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Los lobos en manada seguían a los ejércitos en busca de botín en los campos de batalla

f. rubia alejos LALÍN

DEZA

M. Alejos

Este animal está dotado de un instinto especial para eludir la presencia del hombre y camuflarse con la floresta

20 dic 2021 . Actualizado a las 12:40 h.

Otra publicación de gran utilidad era Curso completo o Diccionario Universal de Agricultura (1797-1803). Esta obra recoge noticias interesantes sobre el lobo, por la repercusión de este animal como enemigo implacable del ganado desde tiempo inmemorial. Entre sus páginas, extraemos algunas noticias: «Acomete a los bueyes, a los caballos y a los asnos; los agarra por la cola, forzándoles a dar vueltas, por cuyo medio los aturde, los hace caer y le salta inmediatamente a la garganta; en fin, el animal expira, el lobo lo despedaza, y come hasta saciarse con exceso. Se lleva las reses lanares echándolas sobre el cuello; y las cabras y perros son también sus víctimas.

Respecto al ataque a personas dice: acomete igualmente a los muchachos y mujeres, cuando se halla oprimido de hambre, y cuando una vez ha gustado la carne humana, la apetece después con ansia. Cuando las condiciones de supervivencia le resultan totalmente desfavorables antes de morir de hambre sostiene su estómago comiendo greda».

K. Zinmermanm en su Historia Natural (tomo IV) dice: «El lobo es muy aficionado a la carne humana, tal vez no comería otra si él fuese más fuerte que el hombre. Se ha visto los lobos seguir a los ejércitos, llegar en manadas numerosas a los campos de batalla, en que sin el conveniente cuidado se habían enterrado los cadáveres, descubrirlos y devorarlos con codicia insaciable: y estos mismos lobos, acostumbrados a la carne humana, acometer a los hombres, y antes al pastor que al ganado, devorar las mujeres y llevarse a los niños.

Se asegura que los lobos visitan los campos de batalla y que siguen a los ejércitos en manadas numerosas esperando escoger su botín entre las víctimas de la guerra, mostrándose ávidos de carne humana cuando la han probado».

En la Guerra de la Independencia «como quedaban muchos cadáveres de soldados y guerrilleros perdidos entre las malezas de los montes o mal enterrados en los campos de batalla, y muchas caballerías también sin enterrar, los lobos aumentaron peligrosamente, y lo que es peor, se acostumbraron a cebarse en carne humana, haciéndose más peligrosos» (F. de Paula Fernández de Córdoba).

Siguiendo con ataques de lobos a seres humanos, pasamos a relatar una historia que llegó a Deza que nos fue transmitida por José Carlos García Vázquez. Se trata de un hecho ocurrido por la zona de León, en que una manada de lobos había atacado a una pareja de la Guardia Civil que se encontraba haciendo ronda nocturna. Los guardias, al verse acorralados y corriendo un serio peligro su vida, se defendieron con sus armas reglamentarias abriendo fuego, logrando dar muerte a numerosos lobos, hasta que se les acabó la munición, pasando a continuación a defenderse del furibundo ataque a bayoneta calada. La ferocidad y el asedio del gran número de lobos, en tan arriesgada y desigual lucha, acabaron con la vida de la pareja de la benemérita en poco tiempo, devorando los cuerpos a continuación.

Despertado nuestro interés por lo ocurrido, localizamos publicada esta noticia en el citado Cuadernos de Estudios Gallegos, dice: «Muy cerca de Galicia, entre Riaño y Prioro, en el invierno de 1856 a 1857 se encontraron muertos y medio devorados, entre muchos cadáveres de lobos, los restos de dos guardias civiles, que lucharon con las fieras hasta acabar sus municiones, y sucumbieron después extenuados, defendiéndose a bayonetazos».

Presencia en Deza

Por su notable interés recogemos un caso de un encuentro entre un vecino de la parroquia lalinense de Donramiro, con un lobo. La historia es también de José Carlos García, y dice casi textualmente: Una noche a altas horas, salió mi padre a «tornar as augas» de un prado, cuando de repente notó una sensación extraña «e que por veces non lle paraba a boina na cabeza». Al poco tiempo vio a un lobo de gran tamaño que le cerraba el paso sentado sobre un muro de cierre. Intentó asustarlo dando voces y movimientos con la horquilla que portaba. Ante la impasibilidad del animal, decidió arrojarle unas piedras. El lobo permaneció impertérrito, pero comenzó a mostrarle los dientes en actitud amenazante. En vista de lo cual consideró que lo más prudente era renunciar a espantarlo y seguir camino. Eso sí, dando un amplio rodeo.

Este efecto que el lobo produce en el hombre, es conocido desde muy antiguo. Ya Plinio en el libro VIII de su Historia Natural dice «cómo se le erizan los cabellos y pierde el habla a quien es visto primero por el lobo». San Isidoro de Sevilla en su Etimologías dice lo mismo. En Galicia se han dado muchos casos comprobados que se pierde el habla y se le erizan a uno los cabellos al ser visto por el lobo (De Paula).

