No existe ninguna señal. En la sede del que fuera uno de los bancos de inversión más importantes del mundo, Goldman Sachs, ningún cartel advierte al paseante de que en el interior del inmueble se encuentran las oficinas de una de las firmas más polémicas del momento. «Es algo habitual aquí, nadie quiere que se le reconozca ni que la gente sepa dónde venir a protestar», asegura el portero del inmueble, que teme también por su puesto. «Porque la mayoría de los trabajadores se han trasladado a otro lugar más barato y ahora apenas se necesita gente para el mantenimiento».
Hasta hace unos meses, Goldman Sachs ocupaba todas las oficinas del número 85 de la calle Broad. En la actualidad, tan solo una planta ha sobrevivido a la hecatombe. El éxodo de los empleados dejaba tras de sí una estela de inversores arruinados y un vacío patente en pleno corazón del barrio.
En el camino se quedaba también Kazir Barkh, que desde hace quince años regenta un pequeño carrito de cafés a las puertas del edificio y a quien la noticia de la demanda contra Goldman no parece pillar por sorpresa. «Si quieres que te diga la verdad, esto se veía venir», asegura con todo el aplomo de un experto financiero mientras sirve en café a uno de sus clientes.
«Es más, hace tres años ya despidieron a miles de personas y yo tuve que dejar de venir a esta esquina durante unos meses. No sé si ellos engañaron de verdad a alguien o no, pero te puedo decir que en este barrio nadie es inocente ni honrado... menos yo». Acostumbrado a levantarse a las tres de la madrugada para recoger el carrito con el que se gana la vida, Kazir Barkh es pese a todo un hombre afortunado.
En todo el país, 8 millones de personas perdieron sus puestos de trabajo a causa de la recesión. En el distrito financiero, la crisis se ha cobrado 250.000 empleos.
El que fuera uno de los barrios más glamurosos del mundo también asiste al cierre de negocios. «Todos han ido abandonando sus tiendas en el barrio. Uno a uno. Gracias a Dios, el café sigue siendo algo necesario», se consuela Barkh.
Otro de los supervivientes de la crisis es el Museo de Historia Financiera, situado a tan solo unos metros de la Bolsa de Nueva York. El secreto de su éxito: saber adaptarse a los tiempos. Su última exposición se denomina Fraude en Estados Unidos. Lanzamiento y caída del mercado de valores. En la calle, varias personas hacen cola para poder verla.