El 1 de enero puso fin a la opacidad sobre los titulares de cuentas en sus entidades
08 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.Suiza es un oasis en el mundo. La burbuja que ha sabido salir inmune a dos guerras mundiales. El lugar donde la puntualidad se mide con la extrema precisión de sus marcas de relojes. Y, sobre todo, morada preferida donde reposan las mayores fortunas del planeta. Su aval es la garantía de que los tesoros serán guardados bajo total confidencialidad. Hasta ahora, que, asediada mundialmente por servir de nido a evasores fiscales, ha tenido que poner fin al sagrado secreto bancario. Ocho décadas después, su mayor seña de identidad ya es historia.
Los clientes con cuentas en Suiza saben que desde el 1 de enero se ha esfumado la capa de opacidad que les permitía mantener sus riquezas fuera de los radares del fisco. Aunque los datos no se sabrán hasta septiembre del año que viene, las autoridades helvéticas ya han comenzado a recabar información de sus clientes extranjeros en virtud del intercambio automático de archivos que pactaron en el 2014 con 38 socios de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), y con la UE en el 2015. La decisión no ha sido por iniciativa propia. Sobre el Estado helvético pendía la amenaza de perder su estatus de plaza financiera internacional si no colaboraba. Nadie duda de que desprenderse del secreto bancario es un trago amargo en un territorio que lo exhibía con orgullo desde que lo aprobó en 1934. Y eso que la polémica lo acompañó desde el principio, porque circula la extendida creencia de que en las cámaras acorazadas se ocultaron miles de lingotes de oro de los nazis. Un oscuro pasado sin confirmar al que se suma haber sido uno de los destinos favoritos de las riquezas de dictadores como el libio Muamar Gadafi, el egipcio Hosni Mubarak, el tunecino Ben Ali o el haitiano Jean-Claude Duvalier.
Líder en gestión de fortunas
El telón que ha levantado Suiza en sus bancos le ha permitido ser líder indiscutible en la gestión de fortunas privadas de extranjeros. Controla el 25 % de la cuota mundial del negocio y de los 6,1 billones de euros que atesora, la mitad proceden de otros países. Además, el patrimonio depositado en sus 266 bancos da trabajo a 167.000 personas. Sin olvidar que su mercado financiero es el 9,3% del PIB.
Escollo en las investigaciones
Los escándalos de fraude fiscal que han sacudido la escena internacional en los últimos años ha pasado una abultada factura a Suiza. Hasta el punto de herir de muerte al hermetismo helvético por el creciente malestar de muchos países que se tropezaban con un muro infranqueable al querer acceder a los datos bancarios de los investigados. Suiza solo facilitaba información a petición de las autoridades extranjeras con las que tuviera suscrito pactos para evitar la doble imposición. Pero ni aún así la cooperación estaba asegurada. Era obligatorio demostrar que la persona en cuestión había evadido impuestos y facilitar nombre y número de cuenta.
En el 2018 no será necesario ni cursar una solicitud. Suiza pondrá automáticamente rostro a sus clientes extranjeros y desgranará qué poseen. Para ello, enviará cada año a los países de origen los datos sobre ingresos -intereses o dividendos- y podrá saberse cuánto dinero tienen depositado, así como las ganancias derivadas de la venta de activos. La única línea roja que sigue en pie es la negativa a cooperar en base a datos robados.
El «enemigo», en casa
La venta o filtración de informaciones por empleados de la banca suiza ha sido lo que ha devorado desde dentro el secreto bancario. Uno de los casos más conocidos fue el de Rudolf Elmer, jefe de operaciones de la filial de Julius Bar en las Islas Caimán. En enero del 2002 fue despedido y sentenciado a dos años de libertad condicional por destapar a clientes evasores de impuestos. Trece años después, se le aplicó una multa de 42.000 euros por entregar los datos de 2.000 cuentas a Julian Assange, el fundador de Wikileaks. La pérdida de la confidencialidad tocó fondo con las revelaciones de Bradley Birkenfeld, exbanquero de UBS -el mayor banco del Estado helvético- a EE. UU., que destaparon una red que vendía las bondades del secreto bancario a norteamericanos ricos que querían esquivar el fisco.