Estremece pensar que ocurran cosas así. Presuntamente, ser de Valladolid es el único motivo por el que un joven propinó un fortísimo puñetazo a otro que celebraba una despedida de soltero en Burgos. El golpe mató en el acto al chico, de 32 años.
Duele pensar cómo lo estarán pasando su familia, sus amigos... Y duele pensar que se pueda llegar a odiar tanto.
Las redes sociales han ayudado a blanquear discursos dañinos y disparatados. Los haters campan a sus anchas, muchas veces bajo el escudo del anonimato. Sus mensajes se viralizan y muchos borregos los siguen.
Pasa —quiero creer que antes con más asiduidad que ahora—en la vida, en la política y en el fútbol. Son numerosísimos individuos los que vuelcan sus frustraciones en lo que debería ser solo un entretenimiento, por eso se cuentan por miles los hooligans que se sienten facultados a insultar a una persona solo porque lleva la camiseta del rival. Racismo, xenofobia... Todo vale con tal de hacer daño.
Y como no hay límites, vale hasta insultar a una ciudad entera. En el acta del reciente derbi asturiano entre el Sporting de Gijón y el Real Oviedo se reflejaron cánticos de ese tipo. Por desgracia, no es nada raro. También ha pasado cuando se han enfrentado el Deportivo y el Celta, o en otros derbis gallegos. Como si muchos de los vigueses que insultan A Coruña no fuesen a estar en la filas contrarias si hubiesen nacido unos kilómetros más al norte, y viceversa.
Urge erradicar esos comportamientos del fútbol. La competencia es una parte imprescindible en el deporte porque este no existiría sin el deseo de superarse a uno mismo y a los rivales. Pero es importante entender esa rivalidad desde un punto de vista sano, sin odios, y darse cuenta de que entre los eternos enemigos suele haber muchos más puntos en común que diferencias.