Estados Unidos es uno de los países del mundo que, a lo largo de los últimos tiempos, ha impulsado políticas activas para revertir las deslocalizaciones industriales. El pasado 13 de febrero, hace casi ahora un año, en el discurso sobre el Estado de la Nación, el presidente Barak Obama se expresaba en los siguientes términos: «Después de eliminar empleos durante más de 10 años, nuestras empresas manufactureras han agregado alrededor de 500.000 empleos durante los últimos tres. Caterpillar está trayendo empleos de vuelta de Japón. Ford está trayendo empleos de vuelta de México. Después de establecer plantas en otros países como China, Intel está abriendo su fábrica más moderna aquí en casa. Y este año, Apple nuevamente comenzará a fabricar las computadoras Mac aquí en los Estados Unidos». Ningún país como el presidido por Barak Obama sabe tan bien cuáles son los efectos de la deslocalización indutrial.
La ciudad de Detroit y su entorno, durante décadas un área próspera gracias a la industria de la automoción, es hoy portada del mundo por sufrir una bancarrota y por no haber trazado una estrategia de diversificación capaz de contrarrestar el impacto del cierre de fábricas.