Alberto Núñez Feijoo, el técnico que noqueó a los políticos

M.ª Carmen González Castro
M.ª C. González REDACCIÓN / LA VOZ

ELECCIONES 23J

Pinto & Chinto

La política nacional siempre tuvo un ojo en Feijoo. A la derecha le gustaba y a la izquierda no le provocaba rechazo

21 jul 2023 . Actualizado a las 17:03 h.

18 de junio del 2018. Hace tres semanas que Sánchez desalojó a Mariano Rajoy de la Moncloa con una moción de censura. El PP está inmerso en unas primarias para decidir quién lo conducirá a través del desierto. La atención está puesta en el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijoo, que va a desvelar si peleará para presidir el partido. Con dos discursos en la mano, Feijoo, el deseado, anuncia que se queda porque su compromiso es «Galicia, Galicia, Galicia». Las lágrimas asoman en sus ojos. Tiene 56 años y parece que ha dejado pasar el último tren a Madrid. Feijoo siempre tuvo un ojo en la política nacional, y la política nacional siempre tuvo un ojo en Feijoo. Era visto como una persona moderada, centrada, que gustaba a la derecha y no provocaba un especial rechazo en la izquierda.

Pero la vida da demasiadas vueltas. Tantas, que cinco años después, Feijoo lidera el PP y aspira a ser él quien desaloje de la Moncloa a Sánchez. Si lo consigue, culminaría, cuando está a punto de cumplir 62 años, una carrera a la que llegó como técnico, pero en la que acabó venciendo a los políticos, de su partido primero, y de los rivales, después.

El funcionario de Os Peares

Alberto Núñez Feijoo (Os Peares, 1961) estudió Derecho en Santiago. Quería ser juez pero el despido de su padre lo obligó a buscar unas oposiciones más fáciles: a la Xunta. Pronto le ofrecen la secretaría xeral de Agricultura, un puesto que marcaría su carrera porque lo une al entonces conselleiro José Manuel Romay Beccaría, considerado el padrino político de Feijoo. Con la victoria de Aznar en 1996, Romay, ministro de Sanidad, le confía la presidencia del Insalud y poco después Cascos la de Correos, pese a que Feijoo aún no estaba afiliado al PP. Es así cómo forja su fama de gestor.

Será la catástrofe del Prestige la que coloque a Alberto Núñez Feijoo en el primer plano de la política gallega, como conselleiro de Política Territorial tras la caída en desgracia del delfín de Fraga, Xosé Cuíña. En año y medio se convierte en vicepresidente junto a José Manuel Barreiro, una bicefalia debajo del presidente para pelear por la sucesión. La pérdida de la Xunta apura la renovación. Feijoo es el candidato de Romay y del presidente del partido, Mariano Rajoy. Quieren un PPdeG más moderno frente al proyecto de Cuíña, más rural. Pese a la guerra interna y pese a que es un militante de reciente afiliación, Feijoo demuestra mucha habilidad y se impone.

Desde los bancos de la oposición en el Parlamento de Galicia, teje una estrategia de acoso y derribo al bipartito. Ya deja entrever cual será su forma de trabajar: no dejar pasar ni un asunto polémico que le pueda beneficiar. Porque Feijoo, que se define como previsible, no es hombre de experimentos y cuando algo funciona, lo mantiene. Lo ha hecho con las campañas electorales, repitiendo ahora las que llevó a cabo en Galicia, y lo ha hecho con su equipo de confianza, que se trasladó casi al completo a Madrid.

Es implacable con el bipartito de Touriño, al que presenta como despilfarrador (el Audi, la reforma del despacho) y prevaricador (autovía do Barbanza). El PPdeG incluso se descuelga del acuerdo sobre el gallego y deja hacer al movimiento Galicia Bilingüe, muy crítico con el gallego en la educación. Con la tenacidad que lo caracteriza, insistiendo en los mensajes día a día, sus críticas calan en la sociedad gallega. Llega el primer test, las elecciones del 2009, y consigue lo que parecía imposible: superar la suma de PSdeG y BNG. Han pasado seis años desde que llegó al Gobierno de Fraga. Ahora, a los 47 años, él es el jefe, como le llaman sus colaboradores.

