Habría que ver la cara que se les puso ayer a los triunfadores de la cumbre europea de finales de junio. Según su relato, entre ingenuo e interesado, Monti y Rajoy pusieron de rodillas a Merkel y lograron una solución definitiva tanto para el saneamiento del sistema financiero como a la crisis de deuda pública. La subida de las bolsas y la bajada del diferencial con el bono alemán fueron vendidas como la demostración de su triunfo. Héroes por un día porque aún no han pasado ni dos semanas y la prima de riesgo ha vuelto al nivel previo a la cumbre. Más allá de dejar en ridículo las declaraciones rimbombantes, del tipo «una vez que lo he arreglado me voy al fútbol», lo sucedido estas semanas demuestra cuál es el actual modelo de construcción europea. Las cumbres de presidentes y primeros ministros se cierran con declaraciones formales de consenso pero después es el directorio alemán el que impone de forma unilateral sus propios criterios. Y lo hace utilizando como arma de presión la prima de riesgo. El mecanismo ha quedado estos días en total evidencia: Merkel señala el objetivo, Draghi apunta y los especuladores financieros disparan. Al fundamentalismo económico de la derecha alemana aún no le parecen suficientes los hachazos al ya débil Estado de bienestar, ni le parece que hemos sufrido el dolor necesario para expiar nuestro despilfarro. Quiere más y hasta que Monti y Rajoy se lo den tendremos las garras de los mercados apretándonos el cuello. Eso sí, con el riesgo de que todo termine en catástrofe.