Es la Suecia más inhóspita, en un punto al sur del país, llamado Almhult. La mitad de sus ocho mil habitantes trabajan en la multinacional de los muebles, que se ha convertido en un fenómeno social. Y todo se originó aquí gracias al tesón de un niño que comenzó vendiendo cerillas entre sus vecinos. La Voz visita sus secretos
15 may 2011 . Actualizado a las 14:21 h.En el pueblo de Almhult recorrer la tienda de Ikea exige dar muchos más pasos que cruzar la localidad de una punta a otra. Este pequeño núcleo situado al sur de Suecia alberga tanta población como Pontedeume o Burela, pero con solo ocho mil habitantes esconde uno de los mayores milagros económicos del mundo occidental. Aquí nació hace casi 70 años la famosa multinacional de muebles, popular por su autoservicio y montaje y por haberse revestido, con el paso de los años, de una pátina de fenómeno social.
Rodeada de bosques con alces, grandes lagos y tierras de labranza, la pequeña Almhult alberga hoy la nave nodriza de una compañía representada por todo el mundo a través de más de trescientos grandes almacenes y que supera los 23.000 millones de euros en ventas. Cuesta imaginar unas cifras tan desorbitadas observando un pueblo con apenas tres restaurantes, una peluquería y una estación de tren tan modesta que roza la categoría de apeadero. Entre tan pobre oferta de servicios, llama la atención una pequeña tienda especializada en papel de decoración. Su presencia no es casual. En el pueblo en el que todas las viviendas se han amueblado al estilo Ikea, estos papeles decorativos se erigen en el elemento de distinción entre sus habitantes.
Ikea nace de la obstinación de progreso de un niño llamado Ingvard Kamprad, quien a la edad de cinco años, y tras hacerse con varios paquetes de cerillas, comienza un inocente negocio de compraventa entre los vecinos cuyos simbólicos beneficios reinvierte una y otra vez con el único objetivo de ayudar a su familia, que subsistía con la tienda de ultramarinos del abuelo. De los pequeños objetos que le compraba la abuela para la reventa, Ingvard comenzó a pescar en la región de Smaland. «El proyecto estuvo a punto de romperse cuando pasó del colegio al instituto, lo que suponía irse a vivir a cincuenta kilómetros de casa, aquello era decir adiós a la pesca y a la venta de objetos», señala Juni Wannberg, guía en el museo de Ikea, ubicado precisamente en el sótano de la vieja tienda de ultramarinos. Solventado aquel contratiempo con la ayuda de su hermana, Ingvard hizo un trato con el lechero para que recogiera los paquetes de su casa y los llevara a la estación de tren. La lluvia hizo inservibles muchos de aquellos paquetes y el joven ingenió un pequeño armario en el exterior de la casa. Hoy está recogido en el museo de Almhult como «el primer centro de distribución de Ikea».
Del pescado y los frutos secos pasó a la venta de calcetines, de ahí a cuchillas de afeitar y llegó a convertirse en el representante en Suecia de la firma francesa de estilográficas Evergood. En 1943 registró su empresa con el nombre de Ikea, una compleja composición con sus iniciales (Ingvard Kamprad) más las de la granja donde nació, Elmtaryd, y el pueblo de Agunnaryd. En 1953 la central lechera cerró e Ingvard compró el local. Por sus precios populares sufrió el boicot de numerosos ebanistas y los proveedores de Ikea acudían al almacén por las noches y retirando previamente las matrículas de sus camiones por temor a represalias. Así, Almhult abrió la primera tienda de la historia de Ikea en 1958 con una superficie de 6.700 metros cuadrados. «En esa época ni siquiera Londres tenía un almacén de esas características», recalca Juni Wannberg. La prensa no tardó en hablar de Ingvard Kamprad, al que apodó «el millonario de los muebles».
Uno de los momentos claves en el desarrollo del concepto de montaje propio de Ikea es la aparición de la mesa llamada Hoja, por su forma vegetal. Los clientes, que ya desde 1951 conocían los productos por catálogo, la encargaban y recibían en casa un voluminoso paquete. La empresa comprobaba entonces que la distribución se hacía costosa por el espacio que ocupaba, además de que en ocasiones se acababa rompiendo. «Entonces Ingvard dijo: 'Quitémosle las patas y hagamos un paquete plano'», señala Juni Wannberg. «Desde entonces, cada vez que se diseña un mueble para Ikea hay que tener en cuenta que se pueda empaquetar de forma plana», añade. La idea la corrobora Hugo Sahlin, director general del Centro Cultural Corporativo, ubicado en el mismo edificio que el museo. «Intentamos no transportar aire», repite durante su charla a un grupo de periodistas. «Transportamos 25 millones de palés, así que el aire es nuestra obsesión», explica.
El centro cultural está destinado a las visitas de los propios trabajadores, unos 127.000 repartidos por todo el mundo. Se trata de una serie de juegos interactivos para descubrir la filosofía de la empresa. «Y tenemos nuestro propio rincón de los errores», apunta Hugo al tiempo que recoge una caja del suelo «con las vergüenzas de Ikea». «A veces ponemos un nombre a un producto sin tener en cuenta los demás idiomas». Y entonces señala un mueble bautizado Berga.