De este curioso fenómeno, al que añadimos que ocurre siempre que el afectado no se encuentre alerta cazando, existen dados contrastados por Vicente Risco (1948), que a su vez los recoge de Antonio Caceda Rodríguez: «Dicen que cuando el lobo ve a uno y el individuo no lo ve a él, lo —emboza—, embaraza y no puede hablar y que se levanta el sombrero o gorra de la cabeza. El lobo también pone los pelos de punta, en Galicia se dice de esto: ¿has visto al lobo? cuando uno está despeinado. También se pone la carne de gallina. En Monforte de Lemos, según la versión de Dña. Ramona Rodríguez: […] de los lobos hasta hace setenta años había muchos por aquí y los hombres notaban si se acercaba, antes de verlo, por ponerse los pelos de punta, soltársele la gorra de la cabeza y ponerse la ropa floja».

En Tierra de Deza, en la década de los 60 del pasado siglo, los ataques del lobo a perros seguían produciéndose. Un ejemplo es el testimonio del entonces casero del pazo de Don Freán, que perdió a su perra devorada por el lobo. En esas fechas no era extraño escuchar en algunas noches los estremecedores «oubeos» o aullidos del lobo, comenta.

A finales de la misma década una de sus hijas fue perseguida por un lobo. La versión de la pequeña era que le había seguido despacito un perro grande hasta el portalón del pazo, pudiendo comprobar su padre, acto seguido, que se trataba de un lobo adulto que permanecía a la espera en la plazuela de entrada.

Los cazadores pedían recompensas por los pueblos a los ganaderos

Robert Curran considera al lobo «el animal más inteligente del bosque, como prueba su habilidad para eludir al hombre. Un maestro consumado del camuflaje». Estas cualidades las pudimos comprobar por nosotros mismos en la robleda de Don Freán, donde vimos a dos corzos huir en estampida y saltar el cercado de Montenegro. Días después un vecino nos comentó que «tenía el lobo en la robleda», por haber observado también en el mismo momento como saltaban el muro dos corzos, y a continuación el lobo, cuya presencia nos había pasado totalmente desapercibida.

Según vecinos del lugar la existencia de lobos por esta zona podía estar relacionada con el vertedero municipal (hace tiempo clausurado), donde se arrojaban toda clase de desperdicios y cadáveres de animales de granja, que propiciaban la afluencia de gran variedad de carnívoros, perros salvajes, y, en algunos casos, lobos hambrientos que pululaban en este foco infecto.

Interesado por esta situación visitamos el vertedero un anochecer cuando se encontraba en plena vigencia, quedando sorprendido por la extensión de vertidos cubiertos por un tupido manto gris en movimiento constante, formado por millares de ratas en frenética actividad. Un espectáculo dantesco que da idea de lo que acontecía en este lugar por las noches a la llamada del hambre.

Recompensas

Cuando algún cazador mataba un lobo, después de cobrar la recompensa y de recoger el pellejo (al que se le cortaban las orejas para evitar que cobrara dos veces el premio), era costumbre establecida ir por los pueblos pidiendo recompensa a los ganaderos, y por las majadas a los pastores, que le gratifican gustosamente.

El gran naturalista ferrolano López Seoane y Pardo Montenegro, refiriéndose a los premios por la captura del lobo, decía en 1861: 40 reales por un lobo; 60 por una loba; 80 si está preñada; 20 por cada lobezno. Cantidades importantes teniendo en cuenta que en 1900 una empleada de la Fábrica de Tabacos de La Coruña cobraba 3 reales diarios por el jornal de 12 horas. Ponemos en relieve la distinguida figura de este gran científico gallego y de su casa solariega de Cabañas, Pontedeume (A Coruña) donde tenía un gabinete de Historia Natural, considerado el más importante de Galicia y uno de los mejores de España.

Esta colección zoológica tuvimos el placer de visitarla a finales de 1970, cuando permanecía ubicada en Cabañas en una gran sala de la planta alta, donde se podían contemplar bajo vitrinas una gran diversidad de especies disecadas, principalmente de aves, junto con deformidades de la naturaleza, entre ellas un carnero con dos cabezas, y otras muchas piezas. Esta colección íntegra fue donada por los descendientes del naturalista al Ayuntamiento de La Coruña.

La abundancia de fauna salvaje en la antigua Terra de Deza, como en todo el solar gallego fue notable a lo largo de la historia. Una muestra de las huellas que el lobo fue dejando a su paso es la presencia de los foxos o trampas, la toponimia conservada y el extenso refranero. En los últimos tiempos la población del lobo ha experimentado un acusado descenso, pudiendo llegar a poner en riesgo la supervivencia de la especie en Galicia.

Si en el acervo popular el lobo es «el sabio de los montes», confiamos que la sabiduría del hombre llegue a resolver la problemática actual, y que se establezca un espacio de convivencia entre ambos.