La cumbre de Pittsburgh será recordada como el momento de consolidación del G-20 en la escena mundial y de transformación del FMI en una especie de brazo operativo, que lleve a cabo el trabajo duro de aplicar las decisiones. En menos de un año, el Grupo ha pasado de ser un órgano ministerial casi desconocido a cuyas reuniones a menudo ni siquiera iban los ministros a desplazar al G-8 como el comité directivo de la economía del mundo. En la cola de su trayectoria meteórica ha arrastrado también al Fondo Monetario Internacional, cuya legitimidad y papel en el mundo estaban en duda antes de la crisis.
«Una de las fallas del G-8 era que no había una institución para hacer el trabajo de seguimiento», dijo a la prensa el director gerente del FMI, Dominique Strauss-Kahn, tras la cumbre. «El ?G-20 ha pedido al FMI que implemente el marco de crecimiento sostenido» acordado, explicó el jefe del organismo. «Se ha ampliado el mandato del Fondo».
A insistencia de Estados Unidos, el Grupo se ha comprometido a tomar medidas para reducir los desequilibrios mundiales que contribuyeron a la crisis. Ha establecido un sistema de «vigilancia mutua» para garantizar que los países efectivamente llevan a cabo esas acciones, en el que el FMI actuará como una especie de árbitro. También la ha encargado la realización de análisis periódicos sobre «si las políticas aplicadas por cada país llevan de forma colectiva a una trayectoria más sostenible y equilibrada para la economía mundial». Y es que EE.?UU. mantiene que su consumo privado no puede ser el motor que tire del mundo como en el pasado.