Sánchez, Casado, Iglesias y Rivera llenan sus listas de fieles y laminan a los críticos para asegurar el cierre de filas si fracasan
18 mar 2019 . Actualizado a las 07:30 h.Hasta hace muy poco, en España se daba por hecho que quien ganaba las elecciones gobernaba y el que quedaba segundo lideraba la oposición. Así ha ocurrido en todas las elecciones generales hasta ahora. Pero el triunfo de la moción de censura de Pedro Sánchez, primer presidente del Gobierno cuyo partido no ha ganado las elecciones, supuso un giro que pone en cuestión esa máxima. Todos los sondeos apuntan a que el PSOE ganará las elecciones. Pero no está claro que eso le baste a Sánchez para ser presidente. Ni siquiera en el caso de que PP, Ciudadanos y Vox no alcancen la mayoría absoluta, porque la posición del PDeCAT, controlado por Puigdemont, cuya tesis es la de cuanta más inestabilidad, mejor, es imprevisible en una hipotética investidura del líder socialista. De modo que podría darse la paradoja de que Sánchez, presidente sin ganar nunca en las urnas, deje de serlo tras ganar por primera vez. Y también que el PP, sacando el peor resultado de su historia, acabara gobernando, tal y como ocurrió en Andalucía. Pero nadie, ni Sánchez, ni Casado, ni Rivera ni Iglesias, pueden asegurar en este momento si lo suyo será un éxito o un fracaso.
Esa incertidumbre total es la que ha llevado a los líderes del PSOE, PP, Podemos y Ciudadanos a elaborar unas listas copadas por candidatos de lealtad probada, y a hacer una limpia de críticos ante la previsión de que un posible fracaso diera lugar a un motín que pusiera en cuestión su liderazgo. Entre la pluralidad que puede ampliar el espectro de votantes y la fidelidad garantizada, aunque origine conflictos internos, todos optan por lo segundo.
En el caso de Sánchez, tiene la lección aprendida después de ser defenestrado en el 2016 por un comité federal y un grupo parlamentario plagado de críticos. De ahí por ejemplo que haya laminado a susanistas en la lista andaluza o impuesto a fieles en Aragón frente al crítico Lambán. Pero también Casado sabe que se la juega en estos comicios. Y que si, además de obtener el peor resultado histórico del PP, que tiene garantizado, no logra gobernar, un grupo parlamentario en el que pervivieran diputados sorayistas pondría en peligro su liderazgo y su proyecto político. Y por ello han sido fulminados.
Pero incluso en Ciudadanos, en donde el hiperliderazgo de Albert Rivera era indiscutido, hay ya voces críticas que ante un batacazo electoral podrían levantarse contra él. De ahí que se lleve al Congreso a fieles como Arrimadas y que se esfuerce en hacer fichajes que se comprometan personalmente con él, más que con el partido. Aunque algunos, como el de la castellano leonesa Silvia Clemente, se hayan vuelto en su contra.
Y lo mismo cabe decir de Pablo Iglesias, que ha preferido romper con los errejonistas y romper con Anova para imponer a Yolanda Díaz en Pontevedra, antes que arriesgarse a tener un grupo con diputados que no controle personalmente y que, ante un posible fracaso pudieran poner en cuestión sus planes de ceder el liderazgo del partido y del grupo a su pareja, Irene Montero, en caso de que Podemos no consiguiera entrar en el Gobierno. Para los cuatro líderes, primero están ellos y después el partido.
El líder del PSOE consuma su venganza contra José Blanco
La purga que hizo Pedro Sánchez de todo aquel que no le apoyó en el comité federal del 1 de octubre del 2016, que acabó con su dimisión después de intentar forzar una votación en una urna oculta por una mampara, no tiene límite. Ni siquiera se salvan de la quema aquellos que, como José Blanco, se mostraron críticos con la intención del entonces secretario general de alcanzar acuerdos con los independentistas, pero luego rectificaron y mantuvieron su lealtad al líder, defendiéndolo a capa y espada. De nada le ha servido a Blanco decir que se sentía «abochornado y arrepentido» de haber apoyado en su día a Soraya Rodríguez. Sánchez se ha tomado su tiempo, pero ha consumado su venganza.
La renovación de PP no evita la fuga del votante más joven
Algunos de los datos que arrojan los estudios demoscópicos siembran el desconcierto en las filas populares. Después de haber confiado el liderazgo del partido a un político de solo 38 años como Pablo Casado, supuestamente llamado a rejuvenecer el espectro de simpatizantes en una formación en la que la masa principal de votantes estaba formada por jubilados o trabajadores a punto de estarlo, resulta que la principal parte de sus antiguos votantes que se han fugado a Vox, con un discurso más arcaico, son personas de entre 30 y 45 años, mientras que, con Casado y su tropa de jóvenes al frente el PP, el espectro de votantes en el que el PP sigue dominando es el de los mayores de 60.
Pinchazo independentista en Madrid, no solo de números
El pinchazo de la manifestación independentistas en Madrid no se mide solo en el número de asistentes, muy inferior al que los propios secesionistas lograron congregar en Bruselas, sino en la absoluta indiferencia con la que fue acogido un acto que se pretendía provocador. La placidez con la que transcurrió la marcha desconcertó a muchos de los asistentes, que quizá esperaban reacciones furibundas ante el desplante de presentarse en la capital diciendo que solo acudían a despedirse porque pronto serán independientes. En una tarde primaveral y luminosa, la marcha transcurrió sin pena ni gloria y los más de 500 autobuses fletados volvieron a Cataluña sin que Madrid les prestara mucha atención.