Un rescate acarrea ajustes draconianos y el empobrecimiento del país. De Guindos avisa: «Como vengan otros a hacer los Presupuestos, van a saber lo que es un ajuste de cuentas»
12 abr 2012 . Actualizado a las 10:37 h.«España no va a ser intervenida». La frase, barnizada con un tono más que contundente, la pronunció ayer Rajoy y la han repetido hasta la saciedad en las últimas horas desde ministros hasta expresidentes de Gobierno, pasando por altos cargos de la UE, un influyente miembro del BCE y un portavoz del Ejecutivo de Merkel. Pero, lo cierto es que el fantasma del rescate planea sobre nuestras cabezas. Y los que a continuación se recogen son algunos de los principales interrogantes que plantea la situación.
¿Qué es una intervención?
La respuesta a la desesperada llamada de socorro de un Estado al borde la quiebra. El rescate se solicita cuando ya no queda otra salida. Cuando el país es incapaz de hacer frente a sus obligaciones de pago, ahogado por una descomunal deuda o un galopante déficit, o las dos cosas a la vez, y con la puerta de la financiación exterior cerrada a cal y canto. Es entonces cuando, para evitar el colapso, reclama la ayuda externa.
¿En qué consiste la ayuda?
En dinero. Lo que consigue el Estado que lo solicita es un crédito para financiar su déficit y atender los vencimientos de deuda sin tener que emitir más bonos. En el caso de la eurozona, la encargada de sufragar los rescates es la llamada troika, esa especie de monstruo de tres cabezas que desde hace meses habita las pesadillas de griegos, irlandeses y portugueses. La integran el BCE, la Comisión Europea y el FMI..
Para España, la cuarta economía de la eurozona, los analistas hablan de un rescate de entre 400.000 y 500.000 millones .
¿Qué hay que hacer a cambio?
Primero, devolver el dinero. Y con intereses. Y segundo, y más importante, aceptar las condiciones -siempre draconianas- impuestas por los acreedores. Bailar al son que toquen. Y la música no es precisamente agradable. Visto lo visto en Grecia, Irlanda y Portugal, si España fuese rescatada podemos ir preparándonos para: despidos masivos en la función pública, desmantelamiento del sistema de protección social y de servicios públicos básicos, aumento de los impuestos -del IVA, desde luego-, bajada del salario mínimo, despidos más baratos, sueldos muchos más bajos, confiscación de pagas extras, poda de pensiones... En definitiva, el empobrecimiento de todos los que habitan el país.
Por si cabía alguna duda de lo pernicioso de tener que solicitar un rescate, el ministro De Guindos quiso despejarlas todas ayer. «Tenemos que poner orden en la casa, porque si no lo hacemos, la alternativa es mucho peor. Como vengan otros a hacer los Presupuestos va a ver usted lo que es un ajuste de cuentas», manifestó en en un almuerzo organizado por la patronal catalana Fomento del Trabajo, en respuesta a una pregunta del presidente de la patronal catalana Cecot, Antoni Abad. «Hay medidas que no son plato de gusto para el Gobierno, pero que son absolutamente ineludibles, porque las alternativas que nos encontraríamos serían mucho peores», abundó De Guindos en su argumentación.
¿Es el rescate la solución a todos los males?
Pues por lo visto hasta ahora, no. Y, si no, que se lo pregunten a los ciudadanos griegos. Desde que el incendio de la crisis de deuda que asola la eurozona prendió en Atenas, en la primavera del 2010, el país heleno no ha hecho otra cosa que apretarse el cinturón. Dos años después de aquello y otras tantas operaciones de salvamento, no ha logrado espantar el fantasma de la quiebra. Y es que, como dice el nobel de economía Paul Krugman, lo de Grecia es como aplicarle purgas de sangre a un enfermo de anemia.
análisis El fantasma del rescate