El fin de las cuotas lácteas se ha llevado por delante un millar de granjas gallegas
ECONOMÍA
Las que sobreviven han perdido 115 millones de euros en los dos últimos años
14 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.En pocos días se cumplirán dos años de la desaparición de las cuotas lácteas. Una decisión comunitaria que, pese a ser largamente anunciada, ha dejado en evidencia la fragilidad de un sector poco estructurado y con escasa capacidad para hacer frente a los vaivenes de un mercado cada vez más globalizado.
En Galicia, la liberalización de la producción ha agilizado el cierre de aquellas granjas menos dimensionadas y sigue, a día de hoy, condicionando fuertemente la actividad del resto. Según los datos del Fondo Español de Garantía Agraria, en los dos últimos años han sido más de 1.100 las explotaciones lecheras gallegas que se han visto obligadas a cerrar, incapaces de lograr la suficiente rentabilidad como para asegurar su relevo generacional. Es cierto que muchas de ellas han optado por fusionarse, intentando formar sociedades más eficientes y competitivas. Retos difíciles de conseguir en un momento en el que el precio de la materia prima en origen resulta insuficiente incluso para cubrir los costes de producción de las granjas, coyuntura que les ha hecho perder más de 115 millones de euros en este tiempo.
A este dinero habría que sumar otros 400 millones que, según los cálculos de alguna organización profesional agraria, es la cantidad que los ganaderos invirtieron en la compra o alquiler de cuotas durante las tres décadas que estuvo vigente este sistema de regulación.
Aumento de las entregas. La primera consecuencia que ha tenido la desaparición de las cuotas en Europa ha sido el esperado: un aumento de la producción. Si bien en España ha sido más o menos contenido -entorno al 2 % anual-, en países como Irlanda, Holanda o Bélgica sobrepasa el 10 % y amenaza con seguir creciendo. A esta circunstancia hay que unir un preocupante descenso del consumo y los efectos del bloqueo ruso a la importación de lácteos europeos iniciado en agosto del 2014 y que se mantendrá hasta, al menos, finales de este año. La confluencia de estos factores ha provocado un desfase importante entre la oferta y la demanda global de leche, lo que presiona los precios a la baja.
Dificultades para comercializar la producción. Si bien los mecanismos de control de la producción suponían un lastre para el crecimiento de muchas granjas, también ofrecían una garantía sólida a la hora de cobrar, a precios de mercado, toda la leche que se ordeñaba. Circunstancia esta última que, en un mercado sin cuotas, como el actual, resulta imposible de asegurar.
De hecho, muchas explotaciones gallegas se encontraron el año pasado con graves dificultades para encontrar comprador para toda su materia prima, y se vieron obligadas a malvender, incluso por debajo de 20 céntimos.
Escasa capacidad de reacción. La liberalización del mercado lácteo europeo también ha destapado la escasa (y lenta) capacidad de reacción de las autoridades comunitarias en escenarios de crisis graves como la actual. A pesar de preparar al sector para lo que se calificó como un «aterrizaje suave» hacia una Europa sin cuotas, lo cierto es que los resultados han sido desastrosos.
Las escasas medidas puestas en marcha por Bruselas o bien han llegado tarde o no han tenido los efectos positivos que se esperaban de ellas. La última, no exenta de cierta polémica, ha sido la de gastar más de 150 millones de euros en indemnizar a aquellos ganaderos que optasen por reducir su producción durante el último semestre del 2016.
Mayor presión de las lácteas. Con la desaparición de las cuotas ha aumentado la posición de dominio de la industria láctea con respecto al ganadero. Tanto es así que hasta hace escasos meses eran los transformadores los que les imponían topes a la cantidad de leche que podían producir, bajo amenaza de importantes reducciones en el precio. Del mismo modo, algunas lácteas también optaron por suprimir rutas de recogida o, incluso, tal y como denuncian algunos ganaderos, han amagado con esa posibilidad para forzar una mayor rebaja de las cotizaciones.
«Non teño idade para pelexar, só me quedan catro vacas que venderei en breve»
Tras más de cuatro décadas dedicada a la producción láctea en su granja de la parroquia de Freixeiro, en Santa Comba, María del Carmen Espasandín ha decidido dejar el negocio. «Só me quedan catro vacas e algunhas becerras que venderei en breve. Fáiseme estraño despois de tanto tempo pero as cousas están mal, os novos non queren seguir con isto e eu xa non teño idade para seguir pelexando», reconoce.
Tiene 63 años, un marido jubilado de la emigración y dos hijos que «botan unha man cando poden, pero que teñen pensado seguir outro camiño distinto do das vacas», por lo que a finales del pasado año tomó una de las decisiones -según cuenta- más difíciles de su vida.
«Eu atópome ben e podería seguir uns anos máis se a cousa se animase algo e houbese quen continuara con isto. Pero meterse agora a facer obra ou comprar maquinaria para deixala abandonada ao pouco non ten sentido», reconoce la ganadera.
«Xuntarnos foi a única forma de buscar eficiencia e rendibilidade»
Con escasamente un año de vida, Ganadería Pazos es fruto de la unión de tres pequeñas explotaciones situadas en la parroquia mazaricana de San Cosme de Antes. La fusión, como reconocen sus promotores, se les planteó como la única solución que les quedaba para intentar ser más competitivos y lograr sobrevivir en un sector, el lácteo, cada vez más globalizado.
«De xeito individual, se non se ten unha dimensión e, por tanto, unha produción importante, resulta moi difícil ser competitivos e sobrevivir nesta actividade. A única maneira para buscar a eficiencia e, polo tanto, a rendibilidade foi a de xuntarnos», apunta Suso Otero, uno de los promotores de esta iniciativa.
La sociedad, que permitirá la incorporación de tres jóvenes a la actividad agraria, comenzará en breve con la construcción de un establo que, inicialmente, será ocupado por unos 200 animales.