En la toma de posesión, Feijoo, el gestor, muestra que también tiene una vida aparte de la pública. Los gallegos conocen a Saturnino, el padre, la primera persona a la que dicen que llamó para decirle que había ganado, y a Sira, la madre, que haría célebre la frase: «Mi hijo dice que se casó con Galicia, pero Galicia no me da nietos». Aún faltaban unos años para que llegase el nieto. Será a una edad madura, a los 56 años, cuando Feijoo es finalmente padre. Y la paternidad lo ha llevado a un cambio de vida, a aligerar su agenda para disfrutar de Alberto, que ahora tiene seis años, y de su pareja, la exdirectiva de Inditex Eva Cárdenas. Celoso de su intimidad, en esta campaña ha hecho un auténtico striptease familiar. No solo su pareja ha estado en primera línea en los actos en Galicia, sino que incluso ha difundido una foto con su hijo.

También en la esfera pública es Feijoo reservado: nunca ha adelantado el nombre de sus conselleiros —los elegidos se enteran horas antes— o la fecha de las elecciones.

Feijoo llega a la presidencia de la Xunta en pleno estallido de la burbuja inmobiliaria. Y entra con las tijeras en la mano. Los presupuestos se reducen año tras año, se mira cada euro que se gasta en sanidad y educación. Jueves tras jueves, los consellos terminan sin inversiones. La llegada de Rajoy a la Moncloa no hace más que endurecer la política de ajustes. Los esfuerzos tienen su recompensa, las cuentas se van equilibrando poco a poco y al cabo de unos años Feijoo puede cumplir la promesa, que ahora vuelve a llevar en su programa, de bajar algunos impuestos. En el 2012 Feijoo revalida su mayoría absoluta y la eleva a 41 escaños.

Las cuentas saneadas y una Galicia ajena a los conflictos sociales es la herencia de Feijoo. El talante centrista, ajeno a las ataduras ideológicas —llegó a prescindir de las siglas de su partido en los carteles electorales cuando el caso Gürtel asfixiaba al PP de Rajoy—, no le evitaron momentos duros: el fracaso de la inversión de Pemex en Galicia, un proyecto del que Feijoo había hecho bandera; la fallida fusión de las cajas, aunque finalmente reencaminadas al nacimiento de Abanca, o la publicación en 2013 de unas fotos con el narcotraficante Marcial Dorado tomadas en 1995. Los gallegos volverían a apoyarlo no una, sino en dos elecciones más, hasta igualar las cuatro absolutas de Fraga. Las crisis de liderazgo en el PSdeG también ayudaron.

Supervisor de Casado

Aquel 18 de junio del 2018 en el que Feijoo renunció a pelear por la presidencia del partido, supuso un cambio en su relación con la dirección de Génova. Si hasta entonces Feijoo había sido casi un espectador, la llegada de Pablo Casado lo lleva a ejercer de hermano mayor. La supervisión es continua, Feijoo intenta hacer de contrapeso cuando el nuevo equipo se acerca a Vox, y cuestiona, incluso públicamente, los bandazos de la dirección del PP.

En plena pandemia, Feijoo rompe las ataduras con su partido y llega a criticar la laxitud de las medidas de la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, quien todavía estaba en sintonía con Casado. Por poco tiempo. El intento del presidente del PP de llevarse por delante a la presidenta madrileña por un presunto caso de corrupción cae como una bomba en el PP. Los barones, a un año de las municipales y autonómicas, deciden que el PP necesita un cambio de rumbo. Todas las miradas se vuelven a Galicia. Esta vez sí, Alberto Núñez Feijoo se subió al tren que el domingo lo puede llevar a la Moncloa.