No es el mejor plan desayunar con «un ataque masivo», a través de incendios, realizados por grupos coordinados, a las líneas de trenes de la ciudad en la que estás. Y duele ver París tan blindada, con miedo, desconfiada, vacía. Casi nada se libra de las restricciones. De la librería Shakespeare and Company, esa joyita a orillas del Sena, cerrada ayer, hasta las pistas de tenis del Jardín de Luxemburgo, a unos metros de la fuente Médici. Parte del centro de la ciudad se fue cerrando para los Juegos, transportes, museos, plazas y parques. Los parisinos lo sufren y se hartan, y quizá no vuelva a haber unos Juegos como estos. Para mal y para bien. Por la cantidad de sacrificios a los que obliga un evento concebido con tanta audacia, con estadios efímeros en la calle y la ceremonia al aire libre. Un formato que obliga a reinventar los protocolos de seguridad en zonas gigantescas.
¿El coste vale la pena? Quizá no tanto para los vecinos de una capital que todo el planeta conoce, pero para el que disfruta los Juegos da gusto que se celebren aquí. En una ciudad libre, donde el ejército y la policía no exigen a los periodistas que detallen a dónde van a ir cada día al salir del hotel, como en Pekín 2008; donde la organización no cae en la enfermiza burocratización de Tokio 2020; donde no hay amenazas que impidan pasear como en Río 2016.
Pero alguien olvidó lo obvio de cara a la apertura. ¿Qué pasaría si llovía? Arreció agua durante casi toda la ceremonia, algo no tan descabellado porque estamos en París, y el evento no pintó mal en la señal televisiva, mientras en Trocadero, donde se levantó el escenario final del espectáculo, la sensación fue de fiasco durante la primera parte. Operarios achicando el agua del gigantesco escenario, decenas de autoridades a la fuga en un palco que alguien olvidó cubrir completamente por si llovía, y apenas unos cientos de atletas, vestidos con chubasqueros transparentes, poniendo en riesgo su participación por culpa de una mojadura.
La ceremonia tuvo dos problemas: una primera parte algo lenta y que no había plan b si llovía, lo que hizo huir a la mayoría de atletas de Trocadero (y a medio palco de invitados). Pero el último tercio de la apertura, festivo, emotivo, sorprendente, conmovedor, fue de lo mejor de la historia de los Juegos. A la altura del espectáculo de Londres 2012, e incluso por encima. La ceremonia del Sena, también preciosa, ya es la ceremonia de los chubasqueros.