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El cuadro de Brea Colmeiro «perdido» en el estudio de Antonio López

Javier Benito
javier benito LALÍN / LA VOZ

DEZA

Cedida

Profesor y alumno mantienen una especial amistad tras varias décadas

09 sep 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Desde telas a utensilios de cocina o alguna fruta y una silla de loneta. Una amalgama de elementos plasmadas en un colorista bodegón surgido de los pinceles de un incipiente pintor, José Brea Colmeiro (Lamela-Silleda 1936). Una obra de juventud que pudo quedar arramblada en algún rincón, desbancada por decenas de cuadros nacidos de la fuerza creativa de este hombre vitalista y locuaz, que rezuma pasión por el arte. Su destino fue otro bien distinto y forma parte de la colección particular de Antonio López, considerado el pintor vivo más importante de nuestro país.

¿Cómo acabó ese óleo de Brea Colmeiro en el estudio del máximo representante de la Escuela de Madrid? Antonio López impartía en los años sesenta su sabiduría en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando y a su clase de colorido asistía José Brea como alumno. Y surgió esa química especial entre dos apasionados del realismo en el arte. El pintor silledense cosechó una matrícula de honor de su profesor, la única que otorgaba por curso, pero sobre todo una amistad que se mantiene seis décadas después. Y aquella obra gestada en el aula se convertía a mediados de los años 60 en un regalo al maestro.

En el devenir de la vida, propia y ajena, surgen momentos de mayor o menor acercamiento, pero Brea Colmeiro y Antonio López siempre han estado en contacto. En una de las visitas que el catedrático de Dibujo y artista silledense cursó al estudio del genio de Tomelloso en la capital madrileña surgía en la conversación ese antiguo regalo. «Antonio no recordaba dónde podía estar, tiene dos estudios en Madrid y mucha obra, pero me prometió que lo buscaría», comenta emocionado Pepe, como le gusta que le llamen los amigos. Y su amigo pintor y antiguo profesor cumplió su palabra. Hace poco tiempo volvían a reencontrarse, acompañado el silledense por una hija inoculada por la misma pasión que el padre por el arte. Y nada más atravesar la puerta se encontró con aquel lienzo de juventud «perdido», que reflejaba objetos recogidos por López junto a alumnos en el Rastro madrileño que después llevaban a la escuela para componer bodegones a retratar.

Ese rescate bien merecía quedar para la posteridad y no faltó una foto de ambos artistas posando con el cuadro. Queda preguntarse cómo valorarían ambos, décadas después, el mérito de la obra pero sin duda atesora una plusvalía intangible y emocional de altos vuelos. Plasma ese hilo, ese lazo tejido al calor de un aula que conduce el respeto y la amistad entre dos hombres, curiosamente ambos con 88 años a sus espaldas, que vivieron, viven y vivirán por y para el arte.

Mil y una anécdotas

Brea Colmeiro acumula historias y anécdotas capaces de llenar un libro, unas memorias que entretendrían y enseñarían a partes iguales. Y muchas de ellas de aquella etapa feliz de formación en Madrid, primero en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando y después en la facultad. «Yo estaba sudando tinta cuando el primer día en clase Antonio López nos puso en fila y, libreta y lápiz en mano, iba preguntando cuántas obras había pintado cada uno. Yo estaba hacia el final pero llegó al de al lado y dijo más de cien, así que pensé que igual podía decir cincuenta. Pero cuando me tocó a mí decidí decir la verdad y que ninguna», comenta el artista dezano afincado en Salamanca, donde ejerció como catedrático en el instituto Torrente Ballester. Su sinceridad pudo calar en el pintor conocido por todos por sus vistas de Madrid, por sus obras gestadas durante años en un acercamiento muy personal a su realidad más cercana.

Pese a llegar sin ese bagaje previo, Colmeiro —como le llama Antonio López— se ganó con su esfuerzo, madera de artista ya tenía desde su niñez, el reconocimiento del maestro. «Colmeiro llegó aquí sin saber nada, ha progresado en el curso y sigue el camino hacia adelante», recuerda que contaba en clase, algo que le granjeó alguna que otra enemistad. Con cierto pesar en la mirada rememora días en que se encontraba al llegar al aula con sus cuadrados rajados, una envidia que le hizo dudar pero encontró el apoyo incondicional de López para seguir adelante, dibujar y pintar, dibujar y pintar.

«¿No me decís nada de Colmeiro?, si el Gobierno me dijese que seleccionase un artista para premio nacional sería él», asegura el pintor silledense que comentó en su momento Antonio López. Cosechó varios en su dilatada trayectoria como artista, con medio centenar de exposiciones, que pudieron ser más pero su labor docente le restó tiempo. Incluso renunció a ir becado a Roma. Y a sus lúcidos 88 años sigue disfrutando con el pincel en la mano, como su antiguo profesor y, sobre todo, amigo.