El delantero del Dépor se ha labrado dos leyendas en su estancia en A Coruña: una, la de goleador excelente; y otra, la de líder de la noche y de la farra herculina.
06 nov 2002 . Actualizado a las 06:00 h.Mira lo que se avecina a la vuelta de la esquina viene Diego rumbeando Con la luna en las pupilas y en su traje agua marina van restos de contrabando... Sí, es el Aserejé , la canción del verano que aún invade el otoño y que fue utilizada por un seguidor blanquiazul para definir a Tristán en uno de los foros de la web del Deportivo. Diego, el hombre de la Algaba, corre el riesgo de convertirse en una de esas canciones fugaces que también se dan en el mundo del fútbol. Llegan, calan en el aficionado, en los medios de comunicación, aparecen hasta en la sopa y, poco a poco, se diluyen hasta perderse en medio de sus propios excesos. Pero, ¿en verdad define esta dramática canción la personalidad del futbolista? ¿Es rumbero este goleador? ¿Se da caña donde no cabe un alma? ¿Baila? ¿Goza? ¿Canta? Diego se ha forjado dos leyendas en su estancia en A Coruña. Una, la de excelente goleador, capaz de inventarse los tantos más hermosos; y otra, la del rey del Orzán, y del Casino, y de Chevalier, y... en definitiva, de la farra en sus más variadas expresiones. Javier Irureta sorprendió el lunes respondiendo a la habitual petición de titularidad de su díscolo jugador con un significativo: «Hay que cuidarse». La verdad es que Diego lleva tiempo jugando con fuego. Ya lo hacía antes de llegar al Deportivo. Conocido es el Informe Pirri que dejó al por entonces jugador del Mallorca fuera del Madrid. Incluso, mantuvo una reunión con Florentino Pérez. -¿Es cierto que sale mucho por la noche? -Como todos, ¿usted, qué quiere, un futbolista, o una monja? Este sería, en esencia, un resumen de la conversación entre los dos personajes. No gustó la respuesta a Pérez y Tristán se despidió de su futuro merengue. Y llegó al Dépor. Desde entonces, su vida de despendole ha sido tan comentada en la ciudad como sus obras de arte sobre el césped. Encontrarse a Diego por la noche es una cuestión de probabilidades. Y de certezas. Le va la fiesta. Pocos coruñeses amigos de la nocturnidad no han visto en más de una ocasión a su ídolo. Incluso, los de más aguante han coincidido con él ya de día cuando tenía que irse al entrenamiento. El algabeño, varias veces, llegó a entrenarse con retraso, con sus ojos verdes vidriosos, con un discurso pastoso y con un aliento etílico, que para nada evocaba al exquisito Rioja 904, su vino favorito. Javier Irureta, por lo menos en la apariencia, ha tragado mucho, pero a lo que se ve ha agotado su paciencia. Diego Tristán ha sido ejemplo de todo lo que no es disciplina, hasta el punto de llegar a cabrear, no sólo a su entrenador, sino también a fisioterapeutas y a un sector de su plantilla. Durante la pasada temporada, un redactor de La Voz de Galicia fue testigo desde las once de la mañana hasta las dos de la tarde de su falta de rigor profesional. En la puerta de la Deporclínica , los empleados blanquiazules salían una y otra vez a la calle, miraban el reloj y lamentaban que no era la primera vez que Diego les plantaba cuando tenía que tratarse de una lesión. El comportamiento del jugador ha llegado a preocupar en el seno de la entidad deportivista, donde se temía que, cualquier día, acabara siendo protagonista de un gran escándalo, más allá de anécdotas como perder un avión, un entrenamiento, salir el último al campo o ser negligente con sus lesiones. De hecho, en la plaza de Pontevedra se quedan más a gusto cuando los padres del jugador, así como su novia de siempre, llegan a su casa de Oleiros. Piensan que un marcaje de su entorno más cercano propiciaría un Diego más reposado y menos dado a visitar lugares como el Casino, el escenario en el que su leyenda adquiere tintes épicos. Si la rumurología sobre sus desafíos al azar fuese cierta, el andaluz pasaría a la historia de arruinados ilustres. El 24 de enero del presente año, una persona jugaba convulsivamente al black jack contra el crupier en un casino. «Juega con fichas de diez mil. Acabará perdiendo dinero a manos llenas. Jugar sin parar, solo contra el crupier, que es un experto, es regalar los cuartos». Quien hablaba era uno de los responsables de un casino de Figueras. Quien jugaba era Diego Tristán, que horas antes había marcado un golazo que, a la postre, fue el que metió al Dépor en la final de la Copa del Rey. Con las manifestaciones de Irureta se ha dado un salto cualitativo en una historia que pone en evidencia al jugador, incapaz de tener un comportamiento profesional cien por cien y al club, incapaz de solucionar un asunto en el que es el principal perjudicado. Diego Tristán cree que sus goles son un aval para sus devaneos y que antes que quedarse en casa jugando a la play station , cosa que no le gusta, es preferible una ración de luces de neón, decibelios y de esa magia que él encuentra en Pirámide, Garibaldi o la Fundación o... No parece muy asentado el futbolista, para el que salir de noche entra en su esfera privada, incluso cuando está a menos de 48 horas para la disputa de un encuentro ante el Real Madrid. Su caso, seguro, no es el único del mundo del fútbol y, seguro, no el único en el Deportivo. Algunos achacan tal comportamiento a una falta de madurez, propia de aquellos que sólo quieren el lado bueno de la vida, como si ser una estrella, lo que es Tristán, fuese gratis; como si con dar lo que a uno le sobra fuese suficiente para llegar a lo más alto. Diego no acaba de encontrar su camino. ¿Adónde vas Tristán? Y el Dj que lo conoce Toca el ritmo de las doce Para Diego y la canción más deseada Y la baila Y la goza Y la canta...