La troika se ablanda y despunta el crecimiento

Juan Arjona

ECONOMÍA

Los síntomas de recuperación coinciden con el final del rescate de varios países

09 mar 2014 . Actualizado a las 23:18 h.

Unos identifican la troika -el triunvirato formado por la Comisión Europea, el BCE y el FMI- con el servicio de salvamento que evitó el naufragio de varios países europeos. A otros les recuerda a Shylock, el usurero de El mercader de Venecia que exigía, como aval ejecutable de su préstamo, un trozo de carne del prestatario. Pero a unos y a otros les desagrada su compañía y desean perderla de vista cuanto antes.

Hay dos buenas noticias al respecto. Primera: la troika utiliza con menos fruición sus tijeras de podar presupuestos y su bombín de inflar impuestos. Ya no es tan proclive como antes a la cirugía abrasiva. Y segunda: está recogiendo los bártulos y se dispone a marchar de algunos países que habían caído en sus manos. De hecho, el pasado diciembre abandonó Irlanda, después de tres años de permanencia en la isla. También se irá de España, tras haber tutelado el saneamiento de la banca, convencida de que el país ya no padece «desequilibrios macroeconómicos excesivos». El Gobierno portugués confía en concluir en mayo su operación de rescate. E incluso Grecia, de hacer caso a su primer ministro, aspira a retornar este año a los mercados financieros para repostar combustible.

¿Misión cumplida?

¿Ha cumplido la troika la función encomendada? ¿Son los débiles signos de recuperación que muestran las economías europeas los frutos de la drástica poda efectuada? ¿Los recortes, que dejan tras de sí una larga estela de víctimas y damnificados, han resituado a los países sometidos a rescate en la senda del crecimiento? Más bien al contrario: no es casualidad que el repunte coincida con la flexibilización de los férreos objetivos de la consolidación fiscal. En cuanto la troika rebajó la dosis del fármaco que conducía al austericidio, el enfermo comenzó a mostrar signos de reanimación. Y es que, como advierte el ministro De Guindos irónicamente, «en la eurozona exploramos todas las alternativas antes de adoptar la correcta».

Ha sido precisamente el ministro español de Economía quien, en Bruselas, delante de un perplejo presidente del Eurogrupo -el holandés Jeroen Dijsselbloem- acaba de poner los puntos a las íes. Su descripción de la errática e incoherente política económica seguida en la Eurozona para afrontar la crisis resulta incontestable. Primero, dijo, «se nos recomendó ser keynesianos»: aplicar recetas fiscales expansivas. Las ayudas al automóvil o el denostado Plan E de España se inscriben en esa fase.

El efecto Draghi

Después, a partir de la crisis griega del 2010 y la desmesurada expansión de los déficits y la deuda públicos, los estímulos fiscales fueron retirados precipitadamente. En un abrupto bandazo, la Unión Europea entronizó la consolidación fiscal como objetivo prioritario. «Teníamos», dijo De Guindos, «que reducir dramática y rápidamente el déficit». Como consecuencia directa de esa sacralización de los objetivos de déficit, las economías periféricas se hundieron, en los años 2012 y 2013, en una segunda recesión. Las consecuencias de la nueva orientación las resumió De Guindos con sendos ejemplos: durante la crisis, el paro se duplicó en Italia y se triplicó en España; la economía italiana se contrajo un 9 % y la española un 7 %.

Aplastados por un déficit desbocado y una deuda en constante crecimiento, ¿qué se podía hacer para seguir obteniendo financiación en los mercados? ¿Había otra salida que no pasase por la urgente amputación del gasto público y una subida de impuestos? Por supuesto que la había: lo demostró Mario Draghi, el presidente del BCE, en julio del 2012. Bastó una palabra suya para abaratar la financiación en los países perifericos y espantar el fantasma del rescate que se cernía sobre España e Italia: «Bajo nuestro mandato», dijo, «el BCE hará lo que esté en su mano para proteger el euro. Y créanme, será suficiente».

Santo remedio. El BCE ni siquiera tuvo que utilizar su artillería: la compra masiva de bonos. Le bastó con enseñarla y la prima de riesgo puso pies en polvorosa. Al presidente Rajoy le gusta alardear de que sus recortes y reformas, en gran medida aprobados antes del crítico julio del 2012, evitaron el rescate. De ser así, podría jactarse también de haber aliviado también los problemas financieros de los demás países. Porque, desde las palabras contundentes de Draghi hasta hoy, la prima de riesgo bajó un 82 % en Grecia, un 72 % en España e Irlanda, un 69 % en Portugal y un 65 % en Italia. Lo que no se redujo en esa medida, ni por asomo, fueron los déficits públicos de esos países. Y mucho menos la deuda.

El FMI se confiesa

Tres meses después de la advertencia milagrosa de Draghi, otro miembro de la troika vertía palabras -esta vez escritas- igualmente decisivas. Un informe del FMI reconocía que había subestimado los multiplicadores fiscales y sus efectos a corto plazo. Antes estimaba que el multiplicador en las economías avanzadas era del 0,5: un recorte del gasto público de 10.000 millones, por ejemplo, contraía la economía en 5.000 millones. Ahora, tras realizar el seguimiento de 28 economías desde el estallido de la crisis, concluía que el multiplicador se situaba entre el 0,9 y el 1,7: un recorte de 10.000 millones podía achicar el PIB en hasta 17.000 millones. Demoledora autocrítica la del FMI. Su estudio confirmaba el llamado «austericidio»: los recortes del gasto y las subidas de impuestos eran corresponsables de la recaída que, en ese momento -último trimestre del 2012-, mostraba su cara más atroz, en términos de destrucción de empleo, reducción de salarios y empobrecimiento de las clases medias.

Peor aún. Si los técnicos del FMI tenían razón y el multiplicador es superior a 1, cada recorte aplicado en las cuentas públicas no rebaja el déficit, sino que lo incrementa en términos relativos. Reduce el numerador -la diferencia entre ingresos y gastos-, pero aún reduce más el denominador -el PIB- y, en consecuencia, crece el déficit en relación con la riqueza generada.

El informe no cayó en saco roto. La troika no entonó el mea culpa, pero flexibilizó su política. Empezó a usar la palabra crecimiento. Los plazos y ritmos para achicar el déficit público se relajaron. Los objetivos sacrosantos -¡el 6 % en España para el 2011!- se hicieron laicos. Aflojada la presión de la soga asfixiante, comenzó a entrar oxígeno en el sistema respiratorio. Tarde y a cuentagotas porque, como advertía De Guindos, «en la Eurozona exploramos todas las alternativas antes de adoptar la correcta».