Cuando la cabeza te obliga a parar

DEPORTES

Varios deportistas gallegos relatan los problemas de salud mental que los obligaron, en ocasiones, a aparcar la actividad física o cambiar sus hábitos

11 sep 2024 . Actualizado a las 12:26 h.

Suena el despertador. Lo apagas una vez. Dos. A la tercera te levantas. Lo haces porque las obligaciones priman. Pero no te apetece. La inercia te lleva a la ducha, mientras notas que un nudo vuelve a envolver tu garganta. El estómago también se manifiesta. Pero no es un hormigueo de excitación. De ganas de hacer cosas. Lo es de temor. De miedo a enfrentarte a tu día. Desayunas. Notas presión en el pecho. Recuerdas que le llaman ansiedad, que no debes preocuparte, pues nada letal te amenaza. Todo está en tu cabeza. Vas a trabajar. A veces no lo haces solo. Las lágrimas te acompañan. A la ida y a la vuelta. Pero como profesional que eres haces de tripas corazón. El resto ven tu mirada caída. Tu ceño fruncido. Tratas de disimular, apretar los dientes y tirar hacia delante. Lo ocultas en casa para no preocupar a tus seres cercanos. Siempre has sido fuerte y esta vez no va a ser diferente. Vas a salir tú solo de ese pequeño bache. Hasta que un día todo estalla y te das cuenta de que has caído en el pozo.

Este relato de sensaciones, que puede resultar conocido a muchas personas —un estudio internacional del grupo AXA sobre salud y bienestar mental realizado con el colegio nacional de psicólogos, sitúa en un 34 % el porcentaje de españoles que sufren problemas de salud mental—, resulta de sumar el cúmulo de sensaciones que algunos deportistas de alto nivel describen como propios. Sensaciones que pueden resultar extrañas cuando quien dice que las sufre es un profesional de la actividad física. Cierto que cada vez menos —principalmente desde que en Tokio 2020 saltó el caso Simon Biles—, pero aún sigue sorprendiendo que personas, aparentemente felices con la labor que desempeñan sufran mientras lo hacen.

El último anuncio en Galicia lo protagonizó Iván Ares, uno de los más destacados pilotos españoles, que la semana pasada dijo: «Hasta aquí». Aparcó su vehículo para curarse. Lo comunicó a través de las redes sociales y comenzó un proceso de reencontrarse consigo mismo. Con el sentido que previamente le encontraba a la vida y al pilotaje.

Antes de Ares, otros deportistas de esta comunidad autónoma pasaron por situaciones similares. Es el caso de Miguel Alvariño, olímpico en tiro con arco y medallista a nivel internacional. En su caso vivió dos experiencias negativas provocadas por las expectativas que tenía creadas en su carrera deportiva y en cómo los criterios de selección de la federación, primero para los Juegos de Tokio 2020 y luego para los de París 2024, las frustraron.

«Cuando vi que, de forma injusta, me quedaba sin ir a Tokio estuve muy mal. No era solo quedarme sin Juegos, sino cómo me hacía sentir lo que estaba viviendo. Soy una persona que tengo un carácter fuerte, pero me hicieron sentir vulnerable. Todas tus ilusiones tiradas por la borda. Y me lo comí yo solo. No quería preocupar a nadie de mi entorno. Pensaba que yo lo superaría. No sonreía. No hablaba. Estaba a mi bola. Lloraba. Iba a pasear solo. Pero, al mismo tiempo, trataba de que no se me notara y cuando estaba con la familia disimulaba. No dormía. A veces, por la noche, abandonaba la cama para que no se enterara mi pareja y me iba para el salón. A mi bola. Finalmente, me abrí a ella y me puse en manos de un profesional», relata el arquero de As Pontes.

Tres años después, y ante la previsión de que lo vivido pudiera repetirse, optó por apartarse del arco y tomarse un descanso: «Esta vez no tuve crisis de ansiedad, solo que al conocer los criterios de selección, perdí la ilusión y la motivación, porque me di cuenta de que me iba a quedar fuera. Y, como no quería, volver a pasar por lo que su día sufrí, decidí que debía primar mi salud mental y me retiré temporalmente. Ahora, después de unos meses, tendré que replantearme todo de nuevo», expresa.

Alvariño no es el único olímpico gallego al que su cabeza le mandó parar. Hace tres años, Rodrigo Conde renunció a disputar los Juegos de Tokio, porque la categoría de remo en la que competía le exigía un peso que le costaba mantener: «Cuando a falta de tres meses para la cita olímpica pasamos las pruebas médicas vi que tenía que perder 9 kilos. Tenía solo un 7 % de grasa corporal. No podía ser. Llevaba desde los 18 años así, haciendo cosas extremas para perder kilos. Luchar por dar el pesaje me pasó factura. Tuve mis momentos, mis ralladas. Me encerré en mi mismo y no pedí ayuda. Lo afronté por mi cuenta. Mi terapia fue contarlo». Paró un tiempo y retomó la actividad, pero en una categoría superior. El resultado, un diploma olímpico en París y la demostración de que la cabeza se puede sanear.

