
Los que dudamos del (escaso) sentido que tiene valorar individualmente un deporte colectivo como el fútbol estamos de enhorabuena en los últimos tiempos. Primero, Vinicius declinó ir a la última gala, porque no se lo daban a él, y desde entonces ha dilapidado su talento de futbolista genial para escarnio de sus contrincantes; y ahora, mientras Lamine Yamal y Dembélé (un barcelonista y otro que lo fue hasta hace poco) dirimen quién se llevará el siguiente, viene Cristiano Ronaldo (ídolo del madridismo) para restarle importancia a un premio que, según él, ha perdido sentido y credibilidad. «No hay un consenso, yo ya no me creo mucho los premios individuales, porque sé lo que se trabaja por detrás de la verdad», afirmó impávido el portugués.
Aquello de ver la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio, avanza hacia una nueva dimensión cuando el galardón personal que más páginas escribe del mundo del fútbol va a adornar la estantería de cualquier estrella del momento, siempre que no sea la de uno mismo. El cinco veces ganador de este premio subrayó que Lamine tiene potencial para ganarlo, pero, subrayó, debería recibirlo el jugador más destacado del equipo que gana la Champions (chinita al barcelonismo a cuenta del actual atacante del PSG).
Para desenredar el sainete, nada mejor que releer las entrevistas a nuestro Luis Suárez, que hasta el 2024 era el único Balón de Oro español. Así recordaba el gallego eterno cómo le dieron su galardón: «Sale la noticia y viene el subdirector de L'Équipe a un partido de Liga normal y me da el trofeo. Yo lo levanto, juego el partido, acabo, me ducho, me lo llevo para casa y ahí se acabó todo. No había nada más, ni una cena siquiera. Me llevé este cacharro para casa tan contento pensando que era una cosa normal». Sí, era la más normal de un fútbol que ahora solo se fija en lo superfluo.