Que la invasión de Ucrania le saldrá cara, y mucho, a Rusia en términos económicos, no lo discute nadie. Las sanciones impuestas a Moscú han hundido el rublo, dinamitado la bolsa, convertido la deuda rusa en bono basura y espoleado una feroz fuga de capitales. Todo un señor terremoto financiero.
Pero hay otro cordón sanitario que puede hacerle todavía más daño al país a largo plazo. Uno que cercenará su crecimiento y asestará un duro golpe a su mercado laboral. Y ese es la huida de las empresas occidentales. La diplomacia del capitalismo, la llaman los analistas. Un éxodo que no cesa y al que se acaba de sumar el gigante textil gallego Inditex.
Además del rechazo a la guerra, que se da por supuesto; el riesgo financiero —exclusión de algunos bancos rusos del sistema de pagos Swift, vital para las transacciones financieras, desplome del rublo, problemas de logística...— y reputacional que implica seguir operando en territorio ruso es demasiado elevado como para asumirlo.
El conflicto va camino de costarles miles de millones de euros a las empresas europeas. Y la decisión de hacer las maletas no es fácil. Especialmente para las grandes multinacionales que, como Inditex, tienen en Rusia una parte sustancial de su negocio y, sobre todo, miles de trabajadores que dependen de ellas. No es fácil, no. Pero en la guerra, nada lo es.