El Olímpico de Berlín, la mayor reliquia nazi que sigue casi intacta

Ignacio Tylko COLPISA

DEPORTES

José Manzaneque | EFE

Sede del Hertha, los alemanes no lo consideran el estadio de Adolf Hitler sino el coliseo en el que Jessie Owens derrotó al Führer

13 jul 2024 . Actualizado a las 16:40 h.

Una inmensa pradera emboca en el Estadio Olímpico de Berlín, donde España luchará frente a los Three Lions por su cuarto entorchado europeo. El Campo de Mayo (Maifeld), aquella extensión en la que Adolf Hitler celebró reunir a un millón de fanáticos, está casi como estaba. Pese a las remodelaciones interiores acometidas, la parte exterior del estadio y el complejo que lo rodea se mantienen como en los Juegos Olímpicos de 1936. Un amplio paseo, piedra oscura que evoca el Coliseo de Roma, seis torres de homenaje a los pueblos germánicos, la campaña con el águila imperial y las estatuas de Arno Breker, el escultor preferido del dictador.

Cuando el 1 de agosto de ese 1936 Hitler proclamó inaugurados los Juegos que celebraban la undécima Olimpiada de la era moderna, no añadió ninguna declaración política a petición del COI. No le hacía falta, aquella puesta en escena se consideró casi una declaración de guerra. Le vitorearon cientos de miles de seguidores del régimen nazi, orgullosos de su caudillo, de un estadio faraónico que se tardó 28 meses en construir y cuyo presupuesto se disparó de 5 a 42 millones de marcos.

Los nazis confiscaron un hipódromo adyacente y expropiaron terreno al Unión Berlín, inquilino de la zona. Cuentan los historiadores que en un principio a Hitler le estorbaban los Juegos, heredados del gobierno anterior. Fue el ministro de Propaganda nazi, Joseph Goebbels, quien le persuadió de que serían el mejor escaparate para mostrar al mundo las excelencias de la nueva Alemania. También le convenció la masiva entrada de divisas extranjeras, igual que sucedió con la Italia fascista de Mussolini, que rentabilizó el Mundial de fútbol en 1934.

Diseñado por el arquitecto Werner von March con capacidad inicial para 100.000 almas, el estadio fue concebido como una obra monumental para reflejar el poder y la gloria del Tercer Reich. Incluía una serie de instalaciones deportivas complementarias, como una piscina olímpica y esa gran explanada destinada a desfiles y eventos masivos. Uno de sus elementos más distintivos es la Puerta de Maratón, una abertura central en la tribuna oriental que se alinea con la Torre de Maratón. Servía para facilitar el acceso y la circulación de personas durante los eventos, incluida la visita de Mussolini. A principios de la Segunda Guerra Mundial, el Olympiapark fue convertido en un búnker, una fábrica de detonadores, un almacén para munición, comida y vino y un lugar de apoyo para la difusión radiofónica.

El Olímpico de Berlín es, junto al Campo Zeppelín de Núremberg, la mayor reliquia del nazismo que sigue intacta. Sorprende que en un país donde cualquier simbología nazi se considera delito, no fuera demolido. Para explicarlo hay varias teorías. A diferencia de lo que sucedió en España, la transición en Alemania se hizo en un contexto de derrota y de ocupación extranjera, con el nazismo globalmente desacreditado. Para la mayoría de los germanos, la mejor forma de afrontar la historia de un edificio es crear un museo alrededor o colocar alguna placa, no destruirlo y pensar que nunca existió.

Otra teoría se refiere al efecto que en la sociedad tuvieron los cuatro oros de Jessie Owens que refutaron el discurso racista de Hitler, el rabioso dictador que se negó a saludar al héroe estadounidense. Sobre cómo el nazismo encajó los éxitos de Owens, lo mejor es rememorar un discurso del Führer: «Las personas cuyos antepasados venían de la selva son primitivos y tienen una constitución más atlética que los blancos civilizados; no podemos competir con ellos y, por lo tanto, deberían ser excluidos de las competiciones deportivas». En la guía del Olympiastadion, cuenta el periodista Voker Kluge que para la mayor parte de los berlineses no representa ya el coliseo de Hitler sino el recinto donde Owens ganó cuatro oros olímpicos y derrotó al Führer.

El cabezazo de Zidane a Materazzi

Cuando hubo debates serios sobre qué hacer con el recinto, las autoridades concluyeron que el coste sería demasiado elevado. Tras la Segunda Guerra Mundial, era utópico plantear la demolición de un recinto casi intacto en una ciudad destruida. Los británicos le encontraron pronto un uso como cuartel general de su Ejército. Eso sí, el palco en el que Hitler era vitoreado, fue demolido. Antes del Mundial de 2006 se planteó una completa remodelación, pero no hubo apoyos políticos suficientes.

Con el tiempo, los recuerdos del cabezazo de Zinedine Zidane a Materazzi en la final de la Copa del Mundo, los récords de Usain Bolt o los partidos del Hertha de Berlín, equipo de segunda división que pone campo en tan faraónico escenario, se van imponiendo.

El Olympiastadion es sede de las finales de la Copa de Alemania desde 1985 y el recinto donde el Barça se impuso a la Juventus para conquistar la Champions en 2015. Rakitic, Luis Suárez y Neymar fueron los goleadores, Andrés Iniesta el MVP de la final y el gol turinés lo anotó un tal Álvaro Morata. Casualidades del destino, o no.