El crimen de Cruces camina hacia la impunidad: el ADN hallado no es válido

Xurxo Melchor
xurxo melchor REDACCIÓN / LA VOZ

VILA DE CRUCES

MERCE ARES

En la casa rectoral solo apareció un pequeño resto genético en unas sábanas

15 oct 2023 . Actualizado a las 09:49 h.

Domingo. 14 de septiembre del 2014. 21 horas. El ring del timbre asalta el sosiego en la casa rectoral de Cruces, una pequeña parroquia a cinco kilómetros de Padrón y a 350 metros del famoso santuario de A Escravitude. El párroco, Ramón Barral Camba, de 77 años, y su ama de llaves, María Soto Montero, de 78, ven el informativo en la televisión sin saber que muy pronto serán ellos los protagonistas de las noticias. La mujer, que llevaba 26 años trabajando en la casa del cura, se levantó del asiento, fue a la puerta y preguntó que quién era. Al otro lado, una voz le dijo que había habido una defunción en la parroquia. Les abrió, y allí empezó la pesadilla. Golpes, empujones, amenazas y, en un nada, estaban ambos atados y amordazados. Eran tres, dos iban a cara descubierta y el otro encapuchado y armado con una pistola. El asalto tenía como fin el robo, pero acabó en tragedia.

María Soto logró soltarse y pidió auxilio. Era la tercera vez en poco tiempo que se había visto en una situación así y en una ocasión fueron sus gritos los que ahuyentaron a los intrusos. Probó suerte, pero los tres asaltantes reaccionaron con brutalidad, apretándoles las ataduras e introduciendo trapos en las bocas de las víctimas. Con tal fuerza, que se ahogaban. El ama de llaves, natural del municipio dezano de Vila de Cruces, no lo soportó y murió asfixiada, como confirmó después la autopsia.

El atraco salió mal. El cura no tenía más que 300 o 400 euros encima que fue lo que se llevaron. No sin antes golpearle de tal modo que le rompieron varias costillas, le dejaron un ojo morado y le causaron contusiones por todo el cuerpo. Tras aquella experiencia, el párroco ya no quiso volver a vivir en la rectoral. Cogió miedo y prefirió irse con su hermana a Santiago. Ya casi no volvió a ejercer y el 29 de marzo del 2020 murió a los 83 años víctima del coronavirus. Se fue sin ver a los asesinos de su ama de llaves detenidos y juzgados. Ahora que se acaban de cumplir nueve años de aquella tristísima noche, todo hace indicar que el crimen quedará impune.

La Guardia Civil inició pronto la investigación. La misma noche de aquel domingo se puso un marcha un operativo para buscar el coche del párroco, un Peugeot 207 blanco con matrícula 6060 GWH, que los atracadores usaron en su huida y que dos días después apareció aparcado en Pontecesures. Don Ramón, como le llamaban sus feligreses, no reconoció a los dos asaltantes que iban a cara descubierta. Solo dijo que lo poco que hablaban, para exigir que les entregara el dinero, era en español. Él mismo pensó, como también los investigadores, que el tercero en discordia, el encapuchado, debía de ser de la zona, de ahí que se cubriera el rostro. Seguramente él sabía que pocos días antes, el 8 de septiembre, se había celebrado la fiesta de la virgen de A Escravitude y creyó que la casa rectoral estaría llena del dinero de las ofrendas y colectas. Se equivocó.

Cuando los atracadores se marcharon, el cura de Cruces pudo recomponerse, caminar dolorido hasta el teléfono y llamar a su hermana. Fue ella la que avisó a la Guardia Civil. Los especialistas de criminalística peinaron a fondo tanto la casa como el coche. Buscaban ADN de los asaltantes y ahora asesinos de María Soto, pero solo encontraron una muy pequeña muestra en una de las sábanas que utilizaron para atar a sus víctimas. Podía ser válido para comparar con un sospechoso, pero no para utilizarlo en la base de datos del Ministerio del Interior. Una pena, porque esto hace casi imposible resolver un crimen en el que, además, ni el cura ni su asistenta viven ya, lo que dificultaría muchísimo la identificación en el caso de que en los próximos años apareciesen sospechosos. En 2034, el delito habrá prescrito.

La investigación siguió y parecía estar dando pasos firmes hacia la resolución del caso. No había pasado ni un mes cuando se detuvo a dos sospechosos, un vecino de Boiro y otro de Noia, pero el párroco no los identificó en la rueda de reconocimiento y pronto se vio que no eran ellos los asaltantes de la casa rectoral de Cruces. Se les puso en libertad y en diciembre del 2015, el Juzgado número 2 de Padrón decretó el sobreseimiento provisional y archivo de las actuaciones. Desde entonces, el silencio. El mismo que envuelve a un suceso similar que ocurrió treinta años antes en Iria. En aquella ocasión, las víctimas fueron el cura y su hermana, que también falleció asfixiada porque le taparon la cara. El párroco fue golpeado con saña y falleció días después. Casos paralelos en su ejecución y en que quedarán sin resolver.

En aquellos meses hubo asaltos idénticos en Pontedeume y Esgos

El que el crimen de la rectoral de Cruces probablemente no vaya a resolverse no significa que la Guardia Civil no tenga una idea muy precisa de qué sucedió. En aquel año, entre julio y octubre, se produjeron otros dos asaltos idénticos a los curas de Pontedeume y Vilar de Ordelles, parroquia del concello ourensano de Esgos.

El de Ordelles fue el primero en producirse, el 6 de julio. Cuatro encapuchados entraron en la habitación del párroco y, tras darle una paliza, le robaron unos 500 euros. El siguiente fue el de la parroquia padronesa y menos de un mes después, el 5 de octubre, tres atracadores entraron en la rectoral eumesa, maniataron al cura y se llevaron varios objetos de valor y unos 2.000 euros en efectivo.

No está demostrado que los tres sucesos estén conectados, pero la Guardia Civil sabe que hay grupos organizados especializados en este tipo de atracos. En los golpes suelen intervenir sujetos ajenos a los municipios, llegados incluso de fuera de Galicia, que cuentan con el apoyo de colaboradores locales. En el caso de Pontedeume, los tres fueron identificados y detenidos. Quizás los de Cruces estén ahora pagando en la cárcel por otros delitos.