España se enfrenta al futuro más incierto de su historia reciente
12 ago 2012 . Actualizado a las 16:06 h.Agosto del 2007. Nadie lo barrunta, pero las vacas gordas tienen los días contados. La tragedia lleva años fraguándose al calor de la desregularización de los mercados, las bajadas de impuestos, el dinero barato y la expansión estratosférica del crédito: la respuesta de la primera potencia mundial al cataclismo que supuso el derrumbe de las Torres Gemelas en el 2001.
Las hipotecas basura, concedidas sin control a ciudadanos de dudosa solvencia durante los años de bacanal crediticia, inundan las entrañas de la banca. No solo de la estadounidense. La epidemia ha cruzado el charco a bordo de productos aparentemente inocuos, pero de gran toxicidad, y corroe los balances de medio planeta financiero. El sistema está enfermo desde hace tiempo. Y ahora, la podredumbre comienza a emerger a la superficie.
Sucede lo impensable
Es en agosto del 2007 cuando saltan las primeras alarmas. Pero lo peor está aún por llegar. Un año después, en septiembre del 2008, ocurre lo inimaginable. Lehman Brothers, una de las poderosas manos que mecen Wall Street, se viene abajo. El huracán subprime ha carcomido sus cimientos y las autoridades estadounidenses no han movido un dedo para evitar el derrumbe. El inesperado acontecimiento cambiará para siempre la faz económica del planeta. Tanto que, para muchos analistas, la quiebra de Lehman es para el capitalismo lo que la caída del muro de Berlín significó para el comunismo.
Y lo que empezó siendo una crisis financiera relativamente modesta está a punto de mutar en una despiadada crisis económica, la peor desde la Segunda Guerra Mundial. Casi nada. La razón: nadie se fía de nadie. Nadie sabe quién tiene qué enfermedad. Adiós al crédito, la savia del sistema.
No será esta la última mutación. Quedan otras, tanto o más peligrosas que la que acaba de producirse ante los atónitos ojos del mundo.
Endeudados hasta las cejas
Con el pánico en los talones, los Gobiernos destinan ingentes cantidades de dinero a mantener a flote un sistema que hace aguas por todas partes. Y, en el empeño de mitigar los efectos del bache económico, más de uno acaba endeudado hasta las cejas.
Ese endeudamiento, la desconfianza reinante y el cierre a cal y canto del crédito acaban por ahogar la economía. Dos años después de aquel aciago agosto del 2007, la recesión campa a sus anchas por el mundo.
El virus muta de nuevo. Y esta vez adopta la forma de una devastadora crisis de deuda soberana. Los desmanes de algunos Gobiernos, primero, y la desatinada y parsimoniosa gestión del desaguisado por parte de Europa, después, lo emponzoñan todo. Tanto que otra vez ocurre lo impensable: Estados que tienen que ser rescatados in extremis de la quiebra, incapaces de hacer frente a sus deudas.
Primero, Grecia, luego Irlanda. Las dos en el 2010. También Portugal. En el 2011.
Y, ahora, la que ocupa el ojo del huracán es España, un país ahogado por una tasa de paro del 24,6 %, sumido en una doble recesión, aquejado de una endiablada deuda privada y un no menos disparatado déficit público cuyos intereses y vencimientos la han colocado al borde de la insolvencia.
Tanto que hace dos meses tuvo que llamar a la puerta de sus socios en busca de dinero (100.000 millones de euros) con el que tapiar el agujero que la explosión de la burbuja inmobiliaria ha dejado en las cuentas de nuestro sistema financiero.
Segundo rescate
Y en estos momentos, lo que se dirime es si volverá a hacerlo. Esta vez para pedir al fondo de rescate y al Banco Central Europeo que compren bonos españoles y pongan fin a la pesadilla en la que se ha convertido nuestra prima de riesgo.
Queda por ver si la crisis volverá a mutar y acabará convertida en una crisis de divisas. Porque la ruptura del euro, con Grecia permanentemente con un pie fuera de él, ya no es un tabú.
Con todo, cinco años después del estallido de la crisis, el futuro de España se antoja más incierto que nunca en nuestra historia reciente.
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hace cinco años y ahora