneos españoles, el de Barcelona y el de Madrid, a modo de despedida.
—En Barcelona se despidió con Feliciano López, con el que jugó su primer torneo ATP en dobles en el 2004, en Valencia.
—Quise que fuera así. Con Feli había sido también el último torneo que ganamos, precisamente en Barcelona, en el 2018. Era mi torneo favorito, el de mi casa, donde yo me entreno. Quería despedirme ahí, que fuera con él, y fue lo que hicimos. La organización me dio todas las facilidades, me hicieron un homenaje muy chulo en la pista central. Eso me lo voy a llevar siempre conmigo. Ganamos a los número 1 del mundo en un partido increíble pero, por desgracia, mi físico no es el que era. Me lesioné y ya no pude jugar la segunda ronda. Con Feli tengo una relación de gran amistad, fueron cuatro años juntos. Había jugado con él cuando era muy joven y cuando empezamos a competir juntos nos fue muy bien. Justo el primer torneo que jugamos, que fue en Doha, lo ganamos. Mi sueño era lograr un grand slam y con él lo conseguí. En la primera final de Roland Garros que perdí con Marcel (Granollers) en el 2014 —contra los franceses Julien Benneteau y Edouard Roger-Vasselin por 3-6 y 6-7(1)— me había quedado con una mala sensación. Era un partido muy importante, por lo que suponía para mí, y no fui capaz de competir por la presión que tenía encima. Ese partido acabé con unas sensaciones horribles. Aprendí y mucho y, por suerte, tuve otra oportunidad. Ganar en Roland Garros con Feli —ante los hermanos Bob y Mike Bryan por 6-4, 6-7(6) y 6-3— fue como llegar a la plenitud de mi carrera.
—Ese mismo año que gana Roland Garros, se colgó el oro en los Juegos con Nadal.
—Nos íbamos a Río desde Madrid el 1 de agosto y mi cumpleaños es el 31 de julio. Yo, aprovechando, quise celebrarlo con unos amigos en casa de Feli. Hicimos una cena, luego salimos de fiesta… llegamos a las cuatro de la mañana. Tenía el taxi al aeropuerto a las diez. Me quedé dormido. Cuando abrí el ojo, estaba pasadísimo de hora. Fui a la habitación de Feli y le pedí que me llevara rápido al aeropuerto. Me echó una bulla tremenda. Llamé a Rafa y hablé con el delegado del equipo nacional. No sé qué pasó, si alguien llamó, o Rafa dijo que pararan el avión, pero salió con el suficiente retraso para que me diera tiempo a llegar. Parecía el borracho de la expedición. Pasé mucha vergüenza. Quién me iba a decir ese día que dos semanas después estaría volviendo con la medalla de oro.
—¿Disfrutó de aquella final con Rafa frente a Mergea y Tecau?
—Es muy difícil disfrutar cuando estás nervioso y sabes lo difícil que es. Claro que la experiencia la disfruté, entiéndeme bien. Pero estás tan concentrado en intentar ganar que es un disfrute relativo. Disfrutar, disfrutas cuando ya has ganado. He perdido muchos partidos importantes en mi carrera, pero siempre tenía la percepción de que tendría más oportunidades en esos mismos torneos. Cuando estás en unos Juegos la sensación que tienes es de ahora o nunca. Si te digo la verdad, el partido en el que más nervios he pasado en toda mi carrera fueron esas semifinales. Ahí es dónde realmente nos estábamos jugando una medalla. Me daba pánico perder las semis y el tercer y cuarto puesto. Pero pánico. Cuando ganamos ese partido —se impusieron a los canadienses Daniel Nestor y Vasek Pospisil por 7-6 (1) y 7-6 (4)—, me saqué un peso enorme de encima. Fue un alivio. Pensé, a malas ya tengo la plata. Dormía en la misma habitación con Rafa. La convivencia durante esas dos semanas y todo lo que envuelve a esa competición la hace especial, incomparable. La gente me decía: “Debe ser muy difícil jugar con Rafa con el nivel que tiene”. Yo siempre lo he pensado al contrario, tener a alguien tan bueno a tu lado te hace mejor. Siempre es mejor tenerlo al lado que tenerlo enfrente. La final fue el partido más importante de mi vida. Cuando empecé nunca me planteé que pudiera estar en unos Juegos y al final he estado en dos, en Londres y en Río. Todo el mundo me pregunta si me quedo con esa medalla de oro o con haber ganado Roland Garros. Aunque los quiero poner al mismo nivel, soy consiente de que cara a la historia y al recuerdo siempre quedará mucho más presente la medalla olímpica por lo especial de la competición, porque representas a un país y porque tiene la dificultad añadida de que solo se juegan cada cuatro años.
