Begoña Sampedro: «Gracias a mi madre pude ser guardia»

Rocío Perez Ramos
Rocío Ramos A ESTRADA / LA VOZ

DEZA

cedida

Durante más de dos décadas esta estradense fue la única mujer Tédax de la Guardia Civil en España

30 jul 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Begoña Sampedro Meire (A Estrada, 1972) nació en el cuartel estradense de la Guardia Civil, donde estaba destinado su padre y donde su madre dio a luz asistida por su abuela, que ya había ayudado a otras mujeres en su pueblo natal. Pese a esa unión al cuerpo desde su nacimiento, Begoña podría haber elegido otra profesión pero «me llamaba mucho ser guardia civil por ir a ver a mi hermano (seis años mayor que ella) a la Academia».

Su primer destino, en prácticas, fue la localidad toledana de La Puebla de Montalbán, donde nació Fernando de Rojas, autor de La Celestina. Allí supo lo que era el servicio rural. Ya como profesional estuvo después en Burgos, «en el núcleo de servicio, que era hacer garitas. No me gustaba nada y me salió la opción de hacer el curso para Tédax. Tuve que esperar porque pedían un año de ejercicio profesional antes y tuve mucha suerte. Luego ya estuve nueve meses en la Academia y una vez que aprobé las pruebas selectivas fui destinada como Tédax, (Técnico Especialista en Desactivación de Artefactos Explosivos), a A Coruña, donde llevo 21 años». Una vez realizó el curso de preparación participó en algunas comisiones especiales: una de tres meses en Menorca, donde veraneaba Aznar, y otro la boda de los actuales reyes en el 2004. «Llovía muchísimo», recuerda, «y a la reina Letizia la vi cerquísima».

Sus padres se separaron y fue su madre, afirma Begoña, «la que me sacó adelante. No había muy buen trato con mi padre y ella si trabajaba 10 horas en el servicio doméstico, tuvo que trabajar 14 o 15 para pagarme el gimnasio, la academia, los viajes a hacer los exámenes... Si no fuera por ella no hubiera tenido la oportunidad de ser guardia».

Reconoce que su madre hubiese preferido que «estudiase cualquier otra cosa porque estábamos en Santiago y tenía opciones, pero luego me apoyó en todo». Cuando le dijo que quería ser Tédax «quedó un poco impactada, pero la tranquilicé diciéndole que era un año de preparación, muy largo y muy duro, que no se preocupase porque salíamos bastante preparados y no me iba a pasar nada, aunque tampoco le conté todo con detalle», confiesa.

Hoy «ella está muy contenta porque me ve a mí muy contenta». Escogió esta especialidad porque «como hija de guardias veía todos los días en la televisión atentados terroristas y quería aportar mi grano de arena en la lucha contra esa injusticia». Quita importancia a haber sido hasta hace muy poco la única mujer Tédax de la Guardia Civil en España. «Yo luché por lo que quería y coincidió que soy mujer y que no había otra. Cuando me presenté a las pruebas no pregunté si había más. Yo fui porque me gusta esto y quise intentarlo porque si no vales, igual ya no sales del curso», afirma.

Recientemente otras dos mujeres finalizaron su preparación y están pendientes de su destino como Tédax. «Si a ellas les sirvió para animarse un poco más, yo me alegro, pero no lo hice para abrirle camino a nadie. Es una profesión como cualquier otra aunque entiendo que no es la especialidad que más les llama a las mujeres, que les tiran más otras como el grupo de información o Policía Judicial, pero a mí me tiró y se da la circunstancia de que soy mujer», sentencia.

Su momento más complicado como Tédax fue «cuando estuvo actuando Resistencia Galega». Su trabajo incluye «hacer muchas más cosas que poder desactivar bombas. Hacemos informes de explosiones, muchas de gas; reconocimientos de personalidades; recogida de material explosivo, en muchos casos de la Guerra Civil o caducado de gente que trabajó en minas o de artificieros». Pide encarecidamente a quien se encuentre con algo así «que nos avise inmediatamente, que no lo toque ni lo traslade. Es muy peligroso». Lo que más aparece, señala, son granadas de piña de la Guerra Civil, e incluso tienen encontrado alguna italiana, además de proyectiles enterrados que acaba descubriendo algún agricultor. «Galicia no es la zona de España en la que más aparecen pero aparecen muchos más de lo que la gente piensa», recalca.

Lo principal en su profesión, asegura, es «mantener la calma, ir con cautela y llevar la cabeza fría. Y aplicar siempre las medidas de seguridad porque aquí no habrá una segunda oportunidad, no se puede rectificar». Al trabajar con explosivos «lo que no puedes llevar es confianza, porque de valientes están las tumbas llenas». Destaca el valiente trabajo de sus compañeros en aquellos años de coches bomba de ETA en los que se dejaron la vida algunos especialistas y también guardias civiles que llegaban los primeros al aviso y caían en las trampas de los terroristas.

De su infancia en algunos cuarteles recuerda los juegos en la seguridad de los patios con muchos niños y niñas «al escondite, al frontón en Santiago con las raquetas, al veo veo o a policías y ladrones». Sus aficiones fuera del trabajo, dice, «son muy normales; leer, pintar un poco, ir al cine y al gimnasio a hacer deporte». «Por los deportes de riesgo no me dio», apostilla. Y en la cocina su especialidad es la paella. Su destino favorito es, además de Galicia, «siempre el sur. Me encanta». Va siempre desde hace años a Cádiz y «no cambiaría nada de allí: las playas kilométricas para pasear y una temperatura del agua del mar perfecta».