Javi Gómez Noya, el extraterrestre que reinventó el triatlón

DEPORTES

José Luis Cereijido

Sus cinco mundiales en distancia olímpica representan un hito dentro de un palmarés único que logró pese a sufrir vetos por una anomalía cardíaca

25 sep 2024 . Actualizado a las 22:05 h.

Un día mientras nadaba en la piscina de Caranza, en Ferrol, unos chavales que preparaban las pruebas físicas para opositar a bomberos le dijeron que probase con el triatlón, porque tres deportes eran más divertidos que el trabajo solitario en el agua. Unos meses después arrasó entre su categoría en su primera competición en Castropol. Desde entonces Javier Gómez Noya no dejó de despertar admiración. Como un extraterrestre que derribó todas las barreras, también personales, para acumular el mayor palmarés de la historia de su deporte: cinco mundiales en la prueba reina, la distancia olímpica, otros cuatro europeos en esa distancia, dos mundiales 70.3, otro X-Terra y un último de larga distancia en Pontevedra.

Desde que descubrió y reinventó el triatlón, como un especialista en las tres pruebas que lo componen, a diferencia de los pioneros, y hasta que acumuló el palmarés de leyenda que lo convirtió en premio Princesa de Asturias de los Deportes en el 2016, no dejó de superar adversidades. Como la estirpe de los grandes campeones, como los otros fenómenos junto a los que —al margen de leyendas del fútbol como Luis Suárez, Amancio...— escribió la edad de oro del deporte gallego contemporáneo: David Cal con sus cinco medallas, Teresa Portela con sus siete presencias en los Juegos, Óscar Pereiro, con su Tour de Francia...

Entrenado por José Rioseco, Gómez Noya destacó tan pronto, que siendo un crío un reconocimiento médico en el Consejo Superior de Deportes (CSD) le detectó una anomalía cardíaca, una válvula aórtica bicúspide. Aunque sus cardiólogos entendían que podía seguir entrenando sin poner en riesgo su salud, el CSD le retiró la licencia y, en la práctica, le privó de competir al más alto nivel. Aquel conflicto le puso a prueba su fortaleza física y mental, y su amor para no renunciar a su deporte, siendo casi menor de edad. Siguió compitiendo, de forma prácticamente clandestina, con una licencia autonómica, y no estatal. Hasta que, con el apoyo incondicional de su familia y de la Federación Gallega de Triatlón, convenció al CSD para que le levantase el veto para seguir en la élite internacional. Lo convocaron para el Mundial sub-23 de Queenstown (Nueva Zelanda) del 2003 con apenas unos días de margen, y se colgó el oro con solo 20 años. Octavo del Europeo y del Mundial en el 2004, solo una extraña decisión lo dejó fuera de los Juegos de Atenas de ese año. Y, unos meses después, se le volvió a aplicar el veto por su anomalía cardíaca, hasta que de nuevo un comité de expertos respaldaron su posición.

Volvió a lo grande en el 2006, ganó el Mundial del 2008, el primero de los cinco de su mayor obra (2010, 2013, 2014 y 2015, un hito inédito en su deporte). Arrastrando una lesión desde meses antes, fue cuarto en Pekín 2008 y se colgó la plata olímpica en Londres 2012. Unas semanas antes de viajar a Río para los Juegos del 2016, sufrió una fractura en el codo que le privó de otra medalla cantada, en un ciclo victorioso que entonces protagonizaba con Carlos David Prieto como entrenador.

Colmado de éxitos en una época irrepetible de duelos frente a Alistair Brownlee, llevaba tiempo alternando distancias y terrenos diferentes, buscando estímulos más allá de la distancia olímpica. Hasta que en el 2017 decidió probar en el ironman. En la larga distancia batió récords y logró títulos, sin llegar al nivel de excelencia que había mostrado en la distancia olímpica. A su prueba fetiche volvió en Tokio 2020, antes de disfrutar de una última etapa, ya como padre de su hija Olivia, ahora de casi 2 años, fruto de su matrimonio con la triatleta neozelandesa Anneke Jenkins.

Su futuro mira a Galicia, ligado, cómo no, al triatlón. Para transmitir el veneno que le metieron a él aquellos futuros bomberos.