Casi 245.000 viviendas de mayores de 65 inundarán el mercado en Galicia en las próximas décadas, aunque muchas de ellas se ubican en localidades que se están quedando desiertas
13 ene 2020 . Actualizado a las 13:03 h.Si en algo coinciden los expertos es en que uno de los grandes problemas del mercado inmobiliario en España, ya sea en propiedad o en alquiler, es la escasez en la oferta. Una carestía de vivienda que provoca tensiones de precios, especialmente en las grandes ciudades y sus áreas metropolitanas. Y, aunque las cifras de visados y licencias no auguran una explosión de la construcción residencial en los próximos años, hay una bolsa de vivienda de la que nadie habla y que podría suponer un revulsivo para el mercado.
Son las casas de los baby boomers, esa generación nacida a mediados del siglo pasado que amenaza la sostenibilidad del sistema de pensiones pero que cuenta con un vasto patrimonio inmobiliario. Solo en Galicia, según los registros oficiales, hay casi 245.000 viviendas (un 23 % del parque de la comunidad) que están en manos de mayores de 65 años y que irán saliendo al mercado a lo largo de las próximas décadas.
No solo por ley de vida, sino también por esa tendencia que en inglés se denomina downsizing y que, traducido, no sería otra cosa que la decisión, muy habitual en esas edades, de vender la casa para mudarse a otra más pequeña, que no solo se ajusta más a las necesidades de ese período vital, sino que permite generar un pequeño remanente que administrar como ahorro durante el retiro.
Pero, ¿qué efecto tendría la salida masiva al mercado de estas casas? Aunque con más oferta y una demanda con tendencia decreciente (por el menor tamaño de las generaciones más jóvenes) todo apuntaría hacia una bajada de precios, Benito Iglesias, presidente de la patronal de inmobiliarias gallegas Fegein, es escéptico al respecto. Y es que, apunta, una gran parte de esa bolsa de vivienda está ubicada en pequeños ayuntamientos, donde los jóvenes no quieren residir y que, poco a poco, se van vaciando.
De hecho, recuerda, en la actualidad existen ya más de 300.000 viviendas vacías en la comunidad y eso no evita las tensiones de precios en las ciudades y sus áreas metropolitanas, que es donde hay más presión para comprar y alquilar, sobre todo obra nueva, que no es el caso. Y esta tendencia, cree, irá a más en los próximos años, ya que «la realidad de las siete ciudades es que absorberán una buena parte de la población de concellos pequeños ante la falta de empleo y servicios».
Los datos apuntan también en esa dirección, pues en proporción, las provincias donde la bolsa de vivienda en manos de mayores de 65 es más abultada son las que tienen los mercados inmobiliarios menos dinámicos: Lugo (donde esta generación copa el 28,8 % de las casas) y Ourense (24,7 %), mientras que Pontevedra y A Coruña están por debajo de la media (22 y 21,7 %, respectivamente).
Cambios en las necesidades
Otro problema añadido para comercializar esa gran bolsa de vivienda de los baby boomers está en los cambios en la estructura social y las necesidades y gustos de los potenciales compradores. Así, Antonio Izquierdo, catedrático de Sociología en la Universidade de A Coruña, recuerda que, aunque la generación de los padres es la que marca las aspiraciones de las siguientes, también las inmobiliarias, «yo no descartaría que, dada la tendencia de la crisis ecológica y en particular del cambio climático, esas aspiraciones se vieran severamente modificadas en favor de viviendas mejor orientadas e integradas en el medio natural, mejor aisladas y más sostenibles». Además de esa vertiente ecológica, hay que tener en cuenta, advierte, «que el tamaño y la composición de las familias está cambiando y se está reduciendo, mientras aumenta la movilidad residencial», con más cambios de ciudad, de trabajo y, por tanto, de vivienda.
