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El Pazo de Cascaxide recupera su esencia

Rocío Perez Ramos
Rocío Ramos LALÍN / LA VOZ

SILLEDA

miguel souto

Los Condes de Castel Blanco y de Torres Secas reviven la casa de recreo de los Espinosa

09 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Tras años de abandono, el Pazo de Cascaxide volvió a la vida. Una rehabilitación integral devolvió su esencia a la casa de recreo de los Espinosa, que continúa en manos de la misma familia que la construyó. Para su dueña, Lucía Ilduara Espinosa-Borrego, en Cascaxide está su infancia y sus recuerdos. El pasado fin de semana el pazo abrió sus puertas para acoger la celebración del primer Open de Bridge Condesa de Castel Blanco que contó con noventa participantes.

Precisamente fue el bridge el que unió ya que Lucía Ilduara Espinosa-Borrego y su marido, Antonio Sacristán y Moreno, conde de Torres Secas y Conde de Castel Blanco. Se conocieron en Monforte en un torneo de bridge. Los condes brindaron ya al alcalde de Silleda su colaboración en la dinamización de la zona. Una participación que podría concretarse en la promoción de un premio de pintura o literario.

El pazo se construyó en el siglo XVII y se terminó en el XVIII. Siempre fue, dice Lucía Ilduara, una residencia de recreo, de ahí su singularidad respecto a otros. Las cuadras, por ejemplo, estaban en dos edificios en la finca. Uno se convirtió en una explotación de vacas lecheras, hoy abandonada. La entrada de la casa tiene un amplio zaguán al que se podía entrar a caballo y dejar a cubierto la montura atada a unas argollas en la pared que aún perduran. En la zona de la huerta de la finca hubo, explica, un pazo anterior.

En el actual, la torre y las almenas le dan un aire de cuento. Pero la torre, apunta Lucía Ilduara, se construyó a finales del siglo XIX y principios del XX. Tiene solo unos cien años. La construyó su abuelo, que colocó también almenas a juego y gárgolas. A él se debe también otra edificación curiosa, de piedra y rosetones tallados, que no es más que un garaje de lujo para un Hispano Suiza que disponía de un piso encima, donde vivía el mecánico.

La propietaria heredó el pazo a la muerte de su padre en 1985, pero no se pudo hacer cargo de él hasta hace dos años tras el fallecimiento de su madre, que disponía del usufructo. Cuando entró en él, cuenta, «esto era como el castillo de la Bella Durmiente, había que entrar a hachazos, las zarzas llegaban al alto de la palmera». En los últimos años, la propiedad sufrió varios robos, desaparecieron muebles, el caldero de cobre de la lareira, el San Marcos de la capilla,... Cuando empezaron la obra se encontraron con que las tejas, que aún eran las originales, se deshacían, y «hubo que quitarlas barriendo»; la torre se tambaleaba, algunas vigas estaban aún sosteniendo el tejado pero estaban podridas y fue necesario sustituirlas. La piscina tenía un árbol creciendo dentro, lo que confirma ese total abandono.

La rehabilitación mantiene la esencia y reproduce suelos y ventanas a la imagen de lo que ya existía. Una obra ingente y costosa sufragada por el conde y pensada con el corazón, para recuperar un pazo muy querido para su mujer. El siguiente paso, dicen, será limpiar e ir recuperando todo el sistema de canales que regaban la huerta e ir repoblando el bosque cuya tala en su día su dueña no pudo detener. En el muro que rodea la finca y tiene una hectárea, ya trabaja un cantero.

Pero además de los recuerdos de toda la familia, como todo pazo que se precie, el de Cascaxide tiene milagro y fantasma. El primero: la aparición en la pared de la capilla, en la zona de enterramiento de las mujeres de la familia, del cuerpo incorrupto de María de las Mercedes Salgado que estuvo casada con un Espinosa y tuvo 24 hijos. Los vecinos que pasaban por el Camino Real le llamaban «o corpo santo». El fantasma titular de la casa es un cantero que pidió dinero por adelantado al abuelo de la propietaria que se lo dio. Pero el hombre murió y no regresó a hacer el trabajo y los otros canteros que trabajaban en la casa decían que lo oían picar por las noches para pagar su deuda.