Todos no ganan en el deporte: los que entrenan ocho horas diarias y aquellos que apenas pisan el campo de entrenamiento. En la línea de salida de la final de los 100 metros en unos Juegos hay ocho atletas como la copa de un pino, pero solo uno se llevará el oro. Pasa lo mismo en los deportes colectivos. Hasta 22 clubes inician el campeonato de Segunda División, y una quincena pugnan por el objetivo de ascender, pero solo seis alcanzarán los puestos que dan pie a conseguirlo. ¿Qué pasa con los que no triunfan? ¿No se merecía el podio el que quedó cuarto en la carrera? ¿El séptimo se esforzó menos que el sexto? ¿Y cuánto trabajó más el que subió directo que el de play off?
Porque no ganar es normal, hace falta que los focos alumbren a aquellos que perseveran en su empeño hasta que el calorcito del triunfo los abraza. Lucas Vázquez, que acompañado por Modric dedicó a los seguidores del Madrid la Copa Intercontinental, es uno de ellos. El gallego ha vencido muchas veces (desde hace años atesora un dorado palmarés), pero también ha sabido mantenerse fuera de los focos mientras estos alumbraban a otros y él continuaba trabajando. Llevó el brazalete en el Castilla que descendió en el 2014, jugó en el Espanyol y volvió al Madrid, donde va camino de cumplir diez años de su debut de blanco, pero nunca ha dejado de soñar con momentos como los que está disfrutando. No es solo la lesión de Carvajal la que le ha llevado a que recibiese en nombre de sus compañeros el aplauso de 80.000 aficionados, sino esa perseverancia en el entrenamiento y el amor por el deporte.
Ganar es tan anormal, que no hacerlo se convierte durante años en la rutina de muchos atletas. Lucas, al que su Curtis natal ha decidido dedicar una calle, goza de esta irregularidad del éxito con la misma sonrisa de cuando los focos no lo alumbraban a él. Solo así seguirá triunfando.