—¿Por qué no se despidió del tenis, en Madrid, con Nadal?
—Rafa no juega dobles, porque lógicamente tiene que reservar su físico. No me llegué ni a plantear pedírselo. Ya estaba en el grupo de trabajo con él y sabía perfectamente lo que no le iba bien. Jugar el dobles en Madrid era impensable en esos momentos. Si en el futuro se da que podamos coincidir alguna vez para hacer otra despedida juntos pues encantado, y, si no, no pasa nada. Ya he tenido la fortuna de jugar muchas veces con él y ese recuerdo no me lo quita nadie.
—¿Por qué decidió que su último baile sería con Carlos Alcaraz?
—Feli era el director y no podía competir. Marcel está en el máximo nivel y tiene una pareja fija, que es Horacio Ceballos. No iba a romperla para jugar conmigo. Así que, se lo pedí a Alcaraz. Lo había conocido en el club de tenis de Murcia cuando él tenía 15 años. Me pareció súper majo y me encantó cómo jugó. Flipé con él. Cuando empezó a entrar en el circuito, con 16 años, un día me llamó Juan Carlos Ferrero —su entrenador— para ofrecerme jugar con Carlos el dobles en un torneo Challenger de su academia. Me pilló el tema de la ansiedad y no pude ir. Al año siguiente, quedamos para jugar un torneo juntos en Suecia. Él se lesionó y no pudo venir. Era como una cuenta pendiente, habíamos intentado jugar dos veces juntos y no había podido ser. Iba con un poco de miedo cuando se lo propuse. No lo quería meter en un compromiso. Se lo sugerí dejándole ver que igual no quería, por lo apretado de su calendario o porque prefiriera hacerlo con Pablo Carreño, que era su pareja habitual. Me sorpendió su disposición, su amabilidad y su cariño. Se portó conmigo de diez. Me dio las gracias él a mí, y yo le dije: ‘No, no, gracias a ti por querer jugar conmigo’. Me replicó: ‘Gracias por pensar en mí para el último partido de tu carrera’. Me emocionó ver que le hacía ilusión que yo me despidiera a su lado. Y así fue.
—¿Por qué fue tenista Marc López?
—Por mi hermano, que tiene siete años más. Empezamos a jugar en un club, el Pompeya, que está muy cerca de casa de mis padres, en Barcelona. Lo llevaron a él para dar clases, para que hiciera deporte, no porque mi familia tuviera ningún vínculo con el tenis, y yo como hermano pequeño pasaba el tiempo esperándolo en el frontón, dando con la raqueta contra la pared. Tendría unos cinco o seis años. Pasó el entrenador del club y preguntó quién era aquel chaval que le pegaba tan bien. Mi madre me apuntó a mí también y así empezó todo. Me pasaba la vida en el club, pero si mi hermano no hubiese ido a tenis, igual yo nunca hubiese pisado una pista.
—Habría querido llegar más lejos en el cuadro individual.
—Mi objetivo era haber sido un buen jugador de individuales. No lo conseguí y siempre tendré esta espinita clavada. Cuando empezaba, me marqué ser top 100 y me quedé a las puertas. Llegué a ser el 106. En este sentido, no todo ha sido plenitud completa en mi carrera. Quería triunfar y no fui capaz. No lo pude conseguir y sé por qué. Pude haber hecho las cosas mejor, haber entrenado más, haber cuidado la alimentación… no era mentalmente lo maduro que debí haber sido. Por suerte en el tenis había otra vía que era la de dobles. Empecé en el 2009 y he conseguido cosas increíbles que jugando solo individuales no hubiese logrado. En el primer torneo que fui con Nadal ese año, en Doha, lo ganamos. Recuerdo el discurso. Siempre lo cuento. Me hicieron hablar en inglés en el centro de la pista. Saqué una chuleta que llevaba preparada y fue un desastre. No se me entendía nada, pasé una vergüenza terrible. Tengo el vídeo y ni me atreví a volver a verlo (risas). Igual las cosas pasan por algo y si hubiese conseguido ser top 90, por ejemplo, no me hubiese llegado todo lo demás. Es cierto, y no te voy a engañar, que en mi aspecto individual fracasé, pero en el dobles me ha ido muy bien. Una por la otra. No me quejo de nada.