El australiano, en una remontada prodigiosa, consigue su primer grande e iguala el mejor resultado de la historia del torneo, 20 bajo par
18 jul 2022 . Actualizado a las 09:15 h.Los libros de las grandes gestas del golf ya incluyen a Cameron Smith (Brisbane, 1993) como autor de una de las mejores remontadas de la historia. El jugador australiano, que abrió el domingo del Open a cuatro golpes del norirlandés Rory McIlroy y del noruego Viktor Hovland, dibujó este domingo una faena que marcará época en el Old Course. Siete birides en los 14 primeros hoyos le situaron entonces como líder solitario. A partir de ahí, gestionó su ventaja y se apuntó otro birdie, el decisivo, en el icónico 18. Ahí ya se sabía prácticamente ganador —aunque el partido estelar aún no había terminado—, después de una tarjeta sin error alguno en toda la tarde, para un parcial de -8 y un total de -20. Ese resultado de 20 golpes bajo par supone el más bajo nunca visto en St. Andrews, uno menos que los -19 de Tiger Woods en el mismo escenario, en la cuna del golf, cinceló en su victoria del 2000. E iguala las cifras más bajas jamás conseguidas en cualquier grand slam, los -20 de Jason Day en el PGA del 2015, de Henrik Stenson en el Open del 2016 y de Dustin Johnson en el Masters de Augusta del 2000. Smith acabó con un golpe de ventaja sobre su compañero de partida, el estadounidense Cameron Young, dos sobre McIlroy, el gran derrotado del día, y seis sobre el inglés Tommy Fleetwood y Hovland.
Smith se convierte en el primer ganador australiano del Open desde que lo logró Greg Norman en 1993. Sexto jugador del ránking mundial, vive la temporada de su vida. En St. Andrews se convierte, además, en el segundo jugador que encadena en una misma temporada las victorias en The Players y el British, como solo había conseguido Jack Nicklaus en 1978.
Con una particularísima estética para un golfista, con melenita rubia asomando por debajo de la visera y un bigote fino, venía anunciando algo grande en el Open desde principios de semana. El viernes se fue a dormir con una tarjeta de -13. Esos 131 golpes después de 36 hoyos batieron un récord parcial en St. Andrews. Pero el sábado vio como McIlroy y Hovland daban un vuelco en la clasificación. De superarlos por tres golpes, pasó a verlos a cuatro de distancia. Una desventaja que le exigía una exhibición.
Y la hizo.
Aupado, sobre todo, por un putt prodigioso. La proeza que protagonizó Smith tuvo la otra cara de la moneda en McIlroy, que prolonga su sequía sin grandes desde el 2014, cuando ganó su cuarto major. A mitad de su ronda mandaba con dos golpes de ventaja. Sin hacer nada mal. Fiable desde el tee, brillante con los hierros, astuto al diseñar su juego corto, pero solo correcto con el putter. Con el palo más corto de la bolsa se le escaparon una tras otra la mayoría de las oportunidades de birdie. Todo lo contrario del ganador. Hacia la gloria por la sutileza, en la cuna del golf. Con la voz entrecortada, y ya con la Jarra de Clarete en las manos, Smith agradeció el apoyo de su equipo de trabajo, del público australiano y de la organización del Open Británico.