La mayoría de los intelectuales son unos soberbios, había dicho el caudillo a uno de sus escasos amigos. De ahí que el generalísimo no quisiese reunirse con gente tan pedante. Peor fue aquel dirigente nazi que sentenció: «Cada vez que oigo la palabra cultura me llevo la mano a la pistola». Afortunadamente, el rey Juan Carlos no aplicaba estas sentencias y siempre procuró recibir al mayor número de intelectuales posibles, igual que lo hizo su padre, don Juan, conde de Barcelona. Siguieron la frase de De Gaulle, que cuando André Malraux le recomendó que no recibiese a Jean Paul Sartre, comentó la siguiente frase: «Voy a recibirlo. Él también es Francia».Así, comenzaron a aparecer por la Zarzuela, generalmente con motivo del día del Libro, el santo del Rey o el día de la Constitución o de la Hispanidad, personajes como Camilo José Cela, Francisco Umbral, Antonio Buero Vallejo, Jorge Semprún, Antonio Gala o José Hierro.Ello no quitaba que a don Juan Carlos le gustase oír rancheras y leer novelas del Coyote (la Reina prefería escuchar a Bach y leer a Thomas Mann). Él quería ser rey de todos los españoles y poco a poco, con sangre (el terrorismo seguía matando), sudor y lágrimas, lo estaba consiguiendo.