
La campeona de España aspira a seguir en los dos deportes a su referente, Xisela Aranda, hoy futbolista
05 sep 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Marta Domínguez (Vigo, 2001) comenzó a jugar al squash de manera casual, pero lo que no ha llegado de la misma manera ha sido su irrupción en el circuito internacional. Número 78 del mundo, acaba de ser semifinalista europea y aspira a cotas mayores a base de trabajo y sacrificio, las recetas que apunta como explicación de su gran progresión. Todo, mientras continúa sus estudios y aspira también a ser profesora.
—¿Cómo surgió que comenzara a practicar squash?
—Cuando tenía 11 años, fuimos mi hermana melliza, María, y yo a ver a mi padre. Iba con su primo, que se lesionó a los 15 minutos y, para aprovechar la pista, fuimos nosotras a intentar pelotear. Casi no pasaba la pelota de media pista.
—¿Y cómo cambió la cosa?
—Pasaba el presidente del club por detrás y dijo que no se nos daba mal, que podíamos probar en las escuelas deportivas, y así fue. A mí me gustaban todos los deportes: me da igual que me des una pelota, una raqueta, voleibol, baloncesto... El squash me enganchó pronto; en cuanto sabes darle, es mucho mejor.
—¿Cómo fue tener una melliza y que las dos practicaran el mismo deporte?
—Hacíamos todo juntas: ir al cole, las mismas actividades, las mismas amigas... Con el squash, lo mismo. Teníamos la misma vida hasta que ella se fue a estudiar a Santiago y dejó el squash y yo me marché a Pontevedra y seguí.
—¿Había pique entre las dos?
—Sí, bastante. Siempre gané yo, pero mi hermana también tenía un nivel muy alto. Contra mí creo que se esforzaba más (risas). Nos enfrentábamos muchas veces, pero en la pista no éramos hermanas.
—Más allá del deporte, ¿qué le ha supuesto tener una melliza?
—Hay momentos y momentos. Como todos los hermanos, a veces te llevas muy bien y otras te odias. Pero es un privilegio tener una hermana de tu misma edad y poder hacer tantas cosas con ella. La relación siempre ha sido muy buena, aunque seamos muy diferentes. Para mí, María es un apoyo muy importante.
—¿Y cómo gestionaron el momento de tomar caminos distintos?
—Ese verano fue muy raro. En Vigo, siempre que iba a cualquier sitio, ella estaba a mi lado. En Pontevedra, nadie sabía que tenía una melliza. Pasamos de estar juntas todo el día a vernos los fines de semana. Te cambia la vida.
—¿Se planteó en algún momento dejar el squash como ella?
—Ese año en que me fui de Vigo a Pontevedra fue difícil y sí que se me pasó por la cabeza. Pero realmente, no me veo sin deporte.
—¿Qué le ha dado y qué le ha quitado el squash?
—Me ha aportado un montón de cosas, como todo deporte. Aprendí a organizarme de pequeña con las horas de estudio y entrenamiento, a aprovechar mejor el tiempo. Sabía que si quería entrenar, que siempre me ha encantado y voy feliz, los deberes eran primero. Me ha dado muchas experiencias y valores como el respeto, el compañerismo, el juego limpio... He podido viajar, conocer otras culturas, gente, aprender inglés... Más allá de los resultados que consigas, te llevas todo eso. La parte más complicada es tener que sacrificarte y asumir más responsabilidad, debes cuidarte, no puedes salir tanto con los amigos... No es la misma vida de otra persona, pero aprendí que hay tiempo para todo si lo aprovechas bien.
—¿Tiene alguna ventaja practicar un deporte minoritario?
—Que es más fácil llegar a destacar y llegar lejos al haber menos gente. Pero, frente a eso, hay menos visibilidad y menos dinero.
—¿Alguna vez ha tenido que renunciar a algún reto deportivo por cuestiones económicas?
—No, pero ha sido gracias al apoyo de mis padres y a que mi familia se lo podía permitir. Sí he visto que otros niños no podían tener las experiencias que nosotras vivíamos por temas de dinero.
—¿Cómo de desconocido es actualmente el squash?
—Bastante. En Pontevedra, gracias a Miguel Novegil (su entrenador) ha crecido, pero el pádel arrasa y el squash se queda más reducido. En mi círculo me escuchan a mí, pero mucha gente, de primeras, lo relaciona con el agua.
—¿Qué disciplina hubiera elegido usted de no jugar al squash?
—Hicimos algo de atletismo, pero, sobre todo, me encantaba el fútbol. Aunque probamos en El Olivo, a nuestros padres les gustaba más el ambiente del squash. Incluso ahora, que mira cómo me va en el squash, sigo pensando en seguir los pasos de Xisela Aranda (campeona de España en su día y ahora futbolista del Tenerife) en el futuro. Ella me dice que ya estoy fichada, que cuando se retire me cede el dorsal. Ojalá poder compaginarlos.
—¿Qué sueños le quedan por cumplir en el squash?
—Entrar en el top-50 de la PSA (Professional Squash Association) y, si llega a ser deporte olímpico, ir a los Juegos. Pero lo más importante es que las lesiones me sigan permitiendo disfrutar.
En corto
Domínguez quiere ser profesora, pero sin dejar de lado el squash. Antes, le gustaría que su carrera vaya para largo.
—¿Tiene alguna superstición antes de competir?
—Cuando voy a sacar, siempre golpeo de la misma forma.
—¿Cómo es Marta como espectadora?
—Paso más nervios. Desde dentro sabes cómo estás; fuera, no puedes hacer nada.
—¿Quién es su referente?
—Xisela Aranda, siempre.
—¿Y de otro deporte?
—Rafa Nadal.
—¿Es aficionada de algún equipo de fútbol?
—Del Celta. Lo veo siempre.
—¿Hasta qué edad se ve compitiendo?
—Hasta pasados los 30, si el cuerpo me lo permite.
—¿Y cuando se retire?
—Quiero ser profesora de secundaria y seguir ligada al squash.
—¿Una afición?
—Me encanta la playa.
—¿Qué idiomas habla?
—Español, gallego y me defiendo con el inglés.
—¿Qué países conoce?
—De Europa, casi todos. Estuve en Egipto y ahora voy a ir a Estados Unidos y Canadá. Pero en algunos estás en aeropuertos, hoteles y poco más.
—¿Dónde no ha estado y le gustaría?
—En Venecia.
—¿Tiene carné de conducir?
—Sí, fue de las primeras cosas que hice al cumplir los 18.
—¿Y coche?
—Uso el de mis padres, un Clio.
—¿Comida preferida?
—Soy feliz comiendo la de mi madre, da igual lo que haga.
—¿Y usted cocina?
—Sí, aprendo de ella y me encanta. Pero como la suya no hay.