Y es que también hay que tener en cuenta los condicionantes económicos. En ese sentido, Izquierdo subraya que, aunque sobre el papel las generaciones vacías (opuestas a las plenas, como la del baby boom) «debieran disponer de mejores oportunidades laborales, sabemos que no es así para las clases medias y que los trabajos están siendo mas precarios». «Los ciclos económicos son más breves que los generacionales, las bonanzas y crisis se suceden a gran velocidad y la emancipación se retrasa», concluye.
Juan Miraz: «En San Valentín estanse dando casos de vendas de avós a netos»
ana f. cuba
El barrio de San Valentín, en Fene, nació hace 49 años para albergar a los trabajadores del astillero. Son 636 viviendas, repartidas entre 16 bloques de cuatro alturas (los primeros que se levantaron, en 1971) y cinco torres de 12 plantas. El estado general es bueno, tanto en el interior como en el exterior, gracias al mantenimiento realizado por los vecinos y las comunidades de propietarios, como explica Juan Miraz, presidente del Centro de Promoción Social San Valentín, con unos 600 socios. «Os tellados están impermeabilizados; as fachadas, pintadas; instaláronse ascensores en case todos os bloques e as ventás xa se cambiaron ata tres veces nalgún caso», detalla.
Miraz vive en el barrio, en un piso que antes perteneció a los abuelos de su mujer. Los dos se criaron en San Valentín, donde ya se asentaron en su día sus abuelos. «Foron dos primeiros en chegar aquí», corrobora. «Moitos daqueles xa morreron, claro. Agora estanse dando casos de vendas ou herdanzas en vida de avós a netos, en moitas familias estase saltando a segunda xeración, que tivo que ir vivir a outro sitio porque aquí non había onde», indica. Ahora se ven viviendas vacías en todos los bloques y en todas las torres, otras están alquiladas o a la venta. Los precios varían. Hace poco se compró un piso de los más antiguos por 30.000 euros -«era dos poucos nos que non se fixo nada por dentro, estaba igual que hai 49 anos»- y otros han cambiado de manos por 55.000, 60.000 o 70.000. «Depende da inversión que teñan dentro», apunta Miraz. Subraya que la vida en el barrio «é moi cómoda, todo está á man», y demanda al Concello de Fene mejoras de accesibilidad «porque hai moita xente de máis de 70 anos».
Elena García: «Cada veciño que morre, casa que se pecha e non se abre máis»
maría cobas
Elena García tenía once meses cuando se mudó a Millarouso (en O Barco de Valdeorras), donde ha vivido toda su vida. Ahora, con 66 años, dibuja una radiografía de un pueblo, situado a apenas diez minutos del casco urbano, cada vez más vaciado. «Antes eramos 50 veciños [no habitantes, sino casas abiertas] e agora somos 22; de 20 anos para aquí perdéronse todos eses, e nos últimos tres, pecharon outras dúas ou tres casas», señala. Y añade: «Cada un que vai morrendo, casa que se pecha e non se abre máis, porque aquí non vén vivir ninguén».
Siguen siendo 22 casas habitadas, pero en ninguna queda la gente que había antaño. Hace tres décadas, en una vivienda que cita como ejemplo residían un matrimonio y sus seis hijos. En aquella misma casa queda ahora solo uno de los vástagos, soltero; y en todo el pueblo hay apenas dos niños, uno de ellos su propio nieto. El transporte escolar trae más chavales cada día, porque hay padres que mandan a sus hijos a pasar la tarde con los abuelos mientras ellos trabajan. Pero ya no viven allí. «A xente nova marchou moita para O Barco; e non o entendo, porque aquí temos toda as comodidades: temos a luz, a auga, o lixo... E tardamos nada en chegar alí», señala. Lamenta, no obstante, que los dos ordenadores que se instalaron en el centro social apenas tengan uso. La conexión a Internet es tan lenta que la gente se desespera y ya no los utiliza.
Paseando por el pueblo se ve alguna casa en venta. No son muchas. Pero tampoco hay quien compre. García alude también a los elevados precios que se piden por casas que precisan mucha reforma, que acaban de echar atrás a quienes podrían estar interesados.