
Las comisiones bancarias llevan a los comercios a prescindir del pago electrónico o fijar un gasto mínimo
10 jun 2018 . Actualizado a las 05:00 h.A E. C. le pusieron un implante dental en una consulta privada de A Coruña hace un par de semanas, al salir preguntó el precio (700 euros) y cuando sacó la tarjeta le advirtieron que solo aceptaban dinero en metálico y que volviera cuando le viniera bien. «Obrigar a pagar en man na medicina privada é habitual porque non deixa rastro. Teñen inspeccións, pero se andan con coidado van trampeando», afirma un médico con dedicación exclusiva a la sanidad pública que quiere permanecer en el anonimato.
Al carpintero Carlos Varela, en cambio, el pago electrónico le ofrece confianza. «Lo del B es un error del pasado. Eso de con IVA o sin IVA se acabó. ¿O la madera se compra sin IVA? Si no hay factura no hay garantía de nada ni buenas carreteras. ¡Luego hablamos de los políticos!», opina el hombre, que a pesar del discurso no tiene datáfono, aunque por poco tiempo. «El pago por móvil ya está desbancando a las tarjetas. Está claro que el futuro va por ahí y a nosotros, que trabajamos a domicilio, nos beneficia porque cobramos al momento y ahorramos tiempo, no tenemos que volver a que el cliente tenga los 80 euros en casa», explica.
Cuando Carlos Varela instale el TPV deberá afrontar el alquiler del terminal y una comisión variable -normalmente sujeta a tarifa plana- que ronda los 0,20 euros por operación. Y ahí, en el coste del servicio, cuando no en el lucro de la entidad, reside el rechazo de los establecimientos a implantarlo. «Mis clientas son mayores -explica Pili Ramilo, propietaria de la tienda de arreglos de costura Los Dedales-, ninguna viene con tarjeta y si viene tiene un cajero al lado. Para que se lleve el banco la comisión no lo voy a poner». A pocos metros, en la mercería Elvira, un letrero indica que no admiten pagos con tarjeta por menos de 6 euros. «Con lo que cobra el banco no compensa. Lidl también lo hacía», explica una trabajadora. Cinco portales más allá, en el estanco de María Bazarra, también aparece el aviso, con un gasto mínimo de 15 euros. «Con el margen que deja el tabaco, si no lo pongo salgo perdiendo. Hay quien pide pagar un paquete de chicles con tarjeta», explica.
Exigir el pago a tocateja también encierra motivos ideológicos. En el aparcamiento que hay debajo de la plaza de María Pita solo se puede pagar en metálico y en una caja atendida por una persona. «No tenemos máquinas automáticas, no nos gustan. Las tarjetas pueden ir o no ir, y con una cola de coches esperando no son operativas. Además, no estoy de acuerdo con los bancos», afirma el responsable, Ramón Villasante. «Nuestra conciencia nos dicta dejar de aceptar cobrar con tarjeta», apuntan en la tienda de ropa Platabaluú ante «el uso abusivo en el cobro de comisiones». Ángel Couto, del restaurante mexicano Los Farolitos, explica en la carta su posición y la defiende con vehemencia. «A los bancos los rescata Bruselas, y a mis clientes y a mí, no. Yo no tengo por qué subir los precios para compensar las comisiones. Mis clientes no tienen la culpa. ¿Que pierdo alguno? Sí, pero otros lo valoran. Lo hago por ellos».