Los cuatro eran varones, en el país de mayor eclosión del feminismo. Los cuatro tienen una característica generacional: son hijos de los padres que hicieron la Transición. Ellos nacieron ya en democracia. Y los cuatro solo tenían un objetivo: convencer al ejército de indecisos. Quién lo haya conseguido tardaremos días en saberlo. Sus armas de entrada eran: para Sánchez, la seguridad de que salía como ganador en intención de voto. Para Casado, su capacidad de ataque en el cuerpo a cuerpo. Para Rivera, su teórica situación en el centro crítico. Y para Iglesias, su dominio de la polémica.
Terminado el debate, debo decir que no me aportó ninguna novedad. Más concreción que lo dicho en campaña, pero lo mismo que se había predicado, incluida la reiterada lectura de la Constitución por Pablo Iglesias. Se visualizaron las diferencias entre izquierda y derecha, con un Rivera que impuso a Casado su primera condición para un pacto de gobierno: la revisión de la política fiscal. La política fiscal, primer argumento y primera confrontación. Círculo virtuoso de menos impuestos para movilizar la economía y el empleo, tesis de la derecha. Justicia social con más cargas fiscales para grandes patrimonios y banca, argumento de la izquierda.
Sánchez estuvo a la defensiva, pero con el capital de los decretos-leyes, que parecen hechos para lucir en este debate. Casado hizo un uso, a mi juicio excesivo, de la hipérbole y de datos que, si no llegan a ser fake news, se le parecen mucho. Rivera intentó marcar diferencias con el PP al tiempo que le tiende la mano para gobernar y anduvo excesivo, casi más que Casado, con Cataluña. E Iglesias tiene un truco muy eficaz: háblese de lo que se hable, siempre encuentra un argumento social para desviar el asunto a su terreno.
Que me disculpen los líderes, pero a este cronista el debate no le pareció de gran utilidad porque los monólogos han sido reiterativos. Todo lo habíamos escuchado antes, tanto lo referido a Cataluña como a las desigualdades sociales. Nos quedamos sin saber lo que ya ignorábamos, como el posible indulto de los procesados catalanes o la posibilidad de pacto entre el PSOE y Ciudadanos. Fue como las sesiones de control de los miércoles, de las que solo salen convencidos los ya convencidos.
Si hubiera que señalar un ganador, como corresponde a la tradición de todos los debates, tengo dudas entre Albert Rivera y Pablo Iglesias. El líder de Ciudadanos llegó con un discurso más hecho y supo situarse en el centro. Pablo Iglesias se repitió mucho, pero supo rehacer su mensaje más eficaz: «A nosotros no nos compra nadie». Y supo pedir una oportunidad. Pero, ay, los dos ganadores de anoche no serán los ganadores el 28 de abril.