«Sí, jugamos al fútbol. Sí, somos mujeres deportistas. Pero somos más que eso». Se retira Megan Rapinoe, una futbolista que entendió que la fama va mucho más allá de ganar un título Mundial, un oro en los Juegos Olímpicos, un Balón de Oro o el The Best. Tiene todos esos éxitos dentro del campo, pero fuera de él deja una huella enorme por su rebelión y compromiso social, elevándola por encima de muchas otras de su generación.
En el 2012 contó públicamente que era lesbiana. Y, desde entonces, ha sido un estandarte mundial de los derechos LGTBIQ+. Fue una de las jugadoras que demandaron a la federación estadounidense por discriminación y lideró la lucha por la igualdad salarial entre hombres y mujeres en este deporte. Tras una batalla legal de años, en el 2022 alcanzó un acuerdo en el que se combinaría todos los premios monetarios de la FIFA para la selección femenina y la masculina, y luego se dividirían en partes iguales entre ambos. Historia del fútbol.
Hincó la rodilla en el suelo durante el himno estadounidense para dar visibilidad a la desigualdad racial y la brutalidad policial en su país. Levantó la voz. Y la criticaron. Pero no se calló: «Puedo entender que piensen que estoy faltando al respeto a la bandera por arrodillarme, pero es mi responsabilidad garantizar que en este país tengan libertad».
Es la mujer que, contra la misoginia, le ganó un pulso a Donald Trump. Durante el mundial del 2019 confesó que no iría a la «puta Casa Blanca» si ganaban el torneo y que no lo haría mientras el polémico expresidente siguiese en el poder. Fiel a sus principios. Comenzó un continuo cruce de acusaciones entre ambos en el que Trump retó a la jugadora a ganar primero el título para, después, poder tener argumentos para hablar. Megan cumplió su parte. «Me excluye a mí, a las personas que se parecen a mí y a las de color», apuntó tras el título. Imposible decirlo más claro. E imposible tener más coraje para plantarse. Ejemplo de compromiso y valentía.