La reforma de Obama, empeñado en poner límites a la gran banca, genera alarma en Wall Street, donde los defensores del banco de inversión advierten que nadie puede demostrar que hubo engaño deliberado
25 abr 2010 . Actualizado a las 02:00 h.Son las nueve de la mañana y la Bolsa de Nueva York bulle como un olla a presión. En el mítico parqué de EE.?UU. centenares de brókeres se agrupan en torno a sus pantallas táctiles minutos antes de que dé comienzo la sesión. El ambiente está enrarecido.
Hace tan solo unos días, la Comisión de Valores y Cambios (SEC) volvió a sembrar el pánico tras presentar una demanda de fraude contra el banco de inversiones Goldman Sachs. La querella -que se basa en el hecho de que la entidad ocultó a sus clientes que uno de sus asesores (John Paulson) estaba en realidad apostando en contra de las mismas acciones que recomendaba- es la última advertencia a un mercado financiero que hasta hace apenas dos años parecía intocable. Hasta que pasó lo impensable. El 15 de septiembre del 2008, Lehman Brothers, uno de los mayores bancos de inversión del mundo, cayó en picado arrastrando consigo a todo el mercado mundial.
«Cualquier mercado se basa en la confianza. La confianza de que lo que vas a comprar hoy puede valer más mañana. Ese día, sin embargo, todos pensamos que el mercado había muerto». Habla Alan Valdés, bróker en la bolsa de Nueva York y director de operaciones de la firma Huade International.
Hijo de emigrantes catalanes, Valdés es lo que en las calles de Wall Street se considera como un auténtico tiburón financiero. Curtido en el New York Stock Market durante más de tres décadas, la primera vez que Valdés pisó el parqué de la Bolsa más famosa del mundo tenía apenas 21 años y no había terminado los estudios universitarios. «Entré como chico de los recados y un año más tarde ya ganaba más que la mayoría de mis profesores».
Era la época de los grandes banqueros y las operaciones empresariales. Los años en los que el olfato para los negocios valía más que cualquier máster y en los que uno conseguía su primer millón en apenas unas horas.
Hoy, la mayoría de los que ayudaron a escribir aquella historia están retirados o cumpliendo condena por algún delito de fraude. A la decadencia no solo contribuye una de las mayores recesiones que se recuerdan, también el ímpetu de un presidente, Barack Obama, empeñado en por poner límites a la banca, enfrentado con buena parte de los banqueros.
«Ahora mismo es muy fácil odiar a los bancos, la gente necesita culpables y por supuesto nadie quiere reconocer que fue lo suficientemente estúpido al seguir apostando en un mercado que había tocado techo. Pero si hace diez años le preguntan a todos los que estaban ganando dinero qué opinaban de nosotros, todos dirían que nos adoraban», afirma Valdés, que como el resto de sus colegas no se siente responsable del colapso.
Desregulación
No le falta parte de razón. Y es que a la avaricia de los mercados se sumó la paulatina desregularización efectuada por el Gobierno estadounidense, tal como asegura el economista Isaac Cohen, asesor de la cadena de televisión CNN. «Básicamente lo que ocurrió es que se soltó un zorro en un gallinero confiando en que no iba a comerse a las gallinas, pero sin poner ningún tipo de obstáculo para que no se las comiera», explica.
Ilustra la fábula el banco de inversiones Goldman Sachs. Miles de personas perdieron los ahorros de toda su vida mientras que algunos de sus directivos se hacían millonarios, gracias a un complicado sistema financiero que no obliga a detallar toda la información de las operaciones.
Un agujero legal que amenaza con dar al traste con la demanda de la SEC, que tiene en sus manos la peligrosa tarea de demostrar que todo fue intencionado: «¿Cómo pueden saber que Goldman ha engañado deliberadamente a toda esta gente?», se pregunta Valdés, y prosigue: «Si Paulson se hubiese equivocado y los inversores estuvieran ganando dinero, ¿alguien se atrevería a decir que Goldman lo había engañado?».
En la pregunta de Valdés subyace una incógnita que todavía nadie se ha atrevido a responder. ¿Habrían actuado de modo distinto los inversores de haber sabido que un gurú como Paulson estaba apostando en contra de sus acciones? O, dicho de otra forma, ¿no es la Bolsa solo un lugar abandonado al azar donde unos pierden y otros ganan en función de su instinto?
Información
Para Cohen -que atiende a La Voz en el descanso de un programa especial sobre el escándalo- resulta «bastante claro que ninguno de estos inversores se hubiera atrevido a seguir apostando por estas acciones de haber tenido toda la información. Algo casi imposible, ya que ahora mismo no existe ningún registro donde se pueda consultar quién está apostando en contra y quién a favor de estos productos». Precisamente la falta de transparencia de este tipo de instrumentos financieros es uno de los problemas a los que Obama pretende poner fin, tal y como anunciaba en su discurso pronunciado el jueves.
La coincidencia en el tiempo entre la intervención del presidente en Wall Street y la demanda de la SEC, dos actos que se producían en un lapso de días, levanta sospechas en el mundo financiero. Se acusa al presidente de estar directamente detrás de la querella. La razón: lavar la cara de su partido ante las próximas elecciones de noviembre.
«Estas teorías conspiratorias son ridículas. La investigación de Goldman Sachs comenzó en realidad en el verano del 2008, con lo cual es muy poco probable que la SEC supiera con tanta antelación que se iba a generar un debate que beneficiara a la Casa Blanca», asegura Cohen, quien cree además que la reforma financiera «no está hecha para castigar a nadie, sino para evitar que se produzca otro desastre parecido».
Cinismo
Aunque nadie se atreve a hablar de ello abiertamente, el cinismo con que los brókeres afrontan tanto la reforma financiera como la situación creada tras la demanda contra Goldman es más que patente. «Hoy es titular en todas partes. Como decimos aquí, el sabor de la semana. Pero dentro de seis meses, cuando se produzcan las elecciones al Congreso, los negocios seguirán igual que siempre lo han hecho», adelanta Alan Valdés.
Y va más lejos: «Es muy probable que la denuncia no llegue a ninguna parte y acabe arreglándose todo en una mesa de negociaciones».