Lo que tienen que hacer los tribunales es aplicar la ley. Si la ley no ayuda, como sucede en el caso de Rubiales, es más complicado. Con el Fifagate acabaron gran parte de los implicados en prisión. Lo más complicado en estas tramas es conseguir las pruebas. En las federaciones muchas veces se pasan por alto las irregularidades. Son sistemas clientelares. Los presidentes se ganan los favores de los responsables de las federaciones autonómicas y, una vez llegan, es difícil que les saquen de ahí. Lo vimos con Villar y ahora lo vemos con Rubiales. Reparte dinero, lleva a la selección a sus territorios, les construye nuevos campos... y así se garantiza que vuelvan a votarle.
Ha habido casos graves en otros muchos deportes, aunque tengan menos eco. No es que el deporte sea más corrupto que cualquier otro ámbito de la sociedad. Donde uno tiene poder, y hay dinero, tiende a aparecer la corrupción. Es así. Habría que aprovechar esta situación para darle una vuelta profunda a la estructura del sistema federativo, al modelo clientelar. Que, además, no es un problema exclusivo del fútbol. Habría que cambiar la Ley del Deporte y el decreto de federaciones. Llevamos 50 años con el mismo modelo y no funciona. Hay que darle una vuelta a cómo se eligen los presidentes, a que puedan acumular 20 o 25 años en un cargo. Eso no es bueno nunca. Acaba siendo un cortijo. Habría que limitar los mandatos. A ocho años, por ejemplo. Es una forma de regenerar, de poner limitaciones. Que haya una mayor implantación de la mujer. Se pueden hacer muchas cosas. Lo que hay que tener es voluntad política de hacerlo. Y eso depende del Gobierno, que protegió a Rubiales, por su proximidad al PSOE, como contrapeso a Tebas, que es afín a Vox. A Sánchez le iba bien. Podía haberle echado mano mucho antes y no quiso. No había elevado al TAD ni una de las querellas que habían llegado al CSD, cuando con Villar las elevó todas. Hasta que no le quedó más remedio por el escándalo social.