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El trago más amargo de Freixenet

mercedes mora REDACCIÓN / LA VOZ

ECONOMÍA

Las vacas flacas dinamitan la paz accionarial en el seno del primer fabricante español de cava

31 mar 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

No andan las cosas para brindis en Freixenet. Es más, parece que ahora al principal productor español de cava todos los tragos le saben amargos.

Durante los últimos tiempos, ventas y beneficios no han hecho otra cosa que perder lustre (las primeras se redujeron el año pasado un 5,6 %; y los segundos, algo más del 70 %), mientras la deuda corría desbocada en sentido contrario. Y lo peor es que las vacas flacas han dinamitado la paz accionarial. Los equilibrios familiares han saltado por los aires y el gigante del cava se enfrenta a uno de los momentos más delicados de su larga historia.

Tres ramas de la misma familia se reparten el control de la compañía.

Los ferrer-Noguer

El 42 % del capital. Pilotados por el consejero delegado del grupo, Pedro Ferrer, hijo del presidente de honor, Josep Ferrer, controlan el 42 % de las acciones. Su hermano José María lleva las riendas de la dirección comercial. La gestión de los Ferrer al frente de la empresa ha sido puesta en tela de juicio por las otras dos ramas herederas del imperio español del cava.

Los Bonet-Ferrer

El 29 % de las acciones. Al frente de la familia, José Luis Bonet, presidente del grupo catalán.

Los Hevia-Ferrer

Otro 29 % del capital. En sus manos está también la dirección financiera de la empresa, que controla Enrique Hevia.

En la memoria que acompaña las cuentas de Freixenet, se achaca la mediocridad de los números de la discordia al impacto de la «crisis global y financiera». Pero no todos los miembros de las familias propietarias comulgan con esa idea. Se diría incluso que la explicación supone para buena parte de ellos toda una señora rueda de molino.

Tanto es así que los Hevia se han plantado. O se cambia el rumbo o se cambia el gestor, dejando las riendas de la compañía en manos de un profesional ajeno a la familia. Pero, las cosas no pueden seguir como hasta ahora. Porque si los Ferrer no se avienen a razones, queda una tercera vía: la de vender las acciones. Y han conseguido, además, granjearse para la causa a los Bonet. Juntos poseen el 58 % del capital. Así que si alguien quiere comprar, tendría asegurado el control de la firma. Hasta tienen comprador para los títulos. O eso por lo menos es lo que han publicado estos días algunos medios catalanes. Se trata de los alemanes de Henkell.

Pero aún así, los Ferrer tendrían todavía la posibilidad de mantener Freixenet bajo su control. Igualando, eso sí, la oferta de compra que haya sobre la mesa. Es lo que tiene tener sindicadas las acciones de la compañía. Necesitarían, claro, disponer del dinero para pagarlas. Pero, ya hay quien dice que han hablado de ello con los bancos. Y hasta que están negociando un crédito de cien millones. Aunque la cifra que Henkell estaría dispuesto a pagar por hacerse con tan apetecible bocado sería superior. Comentan algunos que los germanos valoran Freixenet en 500 millones. Y que solo están dispuestos a entrar para mandar. O lo que es lo mismo, solo si tienen garantizada la mayoría del capital. Oficialmente, nadie ha dicho nada todavía. Ni aquí ni en Alemania.

Consejo aplazado

Así las cosas, la compañía tenía que haber celebrado ayer en Sant Sadurní uno de los consejos de administración más decisivos de su historia. En esa reunión deberían haberse puesto las cartas sobre la mesa y dirimido en algo el futuro de la compañía.

No pudo ser. El consejo tuvo que ser aplazado por la muerte de Carmen Ferrer Sala, la matriarca de los Hevia, de 96 años. Un año negro también este en lo personal para el gigante del cava. En enero falleció su hermana Pilar, la madre de los Bonet. De la segunda generación ya solo queda José Ferrer, presidente de honor de la compañía, que acaba de cumplir los 90. En el 2013 falleció la otra hermana, Dolores, la tía Lola. No tuvo hijos. Y el reparto de sus acciones desequilibró la balanza de poderes en el seno de la compañía catalana. Los cuatro eran hijos de Pedro Ferrer Bosch y Dolores Sala, el matrimonio que impulsó el crecimiento de la bodega familiar.