
Manuel Ríos Quintanilla, exfutbolista blanquiazul, del Valencia y del Hércules, relata cómo las lesiones lo retiraron con sólo 28 años
27 mar 2023 . Actualizado a las 10:00 h.Coruñés. Del barrio de Monte Alto. Deportivista. Exdirector de banca. Colaborador de la Fundación Padre Rubinos. Monaguillo. Excapitán del club coruñés. Internacional absoluto. Pero, sobre todo, «amigo de mis amigos», asegura. Manuel Ríos Quintanilla (1945), Manolete, es historia viva del balompié gallego. Un futbolista de los de antes. De los que compaginaban el balompié con su trabajo. De los que no rehuían de los focos. Un tipo que, pese a haber defendido los colores de España, sigue manteniendo la normalidad por bandera.
—¿Cómo se explica que haya llegado a ser un mito del Deportivo, retirándose con solo 28 años?
—Yo no sé si mito. Lo que sé es que la gente me quería mucho. Creo que era porque siempre lo di todo en el campo. Jugué lesionado, infiltrado... Lo di todo por el club y, ahora desde otra faceta, sigo haciéndolo.
—La retirada le llegó pronto, después de haber dejado quince millones de pesetas (90.000 euros) en las arcas del Deportivo en 1972, cuando, por ejemplo, un piso en pleno centro de Madrid costaba unos 20.000.
—Tengo que decir que me costó irme del Deportivo, pero fue un orgullo para mí que el Valencia pagara esa cantidad. Tanto este club como el Atlético de Madrid llevaban años intentando ficharme, pero entonces existía el derecho de retención y aquí no me soltaban. No es que estuviera mal. Pero yo, que ya había sido internacional en dos ocasiones, algo muy difícil jugando en el Deportivo (contra Irlanda y Grecia), llegó un momento en el que aspiraba a algo más. Y al club le vino muy bien el dinero. Pero me lesioné pronto. En un entrenamiento, una acción tonta, me fastidié la rodilla. Pasé ocho veces por el quirófano por eso.
—¿Ocho veces?
—Sí, y solo por eso, por otras cosas, siete más. Me operaron del menisco, de la cadera, de la médula, del corazón, de la próstata, de la vista... No sigo porque ya casi ni recuerdo todo.
—Le tocó vivir esa época en la que el fútbol se compaginaba con el trabajo.
—Pues sí. Yo empecé a trabajar muy joven en Fenosa. Estaba en el laboratorio de verificación. Controlábamos que los contadores funcionaran bien. Y, al mismo tiempo, jugaba en Primera División.
—Monaguillo, futbolista, empleado de Fenosa... Y hasta banquero.
—Eso me llegó un poco por casualidad. Yo ya había dejado el fútbol y me llamó un amigo del banco de Granada. Pensé que era para abrir una cuenta y le dije que en ese momento andaba liado con otros negocios (fue fundador de Egasa, que dio lugar a lo que hoy se conoce como Luckia) y que ya hablaríamos. Pero no. Él lo que quería ofrecerme era un trabajo allí. Yo no tenía ni idea de ese mundo, pero me convenció. Empecé y fui progresando hasta llegar a director. Luego marché para el banco de Bilbao y también llegué a director de la sucursal de la plaza de Pontevedra, al lado de las oficinas del Deportivo.
—Y cuando el club se convirtió en SAD, en 1992, se jugó el puesto por echarle una mano.
—Y lo volvería a hacer. Es cierto que luego pasaron cosas que me distanciaron con el que entonces era presidente [Lendoiro], pero yo aquello lo hice por el Deportivo y, le repito, volvería a hacerlo. No es que cometiera ningún delito ni nada parecido. Sólo que no se veía muy bien en el banco dejarle dinero a los clubes. Yo hice una buena exposición y obtuve la autorización. Pero, claro, si la cosa hubiera salido mal... las hubiera pagado yo.
—Durante el mandato de Lendoiro, la asociación de veteranos, que usted preside, estuvo fuera del Deportivo. ¿Cómo vivió aquello?
—Pues muy mal. Porque solo el que siente cariño por un club puede entender lo que el Deportivo significa para mí. Más allá de haber jugado. Es que lo noto como propio. Por fortuna, cuando llegó Tino Fernández a la presidencia nos acogió y ahí seguimos. Poniendo nuestro grano de arena y ayudando, porque los veteranos no estamos sólo para jugar partidos y vernos de vez en cuando, recaudamos dinero para ayudar a compañeros que lo necesitan y a otras personas que tampoco tienen mucho.
—Hablábamos antes de que arriesgó el trabajo por el Deportivo y, casi, también el matrimonio.
—(Se ríe) Es que no estuve muy afortunado poniendo la fecha de mi boda. Fue en el año 1972. Daté el acontecimiento para finales de mayo. En la Copa nos había tocado el Real Madrid en dieciseisavos y no pensé que fuéramos a pasar. Empatamos allí a uno y luego en Riazor a cero. Y pasamos. Así que nos tocó jugar los octavos el día que yo tenía marcada la ceremonia. Nos enfrentamos en octavos al Celta y empatamos en Riazor, así que mantuve la fecha porque no pensé que fuéramos a conseguir pasar. Y resulta que ganamos 0-2 en Balaídos y creo que hice uno de los mejores partidos de mi vida. Pero la siguiente eliminatoria coincidía con la boda, así que tuve que volver a variarla... Ahí ya nos pilló el Barcelona y no hubo más cambios (vuelve a reírse).
—Pese a jugar de central y centrocampista, especializándose en el marcaje al hombre, sólo fue expulsado dos veces. Tiene mérito.
—No, no. Ese dato aparece por ahí, pero está mal. Solo me echaron una. Fue contra el Celta en 1966. Me tocó marcar a Abel y se pasó todo el partido metiéndose con mi madre, mi familia... Y pues, se me fue la cabeza, y le arreé. Pero no fue mucho la cosa, que solo me sancionaron un partido.
—¿Qué coche tiene?
—Tengo un Smart, muy cómodo para manejarse en ciudad.
—¿Una comida?
—Soy de buen diente. Además, me encanta la cocina. Los domingos preparo fideuá, con gambas, rape, almejas...
—¿Una bebida?
—Mencía con Fanta de naranja.
—¿Cual ha sido la última tarea del hogar que ha realizado?
—Colocar un interruptor en la cocina, que estaba estropeado.
—¿Una película?
—Soy más de ver reportajes que películas, pero me gustan las policíacas.
—¿Qué tipo de música escucha?
—Española. Me gusta mucho Julio Iglesias.
—¿Con qué famoso se iría de cañas?
—Con los buenos amigos que tengo me llega, pero si me pide alguien conocido, pues con Nadal, por su forma y sencillez de ver el deporte.
—Para informarse, ¿prensa, radio o televisión?
—Soy de prensa diaria. Desayuno siempre leyendo La Voz de Galicia, de la que soy suscriptor. Y, luego, pues también veo el telediario.
—¿Es creyente?
—Mucho y, además, practicante.
—¿Lo más duro que le han dicho en un campo?
—No me han caído muchas. He tenido la suerte de no ser muy pitado ni insultado, pero está claro que como visitante nadie está exento de se acuerden de su madre o su familia.
—¿Lo peor del fútbol?
—Los futbolistas desagradecidos. Todos tendríamos que estar alabando a la gente, pero algunos...