Hay quien cree que el máximo de empleos que puede generar una economía es un número cerrado. Es una opinión respetable, como la de quien cree que Elvis vive. Sin embargo, la experiencia empírica no va por ahí. El fatalismo se puede superar. La prueba es que hay quien lo logró. Ese fatalismo es tan envolvente como el canto de las sirenas que querían acabar con Ulises e impedirle regresar a Ítaca. Hay que atarse al mástil para no sucumbir a él o sellar los oídos con cera. Por desgracia, entre nosotros muchos sucumben a ese canto y aún se deleitan en él, repitiendo que es absurdo tener hijos en un país donde no hay suficiente trabajo.
Cierto que la falta de oportunidades o los empleos degradados no ayudan. También lo es que no hace mucho tuvimos años mejores y que tampoco nos pareció pertinente pensar en la descendencia. Por último, no es menos cierto que, ya viejos, solo podremos esperar la ayuda fiscal de nuestros hijos colectivos, de los propios y de los de nuestros convecinos.
Vayamos por partes. El trabajo. ¿Qué tienen en común las sociedades que admiramos en el ámbito socioeconómico? Austria, Dinamarca, Finlandia? Pues que mejoraron la formación de sus pueblos. Eso es lo primero. La mejor materia prima es el cerebro de nuestros niños y jóvenes. Mejor que el petróleo. Por eso, la actual tasa de abandono escolar es demoledora. Y, ahí, no progresamos adecuadamente. Así seguiremos con el modelo productivo que nos lleva a ser campeones de desempleo en Europa una y otra vez, cada década más o menos.
La solución pasa por un patriotismo cívico, consenso básico y, sobre todo, mantener el rumbo como hicieron los mejores. Y en la formación permanente para adaptarnos a los cambios, la solución requiere entregarle a los desempleados el importe de lo que cuestan sus cursos de reciclaje, para que ellos elijan los mejores y exijan profesionalidad. En nuestras escuelas y en nuestros cursos de formación de parados está el tesoro que precisamos. Pero hay que perseverar. Creemos que ser moderno es ponerse un aro en la nariz en vez de pasar por FP y luego terminar Ingeniería. Claro que tampoco ayuda la falta de ejemplaridad, como la de esos ministros alemanes pillados con tesis doctorales parcialmente plagiadas. ¿Quiénes son los raros? ¿A quién nos queremos parecer?
En cuando al relevo generacional, con la excusa de la crisis persistimos en la ínfima fecundidad de cuando no la había. Esto es así. Hay gente que no está en crisis y no por eso es más fecunda. Aprendamos también de los mejores. Si las cinco regiones de la UE con menos desempleo -Alta Baviera, Friburgo, Salzburgo, Tubinga y Tirol, con un paro inferior al 3 %- están preocupadísimas por su futuro demográfico y, por tanto, socioeconómico, ya que tienen una fecundidad inferior a la media europea, entre 1,37 y 1,46 hijos por pareja, ¿cómo es que nosotros no nos preocupamos? ¿Será que solo pensamos a cortísimo plazo? ¿Será que practicamos una variante sin niños del familismo amoral que describió Banfield y despreciamos el bien común? Las ideas cambian el mundo. Cultivarlas es nuestro seguro para la vejez.
Manuel Blanco Desar es economista y escritor