En una tormenta perfecta a Ferrolterra y, en general, al norte gallego, le caen palos por todas partes. Aunque sea muy difícil, ahora aquí toca abstraerse del covid. Vamos a dejar la pandemia fuera de la mesa unos momentos. Y vamos a recordar que la situación en febrero del 2020 ya era de grito de auxilio. Una potente zona empresarial, añeja y sabia en la realización de sus tareas (barcos, carbón, Armada...) suma puñaladas y puñaladas de desmantelamiento industrial. Endesa no va a seguir con la planta de As Pontes, la planta de la villa minera (que se llama así por algo). Alcoa está como está. En Gamesa, estandarte del buen hacer eólico, se ha hecho mutis, y lo sufren más de doscientas familias de forma directa. Muchas más de manera indirecta. Desde el sector naval están hartos de decir que se agota la faena. Que en los astilleros no va a quedar nada durante dos años largos... Y esto es solo lo grueso. Las grandes hemorragias. Porque de pequeñas heridas laborales, de pequeños y medianos cierres, está acribillada la piel productiva de la zona.
¿No interesa Ferrolterra? ¿Son pocos votos en los grandes recuentos? ¿Hay plan B? ¿Cuál es la alternativa? A día de hoy, ninguna. Triste. Pero cierto. En medio de una situación de emergencia sanitaria se mira para otro lado ante una emergencia máxima de carácter laboral. Lo tiene que saber bien la ministra de Trabajo, que es de Ferrol... Pero no es algo nuevo. Ningún Gobierno estuvo ni está a la altura de las circunstancias. Y Ferrolterra ya sobrevive exhausta. No hay excusa. Tanto el Gobierno central como el gallego, de la mano de la iniciativa privada, tienen que dar soluciones. No problemas. El tan traído y llevado know how está demostrado. Capacitación, sobra. Y las ¿reconversiones? no han servido de nada. Hay que enfrentar la situación. Y remediarla. Sin vender humo. Es lo justo.