Calculan los analistas que si Grecia regresara al dracma, los ahorros de los griegos perderían la mitad de su valor de la noche a la mañana
02 jul 2015 . Actualizado a las 05:00 h.La salida de Grecia del euro ya no es un tabú. Hace tiempo que dejó de serlo. Hasta existe un término de nuevo cuño para definir ese riesgo: Grexit. Lleva meses poblando las páginas de los periódicos. Primero la de los anglosajones, sus creadores; y, poco después, las de todos los demás. No es más que la fusión de dos palabras en inglés: Greece (Grecia) y exit (salida), pero encierra muchos miedos y concita a un sinfín de demonios. Porque, por mucho que uno (Grecia) y otro (Europa) bando -sobre todo el segundo- se afanen en proclamar que no sería para tanto, todos intentan evitarlo.
Nadie sabe a ciencia cierta lo que les acarrearía. Son esas «aguas desconocidas», en palabras de Draghi, el mismísimo guardián del euro. Pero ahí van algunas claves de por dónde pueden ir los tiros.
¿Qué consecuencias tendría para Grecia una salida del euro?
La primera y más inmediata sería el derrumbe del poder adquisitivo de los griegos. Una vez fuera del euro, el Gobierno tendría que poner en circulación una nueva divisa. Se supone que resucitaría el dracma, la que fue su moneda hasta el 2002. En un primer momento, la relación entre este y el euro se fijaría de manera artificial. Esa cotización serviría para convertir los activos y pasivos depositados en los bancos. Lo más lógico sería convertir a dracmas tanto las deudas como los depósitos. Pero, puede pasar cualquier cosa. Y las deudas externas seguirían en euros, claro.
Después de eso, la nueva moneda tendría que empezar a cotizar en el mercado. Y entonces serían los inversores los que le pusieran precio. Atendiendo a la situación de la economía griega. No hay que ser un hacha para vaticinar que la devaluación sería de las que hacen historia. Como poco, del 50 %, dicen los analistas. Y poco podría hacer el Banco de Grecia -agotadas sus reservas de oro- para sujetar la cotización. El resultado: un empobrecimiento generalizado de la población.
Además, las empresas griegas no tendrían capacidad para hacer frente al pago de sus deudas en euros con sus dracmas devaluados. La consecuencia: se dispararían las quiebras. Y cuantas más compañías desaparecieran del mapa, más crecería el paro en un país que ya carga con la pesada losa del desempleo más elevado de Europa.
Eso sin contar que si, a pesar de haber abandonado el euro, el Gobierno heleno no consiguiese reducir el déficit, tendría que imprimir dracmas a manos llenas para pagar a los funcionarios, los pensionistas, los proveedores... El riesgo: caer en la temida hiperinflación. Un demonio que los griegos conocen bien. Asoló Grecia en 1944, durante la Segunda Guerra Mundial. En octubre de aquel año, los precios subieron un endiablado 13.800 %. Se duplicaban cada poco más de 4 días.
Por no hablar tampoco de que cualquier persona con sentido común se percataría de que su dinero, de seguir teniéndolo en dracmas, valdrá cada vez menos. Con lo que la fuga de capitales estaría garantizada; y el corralito, para evitar la quiebra bancaria, también.
¿Tendría beneficios?
Alguno, sí. Los más evidentes: el incremento de las exportaciones (como su moneda vale menos, los precios de los productos helenos serán más baratos en el extranjero) y el aumento del turismo (viajar a Grecia sería más barato).
Pero, sobre todo, Grecia recuperaría la capacidad para decidir su futuro, meter la tijera donde quiera y mantener los servicios sociales si así lo decide... Y tiene dinero para ello, claro.
De hecho, hay economistas que mantienen que el abandono del club del euro permitiría que la economía griega se recuperase más o menos rápidamente, gracias al incremento de la productividad y la competitividad que traería aparejados. Dicen que en dos o tres años, el PIB heleno podría estar creciendo a un ritmo razonable. Pero son legión los que aseguran que fuera del club de la moneda única, a los griegos les aguarda un gélido invierno del que tardarán largo tiempo en salir.
¿Qué le pasaría al resto de Europa?
«Podemos esperar con tranquilidad [a conocer el resultado del referendo para empezar de nuevo a negociar] porque Europa es mucho más fuerte que hace cinco años, cuando comenzó la crisis de la deuda justamente en Grecia», dijo ayer mismo Merkel. Es el mantra que repiten sin cesar los líderes europeos en los últimos días. Como diciendo que aquí no pasa nada, que el problema lo tienen los griegos, no los europeos. Pero, no está tan claro. Sin ir más lejos, las agencias de calificación advierten que, aunque en mejor situación que la que estaban en el 2012, los bancos de la periferia sufrirían la desconfianza inversora hacia la eurozona por haber roto la irreversibilidad del euro y que los costes de financiación de los países más endeudados se dispararían. Otros analistas, ponen el grito en el cielo y dicen que sería como otro Lehman Brother?s.