Metabolismo urbano. No queda tiempo (La ciudad. Parte III)

Carmen Vázquez TRIBUNA ABIERTA

DEZA

30 ago 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Las ciudades son como organismos vivos que para sobrevivir necesitan adaptarse a las circunstancias del medio, como son las nuevas necesidades derivadas de la pandemia que ahora nos afecta como sociedad.

Las ciudades actuales son el resultado de las diferentes situaciones de evolución, culturales, cambios socioeconómicos como migraciones y el aumento de población que conllevan, desastres sobrevenidos, naturales o fortuitos, los avances científicos o las epidemias, que han ido transformando los asentamientos urbanos existentes con acciones como liberar el suelo con el derribo de murallas, la introducción de medidas higienistas y saludables como sistemas de saneamiento y abastecimiento de agua, trazados de calles más amplias y soleadas, sustituyendo a las tramas medievales, desocupar los bordes de cauces de ríos y costas, etc.

Nada es nuevo para la historia de las ciudades, ni siquiera las pandemias. Y para su desarrollo futuro, las medidas basadas en la experiencia histórica pueden ser tan útiles como los modelos de crecimiento teóricos o los conceptos urbanísticos de lo que debe ser una ciudad. La emergencia sanitaria ha evidenciado los riesgos ecológicos que nos amenazan con los riesgos sociales aparejados, y ha propiciado que se precipite la necesidad de un modelo urbano que sea a la vez social y sostenible.

La experiencia que vivimos responde a una situación global centrada en las ciudades, que es donde vive la mayoría de la población mundial, y tiene por tanto una respuesta local. Además, la pandemia trajo consigo un aumento de la conciencia social y política para el cambio, poniendo el foco en la ciudadanía y su salud como centro del diseño urbano. Por eso, la batalla contra cualquier virus, que es la misma batalla de la sostenibilidad y del cambio climático, se librará en las ciudades cambiando su ecosistema, el de todas, grandes y pequeñas. Una mirada sistémica haga que se mueva el conjunto.

Ciudad y sociedad evolucionan a la par y a ambas solo les queda ser resilientes y proactivas de cara a los cambios que se avecinan. La política con mayúsculas pasa hoy por empoderar a las personas, no solo como destinatarios de servicios y proveedores de datos. Las decisiones individuales se alinean con lo colectivo y es tan necesario fortalecer la capacidad tecnológica de las ciudades como empoderar a los ciudadanos para hacer frente a las nuevas circunstancias.

El diseño de la nueva ciudad debe hacerse desde la gente, no a sus espaldas. Será una respuesta a sus necesidades, no algo a lo que tengan que adaptarse. Hacer un urbanismo de proximidad con una menor ocupación de suelo, que mude el modelo expansivo por la rehabilitación de lo existente y que sustituya la construcción de nueva planta por la regeneración urbana.

Una buena gestión con eficiencia medioambiental que cambie a un modo de vida y consumo más sostenible, lo decide la ciudadanía a través de sus líderes, sus equipos técnicos y los procesos de participación urbana, y no solo de los que tienen intereses económicos en la ciudad. Se necesitan políticas que favorezcan un cambio en la forma de habitarla, con coordinación normativa y oportunidades de inversión. También acciones que optimicen los recursos existentes para reducir la movilidad y aumentar la accesibilidad ciclo-peatonal; que den cancha a las nuevas tecnologías para lograr una energía cada vez más limpia. Políticas de acceso a la vivienda, que no es liberar suelo para más ladrillo, y sí atender a las situaciones de pobreza y hacinamiento tan ligadas a la expansión de la pandemia. Medidas que persigan la eficiencia energética en la edificación, uno de los sectores con más consumo de energía. Acciones encaminadas a hacer saludablemente habitable la ciudad existente a través de los servicios de proximidad: equipamientos, comercio, centros escolares o de salud y los espacios públicos como lugares colectivos que garantizan el derecho a la ciudad.

Reducir la huella ecológica

La vida en las ciudades ha de ser compatible con el cambio climático. Queda la tarea de concienciar a la ciudadanía de realizar la secuencia de abastecimiento, transformación, consumo, producción de residuos y reciclaje en sus actividades, mediante estrategias de economía verde y circular para que sus hábitos repercutan favorablemente en el territorio inmediato. Estrategias que han de incluir la transición energética y reducir la ingesta de recursos para garantizar que la ciudad sea sostenible a largo plazo. Un «metabolismo urbano» saludable implica que el intercambio de materia, energía que se establece entre un asentamiento urbano y su entorno natural, sea equilibrado.

El medio natural disipa la energía de la ciudad, se encarga de absorber sus residuos, depura su aire, modera su clima y atempera su ambiente. Una urbe que metaboliza sus exigencias de recursos, aminora su impacto en la biosfera, donde es posible la vida.

Pero los efectos del calentamiento global ya se muestran y cualquier hoja de ruta para des-carbonizar y reducir la huella ecológica de la ciudad, llega ya tarde. No queda tiempo.