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Manolo González, el picapedrero se doctora en la cima

DEPORTES

José Manuel Vidal

El técnico lucense conduce al Espanyol al filo de la permanencia tras una segunda vuelta en la que firma números de competición europea

22 abr 2025 . Actualizado a las 10:05 h.

Último 23 de noviembre. El Espanyol visita Montilivi. Es penúltimo. En la Cadena Cope, el periodista Quique Iglesias desvela un ultimátum. A Manolo González (Folgoso do Courel, 1979) le dan dos partidos para ganar o será cesado. Varios medios corroboran la advertencia. El Espanyol cae 4-1 ante el Girona y toca fondo. Ha hecho diez puntos en trece jornadas. La cuerda ha llegado al hilo. Visita Cornellá el Celta de Giráldez. No hay más balas. Walid Cheddira anota el 3-1 definitivo para los pericos en el 87. Corre como una exhalación hacia el área técnica. La piña de celebración se monta sobre Manolo González. La grada carga contra la directiva y corea el nombre del gallego, que da una vuelta de honor con sus jugadores a la conclusión. En los ojos de Manolo asoman lágrimas. «No estoy llorando, ¿eh?. Pero me ha costado la vida llegar a Primera y quiero seguir». Parecen más que tres puntos. Un plebiscito.

«No lo sé, no puedes saber por dónde van los tiros». Le preguntan si con esa victoria ha devuelto la carta de despido. «La gente dice, ‘cobras tu contrato’, pero me da igual eso. Tengo amor propio y orgullo y no quiero que me echen de ningún sitio. Lo que quiero es acabar mi contrato. Desde el primer día la afición me ha demostrado cariño. Si eres del Espanyol y todo el estadio canta tu nombre...». A Manolo le llegaba el aliento en vivo. De las redes sociales, nunca quiso saber nada. «Son una basura, lo peor que le ha podido pasarle al fútbol y a la vida. Solo hacen que pierdas el tiempo, que te distraigas. Son una barra libre para decir cosas sin respeto. No quiero saber nada de ellas. Todo lo que me llega es por comentarios de amigos».

Manolo González, el viernes pasado, celebra con sus jugadores la victoria ante el Getafe
Manolo González, el viernes pasado, celebra con sus jugadores la victoria ante el Getafe AFP7 vía Europa Press | EUROPAPRESS

A Manolo González, hijo de emigrantes lucenses a Barcelona, lo llamaron el 12 de marzo del 2024 para suplir a Ramis en el Espanyol, que deambulaba por la categoría de plata. Su carrera como futbolista había sido tan corta que casi se acabó en el prólogo. Una triada lo retiró con 21 años en el Montañesa. «A partir de ahí me entregué en cuerpo y alma a la faceta de entrenador. Soy un picapedrero. Entrené en todas las categorías del fútbol modesto». Trabajó durante años como conductor de autobuses de línea en el área metropolitana de Barcelona. «El que me quiera insultar con eso lo tiene jodido».

El día que su teléfono sonó para dirigir al Espanyol entrenaba a su filial en la Segunda Federación. Algunas voces cuestionaron entonces su inexperiencia. «Lo que más me ofendió es que me llamaran mediocre solo por el hecho de que llegué desde abajo. Es una falta de respeto muy bestia. Nunca diría eso a nadie». Tras 104 días y 16 partidos, con una sola derrota, devolvió al Espanyol a Primera. «Me reventaron el teléfono con más de 500 mensajes». El picapedrero había tocado cima y le tocaba mantenerse.

Manolo González, tras el ascenso del Espanyol
Manolo González, tras el ascenso del Espanyol

La victoria ante el Celta fue un bolsón de oxígeno. Los pericos cerraron la primera vuelta a un punto de la permanencia. Un punto de inflexión. En las últimas veinte jornadas, el Espanyol es noveno. En las diez últimas, cuarto. El viernes pasado, tras sumar ante el Getafe su tercer triunfo consecutivo, y dejar casi atada la permanencia que activaría la renovación de su contrato, Manolo se sentó en la sala de prensa de Cornellá.

—«El Espanyol es el quinto equipo en la segunda vuelta, a nueve puntos del descenso y a cinco del octavo, que va a Europa... Si yo te digo Europa, ¿tú qué me dices?

—El Nou Sardenya. Que juega ahí, ¿no?

En la sala se escucharon risas. Manolo, aliviado, sacó a pasear su retranca gallega con un guiño a un club modesto catalán. El mismo barro del que nunca renegó.