Ella celebró el día del trabajo (in)decente

ECONOMÍA

MARIA PEDREDA

La OIT considera que un trabajo decente es aquel «con derechos, sin discriminación, en condiciones saludables, con una remuneración suficiente para vivir dignamente y protección social»

16 oct 2016 . Actualizado a las 09:39 h.

¿Tiene usted un trabajo? ¿Y es decente? Espere. No responda. Antes sepa que el concepto «trabajo decente» fue introducido en 1999 por Juan Somavía, que en ese momento era director genera de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), como respuesta a los efectos perversos de la globalización en la clase obrera. Hoy, la OIT considera que un trabajo decente es aquel «con derechos, sin discriminación, en condiciones saludables, con una remuneración suficiente para vivir dignamente y protección social». Analicemos pormenorizadamente las cuestiones relacionadas con el salario. De acuerdo con una encuesta entre un grupo de trabajadores de sectores productivos caracterizados por baja remuneración que fue elaborada por Oxfam y las universidades del Oeste de Escocia y Warwick, un sueldo decente es aquel que es suficiente para cubrir las necesidades básicas (alimentación, vivienda, luz, gas, agua, etcétera) y que permite al trabajador «participar en la sociedad», lo que significa, por ejemplo, ahorrar para algún imprevisto o salir a comer un día fuera de casa.

La nómina que se adjunta en esta información pertenece a una empleada de una empresa con presencia nacional e internacional, con la mayoría de su capital en manos de una ETT (empresa de trabajo temporal) y que tiene como principal cliente a una multinacional. Como se observa en el documento, la cantidad a cobrar es de 720 euros, importe que le pagan por 31,25 horas semanales de trabajo. Para complementar esta cantidad, la mujer en cuestión (ya tiene 27 años) podría optar por trabajar en otro lugar, pero le resulta imposible ya que el salto de departamento y el cambio de horarios es habitual en su empresa.

¿Cómo es su día a día en el trabajo? Contrarreloj. Tiene cinco minutos para descansar la vista. Y solo cinco. No se puede quejar porque después dispone del llamado «descanso largo», que es de 25 minutos. Todo está cronometrado. Ella, como el resto de sus compañeros, tiene que atender a los clientes, intentar tranquilizarlos (si es el caso) y, sea como sea, venderles un producto determinado. Lo hace, aunque parezca mentira, en un buen ambiente laboral. «Creo que lo podría comparar -dice- con lo que ocurre en una catástrofe natural, cuando las personas corren para intentar salvar a otras».

También en su empresa unos compañeros ayudan a otros e incluso, entre pausa y pausa, les da tiempo a conocer ciertos aspectos de las vidas personales. Por eso, esta joven gallega sabe que hay quien está peor que ella. Recuerda, por ejemplo, a un colega de equipo. Casado y con dos hijos, a los que mantiene con los 700 euros. No se explica cómo lo hace. Ella no se puede ni emancipar. «¿Cómo voy a pagar el agua, la luz, la comida y el alquiler de una vivienda con mi sueldo? Es imposible», explica esta joven que ahorra todos los meses para pagarse la matrícula en Relaciones Laborales. Su coste, 2.000 euros cada año. Llegados a este punto vuelve a surgir el análisis del salario. «Hay quien cobra más -explica- porque le abonan los pluses de nocturnidad y transporte. Pero cuando le modifican el servicio pierde poder adquisitivo».

Tranquila, sosegada y sin rencor, la protagonista de esta historia cuenta su caso sin estridencias, sin gritos. Su actitud no tiene nada que ver con las protestas vividas en los grandes astilleros, en la metalurgia o incluso en los ministerios. Ella podría parecer que está resignada. Sabe que «es lo que hay», pero lo que hay no es motivo de celebración con motivo del Día del Trabajo Decente, que se celebró el pasado viernes 7. Su actitud solo se altera un poco ante una pregunta: ¿Cuánto puede ganar la plantilla de una multinacional que hace el mismo trabajo que tú? «Prefiero no saberlo- responde-. Me enfadaría mucho». El tono sigue siendo tranquilo, pausado, como el de toda la conversación, pero con su gesto amargo trasladó que todo tiene un límite. También para ella.