Diferente es el caso del exciclista Martín Bouzas. Su palmarés, con tres campeonatos de España contrarreloj (dos sub-23 y uno juvenil) hacían prever un futuro prometedor para el de Rois. Pero la presión pudo con él. «Entre lo que tú te exiges y el exterior... Es complicado. Yo no llegué a caer en una depresión profunda como algún compañero que estuvo días sin levantarse de la cama. Pero me llegó lo mío. La bicicleta, esa que tanto quería desde niño, estaba a punto de convertirse en mi enemigo. No rendía en las carreras. Llegué a tomar la salida en alguna carrera y no irme las piernas. Pensaba que tenía alguna lesión, pero no. Era mi cabeza. Y me encerraba en mí mismo hasta llegar a un punto de que ver una película y no enterarme de lo que pasó en todo el rato. Mi cabeza estaba sabe Dios dónde. Esta situación, que le puede suceder a mucha gente, quizá en un deportista se agrava algo más porque entrenando y compitiendo consumes mucha energía y eso te genera una debilidad que repercute en tu cabeza».

Tras un año sin coger una bicicleta, volvió a montarse. Incluso se le pasó por la cabeza retomar la competir. Pero su tiempo había pasado.

Ana Peleteiro y el futbolista de la Real Sociedad Brais Méndez son deportistas de élite gallego que en algún momento también hicieron público los problemas de salud mental que llegaron a superar.

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«En medio de las competiciones, rompía a llorar»

Las lesiones y la pérdida de una beca son motivos que también pueden llevar a los deportistas a caer en una depresión. Es el caso de la atleta internacional, diez veces campeona de España, Lidia Parada. El calvario para la pobrense comenzó en el 2018, después de hacer el mejor año de su carrera. Pero a partir de ahí, llegaron una serie de lesiones y, en el 2020, poco antes del confinamiento, la comunicación de que le retiraban la beca. «Ese año no lo noté mucho porque apenas hubo competiciones y tenía un dinero ahorrado».

Pero el tiempo pasó y en el siguiente ejercicio seguía sin ayudas económicas. Veía que la federación no confiaba en ella y eso le provocaba inseguridad. «Me entrenaba bien, pero en los campeonatos fallaba. En el 2021 empecé con ataques de ansiedad. Incluso durante las competiciones, en medio, rompía a llorar. Tenía que retirarme a mitad de las pruebas porque no podía controlarme», relata con la congoja que le produce el recordarlo.

Aunque físicamente, «estaba como un toro», destaca, le faltaba confianza: «Las noches eran de insomnio o de llanto», recuerda mientras enfatiza lo que para ella siempre fue la jabalina: «Vaciarme hasta el final». Pero no conseguía hacerlo: «Luchaba contra mí misma. Yo era mi enemigo. Discutía con mi entrenador. Notaba que no me entendía. En el 2022, recurrí a un psicólogo y me ayudó. Me hizo recordar que era diez veces campeona de España». Y reaccionó. La sonrisa regresó su rostro.

Las lesiones volvieron. Esta vez en forma de rotura de cruzado y menisco. Pero su cabeza no es la misma y ya sueña con volver a pisar el tartán.

«Me creaba ansiedad el querer ser perfecta en todo, y no lo veía como un problema»

El de Sara Guerrero es el caso de una joven de 17 años a la que sus resultados deportivos en triatlón la llevan a ser becada en un centro de alto rendimiento, en este caso, en Madrid. Todo parecía un camino de rosas. Como un cuento. Estaba entre la élite de su deporte y cada día mejoraba. Mientras, se preparaba académicamente. Ningún problema a la vista.

Pero el tiempo pasó, las exigencias fueron aumentando y la ferrolana comenzó a no poder atender a todas las tareas que tenía. Ahí empezaron los problemas mentales.

Por las mañanas, tenía prácticas universitarias, por las tardes se entrenaba ella sola; entretanto, el cansancio iba haciendo mella en su cuerpo y en su cabeza.

«Me creaba ansiedad el querer ser perfecta en todo, y no lo veía como un problema», reflexiona años después.

Sus resultados no eran malos, pero ella se exigía cada vez más y más. Y no solo a nivel deportivo. También en los estudios y en su vida en general.

«Empecé a no dormir por las noches... No tenía por el día un momento de descanso y dejé de disfrutar compitiendo. Vivía angustiada, tratando de hacer lo que yo entendía que todo el mundo esperaba que hiciera, pero no podía», subraya la triatleta.

De nuevo, un psicólogo volvió a cumplir con su objetivo y puso los cimientos para su recuperación.

Sara Guerrero abandonó la burbuja del CAR de Madrid, regresó a casa, comenzó a entrenarse con su padre, se metió en el grupo de trabajo de Gómez Noya y los resultados no tardaron en llegar. Desde diciembre del 2021, dos campeonatos de España, dos Copas de Europa, un cuarto puesto en el campeonato continental y un subcampeonato también europeo en relevos mixtos.

«Solo tuve que hacer clic, darme cuenta de la situación, volver a casa y ahora vuelvo a disfrutar», sentencia.