El esloveno Tadej Pogacar conserva la «maglia» rosa y amplía su ventaja sobre Geraint Thomas
06 may 2024 . Actualizado a las 19:40 h.De sus seis propuestas para el nuevo milenio, Italo Calvino escribió cinco: levedad, rapidez, exactitud, visibilidad y multiplicidad. Se murió antes de poner blanco sobre negro la sexta: coherencia. Naturalmente, Tadej Pogacar (UAE), producto genuino de este tercer milenio, reúne en su persona todas esas virtudes. Por eso puede ganar todos los días, en todos los terrenos, ante cualquier rival y sea cual sea el recorrido.
Por eso, en tres etapas del Giro de Italia, remató al poste en Turín (y se llevó una sorpresa genuina por no ganar), se impuso en Oropa y ayer jugó con el pelotón y casi se carga un clásico inmutable del arte italiano del último siglo y medio: la primera volata de la corsa rosa. Pero con la suerte suprema del ciclismo, el esprint, no se juega y los velocistas pusieron en su sitio al esloveno de los mechones rubios. Volata reglamentaria y victoria de Tim Merlier (Soudal), tremendo acorazado belga que batió al aún más grande Jonathan Milan (Lidl-Trek).
Casi cuatro metros y doscientos kilos de ciclista entre los dos, una fuerza de la naturaleza que no se frena así como así en una recta como la de ayer. Gente que de la levedad de Calvino no ha oído hablar en su vida.
Pogacar atacó en la carretera de entrada a Fossano (donde hasta ahora el Giro solo había llegado una vez y ganó Adriano Baffi), una cuestita de nada y se vio a solas con Geraint Thomas (Ineos). Los dos primeros de la general se pusieron a jugar. Por un momento, cuando a Milan se le acabaron los compañeros del Lidl-Trek para tirar, pareció que igual llegaban. Pero las leyes del esprint son implacables. Para un pelotón con esa nómina de velocistas (Merlier, Milan, Girmay, Kooij, Vernon, Dainese, Gaviria, Bauhaus, Ewan, Groves...) un hueco de tres o cuatro segundos es apenas un mordisco, un par de pedaladas con esos desarrollos inhumanos que manejan.
A falta de alternativas en la general, los esprints prometen emoción en este Giro. Sobre el papel, había siete llegadas propicias para los velocistas y en la primera no fallaron. Merlier, un veterano de mil batallas y 31 años, subió el 42.º triunfo a su casillero. El segundo en el Giro, donde ya ganó en el 2021, y octavo de la temporada. El triunfo fue convincente, por lo que tuvo de ortodoxo. Un sprint claro, abierto, que dominó saliendo desde la parte derecha por las vallas para ganar con autoridad el mano a mano con Milan, por el otro lado de la calzada.
Llegadas caóticas
La arrancada de Pogacar no fue lejos, pero sí evidenció que aquellos equipos diseñados única y exclusivamente al servicio de un sprinter han pasado a la historia. El famoso treno, la fila de gregarios que llevaba a Mario Cipollini hasta casi la línea de meta para que solo tuviera que poner la guinda, ya no existe. Había genios del último relevo como Silvio Martinello. Michael Morkov (Astana), que no corre este Giro, quizá haya sido el último de esa especie con su maestría para conducir a Mark Cavendish.
Hoy, los equipos son más cortos (ocho ciclistas en las vueltas grandes) y raro es el caso en que no se dividen entre hombres para etapas y para la general, por lo que siempre faltan recursos a la hora de lanzar las llegadas, que suelen ser más caóticas. Cipollini ganó 42 etapas del Giro y en muchas de ellas ni siquiera le rozaron sus rivales, dado el respaldo que tenía, su superioridad y el temor que infundía a sus rivales. Los esprints de hoy son un pandemónium de codos y gritos. Eso sí, ahora como siempre, en una volata no frena nadie y que sea lo que dios quiera.
Hoy, nuevo show camino de Andora, por la misma ruta que la Milán-San Remo. Los tres últimos kilómetros son cuesta abajo, con unos últimos 800 metros prácticamente rectos y perfectamente llanos, sobre una calzada de ocho metros de ancho. Es decir, un paraíso para los sprinters. Sin complicaciones como levedad, multiplicidad y otras sutilezas. Solo rapidez.