
Un astillero es un ecosistema predominantemente masculino pero empresas como Maessa Naval cuentan ya con nueve trabajadoras en Navantia Ferrol
30 abr 2023 . Actualizado a las 05:00 h.Las hay nacidas en el 71, como Laura Iglesias, —que conoció los tiempos en los que en la antigua Astano no había baños ni taquillas para mujeres y estas eran auténticas rara avis—, y también las hay que acaban de alcanzar hace unos días su primer cuarto de siglo de vida. En Navantia Ferrol siguen siendo minoría, pero pisan firme en unos tiempos de cambio. Con la pistola de soldar en la mano, planificando trabajos o velando por la salud de sus compañeros, el ejército de empleadas crece en la factoría. Predominantemente masculino, el metal habla cada vez más con tono de mujer. Algunas empresas, como Maessa Naval, cuentan en la antigua Bazán con nueve trabajadoras —de una plantilla total de 214—, la mayoría con una larga trayectoria en este segmento. Todas coinciden en que, en unos momentos como los actuales, con un programa de fragatas —las F-110— que generarán carga de trabajo para una década y permiten una estabilidad poco conocida en el sector, es más necesario que nunca visibilizar las posibilidades que ofrecen un gran número de gremios para las mujeres, y romper con el desconocimiento que sigue existiendo al respecto.
No es el caso de Mariana Milhacea, rumana de 50 años, residente desde hace más de 16 en Cedeira. En su juventud, comenzó estudios en un instituto de química, pero ante la falta de perspectivas laborales, se cambió a un curso de formación sin saber su contenido. Era de soldadura. No solo le encantó el oficio, sino que tras terminar las prácticas ya firmó un contrato para cinco años de trabajo, en una empresa auxiliar de una refinería. Tras aterrizar en la comarca —su hermana vivía en Pedroso— se asentó en Cedeira y, tras superar muchas dificultades, consiguió un empleo en Eymosa. Cuando esta firma naronesa cerró sus puertas, estuvo en el paro, y aún recuerda, cómo aceptaron su currículo a desgana tras contestar que era ella quien optaba a trabajar como soldadora. Hasta que llegó a Maessa. Se declara «encantada» con su faena en el astillero, y afirma que la tratan muy bien «desde los de arriba de todo hasta el último compañero».
Al frente de la empresa en Navantia Ferrol se encuentra Laura Iglesias. Curtida en los mil vaivenes del naval, como decenas de compañeros, se ha visto obligada a hacer muchas veces la maleta. La obra de las F-110 le permitió regresar a Ferrol desde Cartagena, a donde tuvo que marcharse cuando los pedidos faltaron en la ría. Esta cedeiresa de 52 años comenzó su idilio con el sector en 1995, en la antigua Astano, trabajando para una firma auxiliar. Con ella eran tres mujeres en la planta. «Se suponía que si estudiabas ingeniería técnica naval como yo estabas destinada a diseñar en un ordenador». Pero ella quería acción, «la obra», y así sigue, enfundada en ropa de faena, con casco y gafas. Desde el 2001 pertenece a la plantilla de Maessa, y ha visto una «evolución brutal» en la incorporación de la mujer, aunque anima a las jóvenes a sumarse a un sector que tiene por delante muchos años de trabajo. «Que se saquen las etiquetas; no por ser mujer vas a ser peor soldadora o armadora que un hombre», enfatiza.

«Opciones para todos»
«Las opciones son iguales para todos», corrobora Victoria Udaondo, aresana de 44 años, y perteneciente a la plantilla de la firma desde el 2004. Su trayectoria profesional se inició «fuera de aquí, canalizando gas, en la rama industrial». Al frente del departamento técnico, se encarga de los servicios auxiliares, del personal, y del control de las horas de producción, entre otros. Recuerda que cuando empezó, «en la oficina solo éramos dos mujeres y cuatro chicos, aunque con el paso del tiempo se fueron incorporando más». La ferrolana María Torres, de 50 años, había estudiado Químicas, pero en el 2002 se incorporó al equipo de Laura en Astano, en el departamento de calidad. Los vaivenes del naval le llevaron a trabajar en otras firmas, fuera y dentro del astillero, y también en otros gremios, como el de tubería. Como responsable de calidad, recuerda que, en los inicios, «salvo dos o tres jefas de obra, el resto de mujeres eran técnicos de prevención».
En el departamento de administración, aunque de apoyo a los de calidad, producción y compras trabaja Betty Núñez, pontevedresa de 40 años, que se sumó a finales de año al equipo de la empresa en Ferrol, aunque lleva desde el 2017 en la firma. Admite la complejidad de una faena con un grupo con muchos jóvenes «que tienen que aprender a trabajar» y también con grandes cambios en el astillero a nivel procedimental.

El primer contacto con el naval de la leonesa Vanessa Álvarez fue, ya trabajando en Maessa, en el astillero de Gijón. «Me gustó mucho», recuerda. En el 2008 recaló en Ferrol, aunque los bajones posteriores del sector le llevaron a otras ciudades como As Pontes, Vigo o Canarias. «Mándame para Ferrol», pidió a su jefe cuando se lanzó el programa de las F-110, en el que se ocupa de tareas de prevención. Le encanta, como a sus compañeras técnicas, poder compaginar «el papeleo con la obra».
Seguir estudiando
En agosto del pasado año, Lucía Villares, ferrolana de 46 años, pasó a formar parte de la plantilla de Maessa Naval en la factoría. Procedía de otro sector, pero «siempre combinando el trabajo con el estudio», y fue gracias a la formación por lo que se le abrieron las puertas al empleo en el astillero. Actualmente continúa estudiando, también abordando asuntos como la igualdad, y considera muy importante «visibilizar» la incorporación de las mujeres a sectores masculinizados.
Maite Novo, vecina de Moeche de 45 años, lleva en el naval desde el 2005, tras reconvertir su formación. Como técnico de calidad —tras trabajar en varias firmas, se incorporó a Maessa—, asegura que las tareas sobre el terreno son «lo que nos gusta a todas». Aunque admite que «no es un trabajo rosa», anima a las jóvenes a sumarse al metal: «Hay una variedad de puestos muy amplia».

Marina, 25 años: «Me han acogido muy bien, aquí me tratan como una hija»
La benjamina del grupo es Marina Fuster. Mallorquina, de 25 años, tras estudiar Ingeniería Naval en Cádiz y cursar un máster en Barcelona, apenas le dio tiempo a mejorar su inglés en Irlanda cuando le llegó la oferta de Maessa Naval que, como explica Laura Iglesias, «necesitaba alguien para planificación». Marina pensaba orientar su carrera profesional hacia el diseño de yates, pero se declara muy contenta con este viraje que ha dado su vida y el trabajo en buques militares. «Me gusta mucho lo que hago, no quería estar sentada todo el tiempo en un ordenador. Hablo con otros compañeros que terminaron conmigo y no les pasa como a mí. En Ferrol me han acogido muy bien y me tratan como a una hija», dice.