Con estos candidatos, Quentin Tarantino alumbraría un wéstern. Manos manchadas de sangre, tramperos y cuatreros, enterradores tomando las medidas a los sueldos mínimos, a la Constitución y a los medios de comunicación, banqueros y una Smith and Wesson rondan los escaños. Tenemos hasta forajido, en Waterloo. Si fuera por algunos, también la horca. Los aspirantes caminan con sus lenguas arqueadas, como clientes de un saloon, y eso que hasta ahora solo estaban en la vuelta de reconocimiento. Les falta mascar tabaco. O.K. Corral parece, España es. Como para que no haya indecisos. Nada menos que un 42 %, dice el CIS, otro indeciso. Aquí puede acabar gobernando hasta el Pacma. Qué les rondará por la cabeza a los dubitativos: ¿Y si voto al PSOE y me encuentro a uno de Galapagar mandando «fiiiiirmes»?, ¿y si apoyando al PP entra en el Consejo de Ministros el Séptimo de Caballería? Sí, es muy de Tarantino, pero la cosa puede acabar a lo Almodóvar, en más dolor que gloria. En el país de un derbi del siglo cada dos meses, llegan ahora unas elecciones del siglo que pueden acabar en combate nulo, y en otoño más. La España ingobernable ante su eterna paradoja: buscar, de nuevo, a quien mejor la desgobierne.