El establecimiento fue fundado en 1954 como un ultramarinos pero también fue un bar, una droguería y actualmente es un bazar de decoración que, desde 2014, regenta exclusivamente Carlos Vázquez
30 jul 2021 . Actualizado a las 05:00 h.Este año se cumplen 67 años de la apertura del bazar Torres, en la calle Matemático Rodríguez de Lalín. A día de hoy está regentado por Carlos Vázquez Ríos, yerno de los fundadores. El negocio toma el nombre de Jesús Hermida, apodado Torres, su inicial propietario junto con su mujer, Blanca Nieves Ramos. Empezaron su andadura en 1954 con un establecimiento de ultramarinos y bar. La taberna estuvo abierta pocos años y el ultramarinos amplió su oferta con productos de droguería. Desde el año 1997 hasta la actualidad es un bazar que tiene a la venta una amplia variedad de productos, desde elementos de decoración a objetos de cocina o bisutería.
Carlos Vázquez es de Santiago de Compostela. Conoció a su mujer, María Jesús Hermida, cuando estudiaban en la ciudad de A Coruña. Se casaron en 1976 y decidieron trasladarse a Lalín. Carlos es decorador. «En el año 97 me fui a trabajar fuera y mi mujer se hizo cargo de la tienda», cuenta. Fue en ese momento cuando decidió convertir el local en un bazar en el que tuviese cabida la decoración. Desde el año 2014 María Jesús está jubilada y Carlos está a cargo del negocio. «Sigo aquí porque me entretengo, sigo cotizando y trabajando, pero ya son horas de dejarlo. Una por la edad y otra por la crisis», afirma.
Recuerda con nostalgia que «aquí hubo unos tiempos maravillosos, antes paraban delante de la tienda un montón de autobuses». En la década de los 80, hasta la apertura de la estación de autobuses, el transporte público paraba justo delante del local. En aquellos años, al no disponer de coches en las aldeas, la gente de los alrededores acudía a la feria en autobús y aprovechaban para realizar la compra de la semana, o del mes. «Abríamos a las nueve de la mañana y cerrábamos a las nueve o diez de la noche. No cerrábamos ni para comer porque venía muchísima gente», puntualiza Carlos. «Te dejaban la nota con lo que querían, le preparabas las cosas y luego venían a por el paquete antes de volver a sus casas y si les daba tiempo se quedaban un rato a charlar», afirma. Cuenta que cuando llegaron los automóviles a las aldeas la gente no esperaba al día de feria para hacer la compra, pero aún así vendían por la semana. «Esta crisis nos mató a todos y el comercio local de los pueblos está desapareciendo, y es una pena», sentencia.
Opina que la masificación del comercio y las grandes empresas amenazan cada vez más al pequeño comercio local. «Las grandes superficies nos sustituyen, le das a un botón y tienes literalmente de todo», explica Carlos sobre «la rapidez de la vida y del consumo». Cuando recibe un cliente en el bazar, puede pasarse un buen rato charlando. «Antes la gente venía y se iba, pero ahora en el pequeño comercio funcionamos como confesores. Te hablan de sus hijos y de sus nietos».
En la actualidad la tradición de las ferias tal y como se conocían no queda rastro. «Las ferias de ahora o son muy especializadas o nada» narra. «Todo ese encanto se perdió y es una pena», indica. Además, en verano contaban con grandes encargos en el ultramarinos de emigrantes que regresaban a sus casas. «Sobre todo venían en el mes de agosto», y llegaban de Francia, Inglaterra o Andorra entre otros destinos porque «por desgracia tuvimos que migrar a todas partes», comenta Carlos. Los que volvían con una buena situación económica «venían muy presumidos, y como ganaban bastante dinero eran generosos y hacían pedidos tremendos para llenar la despensa meses» afirma el regente del bazar Torres.
Los proveedores del comercio local de la época eran los viajantes que recorrían los establecimientos con un extenso muestrario lleno de imágenes de los productos. «Se tiraban aquí dos horas o más y a lo mejor venía el mismo durante diez años», y al pasar tanto tiempo en los comercios relata Carlos que «te hacías su amigo». De hecho, mantiene relación de amistad con dos de ellos, uno de Vigo y otro de A Coruña. «Uno de ellos me llamó hace poco para venir hasta Lalín para comer juntos y charlar un rato», cuenta con ilusión.
En el año 1997, cuando se pasaron al bazar y la decoración, coincidieron con el bum de la construcción, la burbuja inmobiliaria. Por lo tanto, el que se compraba un piso tenía que vestirlo y decorarlo. «Aparte de comprarte tu cocina y tus muebles tenías que comprar las figuritas, los cuadros o los espejos», cuenta Carlos. «Hubo seis o siete años con unas ventas buenísimas, un bum muy grande». Las ventas más solicitadas en esos años fueron los espejos, los cuadros o los motivos de decoración metálicos que hoy en día seguirán decorando algunos hogares que en su día escogieron el bazar Torres para embellecer sus rincones. Con el estallido de la crisis inmobiliaria «la venta bajó de mil a cien», relata, coincidiendo con el cierre de fábricas.
El local también destacó por la venta de vajillas y cristalerías, un regalo muy solicitado en eventos de antaño. «Se compraban muchísimo como regalos de boda, era una pasada. Después vino la moda de regalar dinero y poco a poco murió lo de comprar vajillas».
Lalín también fue una zona que gozó de mucho auge en la industria, contando con dos polígonos. «Aquí en Lalín había fábricas con más de 300 empleados, pero con la crisis algunas cerraron y las naves acabaron cerradas y a la venta», relata. Carlos y su mujer, María Jesús, eligieron Lalín para asentar su vida porque «tengo de todo, en ese sentido es un pueblo extraordinario y lo prefiero a Santiago o A Coruña». Afirma que dispone de todo lo que necesita una persona para vivir como «institutos, bares y restaurantes, piscinas, conservatorio, tiendas y buena gente. A todo eso súmale la tranquilidad y es la mezcla perfecta», relata Carlos.